El economista.es
La
llamada integración europea es presentada como un bien en sí mismo
contra el que no cabe, por irreal y absurdo, un proyecto con otros
parámetros de construcción que los que construyen esa “integración”.
Todos aquellos que señalen o denuncien errores, injusticias sociales o
graves contradicciones en el interno de la UE, son condenados al limbo
del ostracismo político. La integración, basada en la supuesta búsqueda
de un ente supraeestatal futuro ad calendas graecas por otra parte, ha
sido desarrollada a través de hechos consumados decididos por poderes
ajenos a la elección democrática.
Es sintomático que las grandes directrices de política económica y social vengan de una entidad, la Troika,
que no aparece como tal organismo de la UE en ninguno de los tratados.
Ningún ciudadano o ciudadana de la UE siente como poderes políticos al
Consejo Europeo o al Parlamento; son más evidentes como fuentes de
decisión la señora Merkel o el señor Draghi.
Lo que ya no percibe la ciudadanía de la UE es el poder oscuro e
implacable constituido por los “lobbies” de las grandes empresas que
instalados en Estrasburgo o Bruselas en número considerable, influyen,
dictan o simplemente compran voluntades políticas.
El discurso de la progresiva desaparición de los Estados en aras
de una entidad que constituya la Europa unida se está cumpliendo. Lo
que ocurre es que la pérdida de soberanía económica, monetaria y de
política social de los Estados no se está haciendo a favor de un unidad
política con todos los atributos inherentes a la misma sino en pro de un
mayor, por no decir único, poder de las multinacionales y financieras.
Por eso, es inocua la actitud de ciertas fuerzas políticas que
plantean cambios en la política económica, monetaria y social en España
mientras que presas del tabú y del miedo escénico a los poderosos,
siguen arguyendo aquello de que “hace falta más Europa” ¿Qué Europa? ¿En
que realidad viven?
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