José Antonio Naz
(Intervención
en el Foro Social organizado por el FCSM el 6 de Julio en Madrid)
Agradezco
en nombre de Europa Laica la invitación del FCSM. No puede faltar la
visión laica en un proyecto que pretende implicar a la mayoría
social para conseguir el poder para establecer un Estado
verdaderamente democrático. Porque ¿es posible una verdadera
democracia sin un Estado Laico?
DEFINICIONES
Entendemos
por verdadera
democracia,
el sentido etimológico de la
palabra
: “poder del pueblo”, que implica la participación de toda la
ciudadanía en la vida pública y en las decisiones de organización
de lo público, en total igualdad y con la misma libertad. En ese
sentido, todos los gobiernos de los Estados denominados democráticos
admiten recibir el poder del pueblo y así lo expresan sus
Constituciones, que también consagran “la igualdad de todos los
ciudadanos y ciudadanas”, en la forma que lo presenta la
Declaración de derechos Humanos (que todos estos Estados han
firmado), “en dignidad y derechos”. Esto supone entre otras cosas
la no discriminación por razones de sexo, raza, religión, etc, y la
libertad de conciencia y de opinión. Los gobiernos de esos Estados,
puestos por el pueblo, deben regir buscando el bien general, el bien
común.
La
idea de laicidad
o laicismo,
sin distinción en el diccionario, del
griego
“laos”,
se refiere a la unidad del pueblo, a la organización universal, sin
privilegios.
“El
laicismo sólo favorece aquello que resulta de interés general, a la
vez que promueve, junto a la autonomía moral e intelectual de las
personas, la libertad de conciencia y la plena igualdad de sus
derechos, sin discriminación de sexo, origen o convicción
espiritual” (Henri Peña Ruiz, filósofo del Instituto de Estudios
Políticos de París). La laicidad es una categoría, una cualidad
que constituye una de las características fundamentales de la
persona ciudadana. Esta característica consiste en el respeto a las
vivencias y creencias religiosas individuales que quedan en el ámbito
de lo privado y al margen de las ofertas y las actividades públicas
de la organización social de los Estados.
Como
vemos, las propias definiciones nos llevan a la conclusión lógica.
El Estado democrático , de Derecho con mayúsculas, que representa a
toda la ciudadanía, debe ser laico, siendo tremendamente escrupuloso
en el respeto a las libertades y a los derechos y deberes de todos y
todas. La laicidad es eje imprescindible para una ciudadanía
democrática.
Es la columna vertebral de una verdadera República. Es la regla de
vida de una Sociedad Democrática, que debe dar al ser humano, sin
diferenciación de raza, sexo o creencia, los medios necesarios para
desarrollarse responsable y libremente. La idea del Humanismo,
ligada al laicismo se ha desarrollado en Europa en el Renacimiento,
en la Reforma, en la Revolución francesa y en España
fundamentalmente en el breve periodo de la Segunda República.
Esto
implica la Separación
del Estado y las Iglesias,
lo que no entra en confrontación con ninguna idea religiosa. Como
dice el teólogo Rafael Díaz Salazar (Izquierda y cristianismo):
“la Laicidad política consiste en el rechazo de la imposición de
una única religión o ideología como principio de configuración
cultural, política y moral de la sociedad. La laicidad se opone al
monopolio ideológico de un confesionalismo religioso o de una
determinada filosofía que pretenda regir unidireccionalmente el
estado o la Sociedad…En este sentido, lo que se opone a la laicidad
es la dictadura ideológica o el confesionalismo, no la
espiritualidad, que es siempre expresión de la vivacidad y energía
de la cultura”. En la esfera pública, fuera de su casa y su
iglesia, las personas deben encontrarse sin etiquetas religiosas o
ideológicas. La laicidad no entra en contradicción con la
religiosidad individual, sino con la religión del poder. Por el
contrario, como dice el sacerdote y teólogo Benjamín Forcado, la
laicidad es “condición básica del ser humano… y que lo acredita
como ciudadano para la convivencia… La diversidad no excluye la
universal entidad ontológica de todo ser humano, presente en todo
pueblo, en toda cultura, en toda religión”.
Y la
propia encíclica vaticana Gaudium
et spes parece
compartir esa separación:
“ La
Iglesia no se confunde con la comunidad política ni está ligada a
sistema político alguno. Ambas son independientes y autónomas. La
Iglesia no pone su esperanza en privilegios dados por el poder civil,
renunciando incluso al ejercicio de ciertos derechos legítimamente
adquiridos tan pronto como conste que su uso puede empañar la pureza
de su testimonio…”.
En
ese Estado la laicidad es base de una educación
liberadora, científica y humanista. La
escuela debe educar en la universalidad, en las relaciones y en el
conocimiento, en el saber cultural, en el desarrollo personal de sí
mismo para vivir en el mundo real, haciendo saber que los
conocimientos son universales pero las creencias individuales y que
las religiones y el ateísmo pertenecen a la esfera privada. La
escuela pública y estatal debe garantizar esta educación universal.
Como dice Jean Jaurès: “No debemos seguir permitiendo que los
niños de la nación sean formados en dos partidos enemigos. Deben
ser educados en la misma luz, en la misma libertad, en las escuelas
de la nación republicana, donde aprenderán a quererse los unos a
los otros”. Idea que comparte el propio ABATE LEMIRE, quien en su
discurso en la Cámara de diputados 12 de diciembre de 1921 se opone
a la subvención a las escuelas católicas: “Pido que no se entre en
la vía de las subvenciones oficiales por el deseo de la enseñanza
pública misma. Hoy en día, la enseñanza del Estado está, por
definición, abierta a todo el mundo. Yo digo que precisamente porque
es una inversión del Estado en la escuela, los padres deben saber
que las convicciones de su hijo serán respetadas en esa
escuela.(…).(…) ¡Quiero que el dinero de todos hermane a las
escuelas abiertas a todos!”
Esto
se contradice con el falso concepto de “libertad”
de las familias en elegir un tipo de
educación que perpetúe y acentúe sus propios prejuicios culturales
e ideológicos. La
libertad real del estudiante no está en la pluralidad de ofertas de
escuelas confesionales o ideológicas, sino en el pluralismo dentro
de la escuela pública laica.
Y habría que cuestionarse si en según qué casos la libertad de la
familia debe prevalecer sobre la “protección del menor”.
El
laicismo es también un instrumento de
justicia social, por defender el interés
general. Hay que combatir el debate falso sobre las libertades
individuales que acentúa la separación de los diferentes,
inculcando de manera sibilina lo que Henri Peña “el veneno de la
amalgama entre cultura y religión o entre religión e identidad”.
Esto nos llevaría a respetar grupos separados en comedores
escolares, legislar de manera diferente según grupos,
barrios…renunciar a los derechos humanos por “cultura”…
¿ES
EL ESTADO ESPAÑOL LAICO?
Según
las definiciones anteriores no parece que lo sea el que realiza
actuaciones como:
- Funerales religiosos de estado
- Mantener símbolos religiosos en colegios, juzgados, centros oficiales de todo tipo, incluso en las tomas de posesión de cargos públicos
- Mantener la Religión como asignatura en todos los niveles de la enseñanza no universitaria, pagando al profesorado que es designado por los obispados
- Pagar y mantener capellanes en el ejército, en hospitales, y hasta en alguna universidad.
- Pagar escuelas religiosas con fondos públicos
- Financiar la Iglesia Católica mediante recaudación del 0’7% del IRPF, subvenciones a ONGs, fundaciones o patronatos
- Eximir de impuestos como el IBI
- Realizar concesiones patrimoniales como la inmatriculación de inmuebles (la Mezquita entre miles), reconocimiento de propiedad de todos los templos y centros dedicados al culto, estando exentos de impuestos y pagando las restauraciones y obras.
¿CÓMO
ESTAMOS ASÍ?
1.-
Por la Historia.
Ya lo decía Víctor Hugo, que creía en la revolución de los
liberales españoles en 1868: “el papismo y el absolutismo se
unieron para acaba con esta Nación”; la “España atada a la
hoguera”; “el quemadero desmesurado de tres siglos acaba con
España”. Salvo breves momentos como el de la Segunda República,
nuestro país no ha salido de las manos del trono y el púlpito.
Y
el Estado resultado de la denominada “transición” sigue siendo,
en palabras del Juez Navarro (“25 años sin Constitución”)
“criptoconfesional”. La Constitución, cada vez es más admitido,
fue en realidad el fruto de unos pactos solapados y ocultos que
consiguen: apuntalar la Monarquía designada por el dictador,
continuar los privilegios de la Iglesia y mantener al ejército como
“garante”. Los cambios realizados en el Proyecto de Constitución
entre Noviembre de 77, cuando se filtró el borrador en Cuadernos
para el Diálogo, y su texto definitivo suponen acatar todas las
imposiciones de la Iglesia, cuyos portavoces Yanes y Tarancón exigen
por la simple razón de que “la Iglesia sabe que es una realidad
insoslayable en nuestra patria y pide, sencillamente, que el Estado
acepte su colaboración”.
Terminan
de amarrar y desarrollar estos privilegios los acuerdos del 76 y el
Concordato de Enero del 79 con la Santa Sede, todos ellos
preconstitucionales. Acuerdos que ·los gobiernos de UCD, de
orientación marcadamente católica, comenzaron a aplicar con
diligencia y vigilados sin cesar por lo Iglesia y sus fieles, que
dominaban las nuevas instituciones nominalmente democráticas”
(cita del juez Navarro, recogida por Alfredo Grimaldos en “La
Iglesia en España”).
2-
Por la
actitud colaboracionista y entreguista de nuestros gobernantes.
Todos
los gobiernos democráticos, denominados de derechas o de izquierdas,
han mantenido o incrementado estos privilegios y estos hábitos
sociales . Unos por no diferenciar sus creencias de la práctica
política y posiblemente los más, aunque no sean creyentes, por la
idea de “búsqueda de votos”, por evitar conflictos o por simple
desidia o pereza, todos perpetúan este anacronismo. Lo explica con
claridad el teólogo Juan José Tamayo: “la sombra de la jerarquía
eclesiástica sobre la vida política es todavía muy alargada en
nuestro país, y los políticos de derechas, de izquierdas o de
centro, siguen mirando con el rabillo del ojo al Papa y los obispos
en espera de que aprueben sus conductas políticas o de que, al
menos, no las reprueben. Para ello están dispuestos a hacer
concesiones”. Y quizás siga siendo válida hoy la denuncia de
Pablo Iglesias en 1910:
“¡Ah!
El clericalismo en España, como en Austria, es dinástico. Es la
casa real y la aristocracia palaciega el verdadero núcleo del
clericalismo español. Rodean a este núcleo varias filas de
capitalistas que se sirven del clericalismo para apoderarse de los
monopolios y de los altos cargos que disfrutan de retribución
generosa. (…) Puede, pues, asegurarse que la preponderancia del
clericalismo en España se basa en la ambición y la cobardía de los
políticos burgueses”.
3-
Por
la falta de formación crítica
de la población española, educada en hábitos y “tradiciones”,
que sigue de manera irreflexiva las rutinas mantenidas y alimentadas
por el consumismo. Así se explica que cuando menos se practica la
religión, más se siguen los ritos sacramentales ligados a lo que
todo el mundo llama “celebraciones sociales”.
CONTRADICIONES
Todo
esto puede explicar, pero en ningún caso justificar y mantener las
contradicciones existentes en nuestra sociedad. En la actualidad se
celebran menos bodas religiosas que civiles, sólo el 30% dedica el
0,7% del IRPF a la Iglesia Católica (a pesar de la propaganda y de
que no les cuesta nada), sólo el 10% de la población es practicante
(asiste a misa), muchos partidos y una gran parte de los
representantes políticos tienen en sus programas y se dicen laicos,
más del 80% de los jóvenes se manifiestan no religiosos, la
sociedad apenas tiene en consideración las normas de moral católica.
Y sin embargo se mantienen las celebraciones de bautizos y
comuniones, aumentan las cofradías y las procesiones, se envía a
los hijos a colegios religiosos y en los niveles de primaria todavía
elige una mayoría la enseñanza de religión para los hijos, los
representantes institucionales asisten a actos religiosos…
QUÉ
HACER
Primero
convencernos de que el laicismo no es un adjetivo más, un adorno en
el Estado y la sociedad democráticos y modernos, sino eje
imprescindible, la propia esencia, y eje
de defensa de los Derechos ciudadanos.
En estos momentos de involución del pensamiento en todos los
aspectos, de avance de los dogmatismos y los fundamentalismos, se
hace imprescindible la organización y la lucha conjunta por el
laicismo
Se
pueden priorizar varios frentes:
- – Exigir el derecho básico a la libertad de conciencia y el
cumplimiento
de la Constitución.
Lo que supone exigir el cumplimiento del artículo 14 ; la reforma
del artículo 16, por la burla del 16.2, y la negación de
convicciones no religiosas del 16.3; la correcta interpretación del
artículo 27.3. Exigir la Derogación de la Ley Orgánica de Libertad
Religiosa de 1980, que traslada su interpretación a las Leyes
Orgánicas de Educación. Denunciar el acuerdo base de 1979, que
asume todos los acuerdos del Concordato de 1953. Exigir la salida de
las enseñanzas religiosas del currículo escolar…
- – Promover acciones, campañas, jornadas, foros,
conferencias,
escritos…
de difusión colectiva y organizada en pro del valor humanista y
universal del laicismo como base para la convivencia libre y
democrática y como garantía de los derechos civiles.
- – Aglutinar en torno a este eje fundamental las actuaciones y
acciones
de todos los grupos, colectivos, y partidos políticos que se
definen como progresistas y humanistas
Pero
sobre todo, ejercer individualmente en todo momento y en todas las
relaciones y colectivos de los que formamos parte la libertad de
pensamiento y de conciencia, exigiendo el respeto y denunciando los
ataques a los mismos.
Hasta
que la mayoría social se configure como pueblo consciente y tome el
poder estableciendo el Estado democrático, que bien pudiera ser la
III República que propugna Julio Anguita, referente del FCSM, cuya
constitución tendría presente una serie de principios de laicidad .
“Principios de laicidad que vertebrara el espíritu de dicha
constitución y que recogiera, por ejemplo, que la laicidad se apoya
en dos pilares: la Ética, en sí misma libertad absoluta de
conciencia, y el status cívico que define la separación de las
iglesias del Estado. Al igual que serían principios de ese texto
constitucional que la laicidad establece estrictamente la diferencia
entre dos universos distintos: el interés general y la convicción
individual. O que la laicidad es explícitamente consustancial con la
República. (…) Debiera verse también que la laicidad sostiene el
desarrollo del ser humano en el marco de una formación intelectual,
moral y cívica permanente, en el espíritu crítico y en el sentido
de la solidaridad y la fraternidad. Que el ideal laico es inseparable
del rechazo al racismo y todo tipo de segregación en todas sus
formas. Y que en una sociedad laica el único medio de desarrollo
social es la integración – diferente a la asimilación-, la
participación de todos y todas en una colectividad de ciudadanos
libres e iguales en derechos y deberes. (…) No debería olvidarse
tampoco que la Ética laica conduce inevitablemente a la Justicia
Social: la igualdad de derechos, la igualdad de deberes, la igualdad
de oportunidades. La instrucción laica, la escuela, el derecho a la
información y el aprendizaje de la crítica son las condiciones de
esta igualdad”.
Termino
con otra frase de Víctor Hugo: “Si este pueblo español en verdad
quiere ser libre y soberano debe olvidarse de los curas y del rey”.
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