Manolo Monereo
Hay la percepción de que el Gobierno ha ganado una batalla. No sabemos qué batalla y mucho menos cuales serán sus consecuencias. Las señales vienen de otro lado, de la coalición “Corona-75”, es decir, el frente amplio en favor de la monarquía y, específicamente, de Juan Carlos I, que va desde Felipe González hasta Santiago Abascal, pasando por Cebrián y llegando, cómo no, a Aznar/Casado, con Bono como maestro de ceremonias. Sus jefes, la trama oligárquica, están, como siempre, temerosos; ponen mucho dinero y no encuentran quienes los representen de verdad, con la profesionalidad requerida.
La coyuntura es contradictoria y positiva. El Gobierno no concita demasiados apoyos, pero sale bien librado del confinamiento. Las derechas, sin norte y habiendo fracasado en su estrategia de acoso y derribo. Lo peor, han movido con poca pericia a sus “núcleos duros” en los aparatos del Estado y han sido detectados. El CNI ha sido neutralizado pero el coste será alto y, más allá, obligará a una remodelación interna especialmente severa. ¿Realmente estaban en una operación golpista? Lo que parece seguro es que tenían claro que la ruptura del Gobierno era posible y que había que hacerlo antes de que se completara la desescalada. La rabia de algunos articulistas de cabecera y el desaliento de las derechas unificadas expresan el fracaso de una estrategia y conceden una tregua al Gobierno que este debe de aprovechar para definir programa y proyecto para una salida progresiva de la crisis.
¿Por qué definir esta coyuntura como contradictoria y positiva? Es bueno compararla con la coyuntura del 2008. En el Gobierno se mantiene la idea de que la crisis será en V y que la recuperación, la ministra Calviño dice, ha empezado. Creo que es un error de fondo, pero no es este el momento para desarrollarlo; tiempo habrá. Lo que no parece lógico es la consecuencia política que se saca de tal análisis. Puesto que la recuperación ha comenzado, se dice, no hagamos las reformas de fondo y esperemos a que la Unión Europea marque la salida. La “señora de negro” equivoca al Gobierno. Las reformas que no se hagan ahora no se harán en el futuro. El “tiempo político” siempre está tasado. El “momento” lo marca la pandemia y su fin la Unión Europea. Las personas, masivamente, se han convencido de lo que ya sabían: su libertad, su seguridad, depende de un conjunto de servicios públicos que hay que reforzar y ampliar. Las derechas y sus intelectuales orgánicos (fundaciones y demás medios especializados en emitir la única ciencia económica verdadera) no se atreven a decir lo que piensan y, hoy por hoy, la mayoría social no está disponible para escuchar las viejas cantinelas sobre los peligros de los déficits públicos, las maravillas de las privatizaciones o las ventajas seguros privados.
La batalla político-cultural y programática es fundamental en este momento. Por segunda vez en diez años, el Estado, el sector público tiene que rescatar al sector privado. Las crisis desvelan la realidad y en unos pocos días se aclara más que muchos años de debate ideológico, siempre que se esté a la altura y se acepte el reto. Sin Estado no hay economía y, a la hora de la verdad, este sale al rescate; eso sí, endeudándose hasta las cejas y poniendo en disposición de las empresas e instituciones privadas el erario público. ¿No ha llegado el momento de democratizar el poder económico? ¿no estamos en condiciones de crear una banca pública capaz de financiarse como la privada e impulsar proyectos e iniciativas para cambiar el modelo económico-social? ¿no ha llegado el momento para revertir las (contra)reformas laborales y reconstruir la “constitución del trabajo” a la altura de los desafíos de la época? Si el Estado, a la hora de la verdad, es quién decide, ¿no es llegado el momento para potenciar un sector empresarial púbico fuerte capaz de planificar el desarrollo, organizar el cambio de modelo económico y redistribuir renta y riqueza?
La reciente cumbre empresarial organizada por la CEOE define muy bien la situación. Todos pidiendo más y más fondos del Estado; todos quejándose de la escasez de las ayudas; todos definiendo proyectos que exigen compromisos de “seguridad jurídica” para inversiones futuras y que las reformas (bien pensadas y consensuadas con la patronal) se aplacen una vez se consiga superar la crisis. Da vergüenza ajena, pero es verdad: rescatadme, financiadme para recuperar poder económico y que pueda seguir mandando y definir el futuro del país. Hacedme fuerte para dirigiros porque no podéis vivir sin mí y menos contra mí. Lo de la seguridad jurídica es una artimaña zafia y de recorrido escaso. Su núcleo, no hacer reformas, no tocar las relaciones laborales, no redefinir un sistema fiscal justo y eficiente, no impulsar cambios de verdad que limiten el poder de los grandes oligopolios financieros, energéticos y empresariales. ¿Y si hacen, como en el pasado, “contra reformas? Eso sí, sería bueno, buenísimo, para la competitividad, para la creación de empleo y el futuro del país. Pónganle nombre y verán como conjugan con el poder de los que mandan.
Hay cuatro cuestiones que definirán el futuro de España y que harán posible que esta tenga futuro, es nuestro nudo gordiano a resolver positivamente. Primero, un Gobierno que se comprometa en serio con un proyecto de país; que sea capaz construir un nuevo modelo de desarrollo económico, social y ecológicamente sostenible. El consenso no puede convertirse en el derecho de veto de la patronal, más bien al contrario, debe fundar una alianza social con los jóvenes, autónomos, pequeños y medianos empresarios y unas clases trabajadoras que necesitan más poder, mayor iniciativa y más derechos. Segundo, paliar los efectos sociales de la crisis. Nunca ha habido un reparto igualitario de las crisis. Mientras que haya capitalismo y desigualdad entre clases sociales, no será posible; lo que cabe es amortiguar sus consecuencias sociales más negativas. El llamado escudo social tiene que fortalecerse rápidamente y la sanidad pública reforzarse de forma inmediata, con más medios, más personal y mejor coordinación.
La tercera y cuarta cuestiones son, en el fondo, una: ¿qué papel va a jugar España en la nueva división del trabajo que se está definiendo en la UE? ¿Qué modelo productivo y de poder? Las dos cosas están relacionadas y se superponen. La UE no es un club de beneficencia ni una esfera pública basada en la solidaridad. Como vemos cada día, hay ganadores y perdedores. Quien manda y aquellos que tienen que aceptar una posición subalterna. Alemania está definiendo su papel en el mundo; la UE está al borde de la implosión y sigue siendo el mercado preferente de los países del núcleo. Necesitan que siga existiendo y que lo haga en las condiciones requeridas. Siempre están dispuestos a pactar las diferencias que no supongan un cambio de dirección política.
El “maná” europeo no vendrá, será insuficiente y responderá a las decisiones de las instituciones de la Unión que, de una u otra forma, estará determinadas por el eje franco alemán. ¿Alguien cree realmente que los fondos europeos servirán para reindustrializar España, para crear grandes empresas capaces de competir con las alemanas o francesas? ¿Alguien cree que los fondos que vengan servirán para un desarrollo territorial de nuestro país más homogéneo y sostenible? ¿Alguien cree que las políticas de la UE servirán para ampliar nuestro Estado social, impulsar una reforma fiscal más justa y redistribuir renta y riqueza?
Se dirá que alguna de estas cuestiones depende de España, de nuestras políticas y de correlaciones de fuerza dadas. Es una medio verdad. Para desarrollar un nuevo modelo económico, social y ecológicamente sostenible, el obstáculo fundamental a superar será la Unión Europea. Hace unos meses, cuando afirmaba que estamos en una primera fase y que en la segunda nos encontraríamos con las duras reglas y las resistencias de la UE, se dijo que esta crisis era diferente y que la UE no sería un obstáculo sino una ayuda. Algunos callamos y, mucho antes de lo esperado, se empieza a situar en la UE el lugar o el espacio del enfrentamiento político en España. Que el PP defienda en Europa reglas estrictas para la concesión de ayudas a nuestro país, no debería extrañar. Lo suyo siempre ha sido un patriotismo de cartón piedra. Pero se debería ir más allá y reconocer la verdad que se tiene delante de los ojos y no se quiere ver: las reglas económico-financieras constitucionalizadas en los países de la UE expresan una alianza estratégica entre las clases dirigentes de esos Estados y las instituciones de la UE, garantizadas por Alemania. El ordo liberalismo alemán es la expresión política e ideológica de esa alianza entre los grupos de poder dominantes. Para decirlo con más claridad: la patronal, las derechas, los varios nacionalismos y la ministra Calviño están de acuerdo con estas políticas neoliberales y la defenderán hasta sus últimas consecuencias. ¿Pedro Sánchez?
Los poderes económicos están ejecutando una estrategia muy conocida: no enfrentarse directamente a las demandas de las poblaciones, dejar que el tiempo pase y que los verdaderos problemas de la pandemia aparezcan ante la opinión pública. Es lo que está haciendo la UE, dilatando los procesos, escenificando enfrentamientos entre buenos y malos para llegar, al final, a un acuerdo de síntesis. El verdadero “escudo del poder” de los que mandan y no se presentan a las elecciones es la UE y de ahí vendrá la señal para el enfrentamiento con las políticas económicas y sociales de un gobierno pensado para otras tares, para otras circunstancias y para un mundo menos trágico.
La Unión Europea vive en una forma de Estado de excepción: sus reglas han sido temporalmente suspendidas, las normas del mercado interior eludidas y las instituciones tomando iniciativas para evitar el fin de un proyecto que vive una crisis existencial. Ahora es el momento para realizar las reformas que nuestro país necesita, los cambios necesarios para resolver viejos y nuevos problemas que determinarán las condiciones de vida, trabajo y seguridad de nuestras poblaciones. Cambiar el modelo productivo exige cambiar “el modelo de poder”. Las reformas tienen un tiempo finito.
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