Manuel Montejo.
Frente Cívico “Somos
Mayoría”.
Ha
pasado una semana desde que todos los que participamos en las Marchas
de la Dignidad y en la jornada del 22M sentimos estar viviendo algo
histórico. Emocionados por algunas de las imágenes que
contemplábamos, no dejábamos de preguntarnos hasta dónde llegaba
esa enorme marea de cabezas que teníamos delante y detrás. Sí, una
manifestación tan masiva, festiva y colorida no se veía en este
país desde hacía mucho tiempo. Desde entonces ha habido tiempo de
reflexionar y de observar algunas consecuencias.
Frente
a la enorme demostración de malestar popular que se produjo en
Madrid, el Poder ha desplegado su ya habitual estrategia de
ocultación, menosprecio, criminalización, y represión, nada que
pueda sorprendernos a estas alturas.
La
ocultación duró todo lo posible, hasta que se presumió que la
convocatoria sería multitudinaria, y dio paso a la criminalización.
Mientras en los días previos a la manifestación la mayoría de los
medios informativos desplegaron un inmenso manto de silencio sobre
las columnas de caminantes que recorrían las carreteras del estado,
en la jornada previa al 22M el Presidente de la Comunidad de Madrid
cambió el rumbo informativo con su habitual verborrea y puso a las
Marchas en el centro del disparadero mediático. Había llegado la
hora del desprestigio.
Este
experto en fracasos (Madrid 2020, Eurovegas, privatización de seis
hospitales públicos, etc.) no dudó en comparar
el manifiesto del 22M con el programa político de Amanecer Dorado,
el partido neonazi griego. Seguro que muchos se echaron las manos a
la cabeza ante tamaña mezquindad pero otra parte de la opinión
pública debería haber revisado el programa
de Amanecer Dorado para descubrir que, aunque había
coincidencia en reclamar el no pago de la deuda y la lucha contra la
corrupción política, reivindicaciones habituales del fascismo, el
contenido político de los neonazis griegos profundiza en cuestiones
radicalmente opuestas al manifiesto del 22M.
Sin
embargo, se habrían percatado de las sospechosas similitudes entre
las propuestas del partido griego y las políticas del partido en el
que milita el inquilino del ático de Estepona, tanto en política
migratoria (“Detención inmediata y deportación de los inmigrantes
ilegales a sus países de origen”), como en sanitaria (“Los
abortos serán prohibidos”), educativa (“Los libros de historia
se reescribirán y se centrarán en la historia griega. Exámenes
especiales a maestros para comprobar su nivel cognitivo y su
conciencia nacional”) y de libertad religiosa (“Amanecer Dorado
se opone a la separación Iglesia-Estado”).
Quizás
si el presidente madrileño se hubiera acercado el sábado a Atocha
se habría llevado una enorme sorpresa al ver a grupos de inmigrantes
manifestándose junto a los que él calificó de “convocantes
nazis”. Incluso se le habría explicado cómo un grupo de
inmigrantes marroquíes, que recuerdo haber visto en la primera
etapa, habían participado en el recorrido de la Columna Andaluza.
Igual no es suficiente señal de tolerancia para este nuevo adalid de
la denuncia del fascismo pero es un buen ejemplo de la facilidad con
la que se tergiversa y se siembran las medias verdades en los medios
mayoritarios.
Una
vez que se comprobó la magnitud de la manifestación (aunque habría
que hablar de una concentración, ya que más de la mitad de los
participantes no pudo llegar a Colón) y su carácter pacífico,
comenzó el habitual baile de cifras entre organizadores, autoridades
y medios. Su máxima expresión, y también la más ridícula, es que
a partir de dos fotografías de multitudes prácticamente idénticas
en la misma zona, se contabiliza de forma distinta según el signo de
los convocantes: ante la misma vista aérea, se concluye que el Papa
concentró a millón y medio de españoles pero el 22M únicamente a
cincuenta mil.
Por
último, como otro rasgo característico más de la “Marca España”,
llegaron los disturbios. El enfrentamiento entre reducidos grupos
violentos y las unidades antidisturbios es el principal elemento de
toda esta estrategia, ya que ha servido para esconder las
motivaciones, las reivindicaciones y el desarrollo de las Marchas de
la Dignidad. Como siempre, un grupo de encapuchados, entre los que
hay infiltrados policiales, proporciona la excusa para las cargas de
los antidisturbios, coincidiendo con la hora de comienzo de los
telediarios. En esta ocasión se invadió una Plaza de Colón llena
de miles de manifestantes pacíficos, antes incluso de que acabara el
acto final, mientras cantaba la Solfónica. A partir de ahí, entre
los presentes se extendió el pánico y se sucedieron las carreras en
busca de refugio, mientras los medios obtenían las imágenes de
disturbios salvajes que han venido llenado las pantallas y los
diarios durante días. Toda información y debate en los medios de
comunicación ha quedado reducida a la violencia, la responsabilidad
de los organizadores y la actuación policial. Incluso desde la
Delegación del Gobierno se intenta culpabilizar a la organización y
a la propia existencia de las Marchas de la Dignidad, de forma que la
represión llegue hasta el ámbito judicial.
Este
relato abreviado de lo sucedido durante estos días es bien conocido
y sigue la lógica de la respuesta a la que nos tiene acostumbrados
el Estado. Sin embargo, nos ofrece dos elementos para reflexionar y
fortalecer las Marchas de la Dignidad.
El
éxito de las Marchas de la Dignidad es evidente y ha sido posible
gracias al buen análisis de la situación social y de las
necesidades y fortalezas de los movimientos. Una de las razones de
ese éxito ha sido la diversidad de la participación. Desde el
momento en que se gestó la idea, las organizaciones y colectivos
implicados tuvieron claras dos ideas: el sentido unitario de las
Marchas y el protagonismo de todos aquellos que sufren directamente
la crisis. Pero este planteamiento, lleno de sentido común, ha sido,
al mismo tiempo, el objetivo más difícil de lograr. El esfuerzo
continuado por reforzar aquello que nos une y relegar a un segundo
plano la habitual pelea de egos y protagonismos se ha visto reflejado
en el resultado final. Las Marchas de la Dignidad son un espacio
común para todos aquellos a los que se les ha arrebatado un trabajo,
una casa, un derecho social pero que conservan lo esencial para
seguir luchando por recuperarlos: su Dignidad.
Por
otro lado, también ha sido evidente el grado de eficacia que sigue
teniendo la respuesta del Poder. Y sobre esta cuestión es necesaria
una reflexión más serena, sin dejarnos llevar por la indignación
ni la impotencia. Para ello es fundamental, porque es el elemento más
poderoso de deslegitimación, abordar en profundidad el asunto de la
violencia.
No
sólo ha de hacerse por cómo afecta a la visualización de la
protesta (no se puede evitar que los medios sigan respondiendo a los
intereses particulares de quien les paga) sino por cómo se puede
conseguir canalizar dentro de las movilizaciones. No podemos seguir
limitándonos, por un lado, a responder a la petición de condena que
se arroja contra los organizadores y, por otro, a denunciar las
prácticas represivas de la policía. Esto nos sitúa dentro de la
lógica comunicativa del poder; no nos aporta solución sino que nos
deja a su merced, jugando en su terreno.
Sin
embargo, tampoco debemos ignorarlo. Los grupos violentos no
representan al 22M y se ha dicho alto y claro desde el principio
pero, sabiendo que están (y estarán) presentes y que determinan el
resultado final, hay que optar por el diálogo con ellos, bien para
integrarlos, de forma que su acción responda a las necesidades
estratégicas que tenga en un momento dado el conjunto de la
movilización, o bien para neutralizarlos y evitar su protagonismo
sin ambigüedades, si no fuera posible el acuerdo. Además, la
profundidad y dureza de la crisis y la sensación fundada de que se
ignoran las protestas son el abono imprescindible de esta violencia,
de manera que podemos prever que irá en aumento y que estos grupos,
ahora minoritarios, pueden crecer en siguientes convocatorias.
El
camino de la desobediencia civil debe marcar el paso y toda violencia
debe supeditarse a la estrategia del movimiento (Francisco Fernández
Buey escribió
y bien sobre esta cuestión). Seamos conscientes de que nos estamos
enfrentando a un uso fascista del poder mediático, policial y
judicial, con una nueva legislación que nos situará ante el Derecho
Penal del Enemigo. Abordémoslo con calma y
conocimiento, sin ceder a la presión mediática pero sin
autoengaños.
Estos
dos elementos, el ahondar en la diversidad y canalizar la violencia
en desobediencia civil consciente, firme y con base, deben ser
centrales en la continuidad de este movimiento surgido a partir del
22M.
No
hay mejor respuesta a las palabras de Ignacio González, máximo
representante de la indignidad, que las escritas en su pancarta por
un manifestante y que un compañero observó en el camino de Atocha a
Colón: “Yo no soy de Amanecer Dorado. Quiero que mis nietos tengan
otro amanecer”.
El
movimiento del 22M busca ese próximo amanecer, una amanecer en el
que nuestros hijos no tengan que reclamar sus derechos para poder
llevar una vida digna. Sigamos trabajando en lo que nos une y en
aquello para lo que todavía no tengamos una respuesta eficaz frente
al Poder.
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