Cuarto Poder
Porque los dioses perciben el futuro, los hombres el presente y los sabios lo que se avecina (Filóstrato, según Cavafis)
A Julio Anguita
le han construido una imagen de doctrinario y de pésimo táctico. No es
verdad. El antiguo coordinador de IU tenía principios sólidos que nunca
aplicó dogmáticamente, pero, sobre todo, tenía y tiene un gran olfato
político para ver lo nuevo que emerge y traducirlo en votos. No fue
casual que los jóvenes del 15M lo admitieran como interlocutor, y lo
hizo a su manera, es decir, sin halagar y entrando en un diálogo franco y
leal. Tampoco fue casual el surgimiento del Frente Cívico. Izquierda
Unida, siempre temerosa, dejó pasar la iniciativa sin sacar las
consecuencias políticas debidas. Pablo Iglesias lo entendió a la primera
y lo convirtió en el núcleo del discurso político de Podemos.
Un
mes, más o menos, antes de las elecciones, Anguita escribió un artículo
valiente y extremadamente audaz con el título de “El nudo gordiano”. Lo
que venía a decir es claro: expresar la enorme preocupación ante una
izquierda que no está a la altura de las dramáticas circunstancias de
nuestro país y proponer la creación de una nueva formación política más allá de IU y del PCE. Me temo que este artículo será tratado
como los anteriores, es decir, dejarlo pasar y que el tiempo lo haga
olvidar. Un error más de los pusilánimes de turno, porque, se esté de
acuerdo o no con él —yo lo estoy— el debate merece la pena y puede
clarificar mucho los dilemas estratégicos de las fuerzas que, en uno u
otro sentido, impulsan lo que hemos llamado la unidad popular.
Todo
esto —parece evidente— tiene que ver con el análisis y la valoración de
las elecciones municipales y autonómicas celebradas hace unos días, en
el marco de un ciclo que terminará en noviembre de este año. Nos
referimos a unas elecciones singulares que encuentran a las llamadas
fuerzas emergentes en condiciones especialmente complicadas. Inventarse
organizaciones, desarrollarse territorialmente y generar centenares de
candidaturas en poco más de un año no es nada fácil. Esto obliga a
entender estas elecciones como la continuación de un ciclo iniciado en
las europeas y que terminarán con las generales. Al fondo, el 15M.
Los
resultados entraban —podríamos decirlo así— en el marco de lo
previsible. En primer lugar, derrota política del Partido Popular. La
derecha pierde votos, pero sobre todo, va a perder poder, mucho poder.
Es cierto que el PP sigue siendo la primera fuerza política del país y
debe suscitar reflexión preguntarse cómo y por qué se sigue votando a
una formación política ligada estructuralmente con la corrupción. En
segundo lugar, el bipartidismo retrocede pero se resiste en clave PSOE. La estrategia de Pedro Sánchez se ha mostrado acertada,
polarizarse claramente con la derecha y frenar por la izquierda a
Podemos. Frente a los que opinaban que era el momento de “la gran
coalición” y que había que moderar la confrontación, el secretario
general del PSOE entendió que esto era suicida y que dejaba a Podemos un
amplísimo espacio electoral.
Conviene aquí no confundirse
demasiado. Polarizarse con el PP es buscar el eje derecha- izquierda
como referencia, sabiendo que, al final, se pedirá, como siempre, el
voto útil y la necesidad de sumar todos los apoyos a la “izquierda”
capaz de impedir el triunfo de la derecha. El “relato” es claro: o se
vota al PSOE o gana la derecha. Este ha sido el chantaje discursivo
durante más 30 años que Izquierda Unida no pudo, casi nunca, superar.
Todos
sabíamos que la táctica del voto útil escondía una trampa que era
relativamente fácil de desvelar: si a la izquierda del PSOE crecían
fuerzas con proyectos alternativos, estos, los socialistas, tendrían que
decidir si estaban por seguir pactando con los poderes económicos o
—era la clave— girar a la izquierda y propiciar políticas en favor de
las mayoría sociales y, específicamente, de los trabajadores y
trabajadoras. Lo fundamental —todos lo sabemos— era un sistema electoral
que forzaba al voto útil y dejaba a las fuerzas realmente de izquierdas
fuera de las opciones con posibilidades reales.
Aquí se ve, una
vez más, que el verdadero partido del régimen es el PSOE, ya que asegura
como nadie que los que mandan y no se presentan a las elecciones puedan
obtener un consenso lo suficientemente amplio para que en ningún
momento se cuestione el modelo económico y de poder vigente. El partido de Pedro Sánchez, aún perdiendo más de 600.000 votos, sale fortalecido de estas elecciones, lo que le va a servir de plataforma para encarar razonablemente las generales. Los que mandan habrán tomado ya nota.
Podemos
se consolida territorialmente y se desarrolla orgánicamente. De nuevo,
el juego entre expectativas y realidad acaba pasando factura. Estas eran
las elecciones más difíciles para el partido de Pablo Iglesias y
las ha pasado con una nota alta. Hay que analizar caso por caso y no
confundir las elecciones autonómicas con las municipales, aunque ambas
han estado íntimamente relacionadas. En algunos lugares las municipales
han tirado de las autonómicas y, en otros casos, las han frenado o
incluso las han hecho retroceder. A la inversa también ha ocurrido.
Podemos,
en las comunidades autónomas y en decenas de ciudades, va a acumular
poder institucional y mucha influencia política; ahora bien, los dilemas
a los que se enfrenta no serán pequeños. En diversos lugares tiene
escaños suficientes para, junto con el PSOE, echar a la derecha y
propiciar una nueva situación política. El otro lado de la contradicción
es también evidente: se pacta con el principal competidor electoral y parte decisiva del bipartidismo —más o menos imperfecto— dominante. “Cerco mutuo y guerra de posiciones”,
este es el escenario de una batalla política y estratégica donde se
juega, ni más ni menos, la enésima restauración borbónica o el cambio
real, es decir, la ruptura democrática. También hay que tomar muy en
cuenta —no es poca cosa— que el campo de las fuerzas de la
transformación real se ha hecho más plural, más heterogéneo, y que
forjar la alternativa, no la simple alternancia de los partidos del
turno dinástico, será una tarea compleja y llena de dificultades.
Los
resultados de Izquierda Unida han sido aún peores de los que auguraban
las encuestas. Resultaron patéticos, en la noche electoral, los
esfuerzos del coordinador por maquillar los pésimos resultados de las
autonómicas oponiéndoles los buenos de las elecciones municipales, sin
darse cuenta de que, con ello, se ponía de manifiesto el verdadero
problema: IU tiene una excelente organización y carece de (dirección) política.
Para decirlo más claramente, cuando se trata de organizar, de montar
centenares de listas y presentar candidaturas, los hombres y mujeres de
IU se sobran y se bastan, incluyendo las decenas de candidaturas de
unidad popular; se podría decir, sin exagerar demasiado, que no
necesitan de la dirección; lo saben hacer y punto.
El problema
reside en que cuando pasamos a las elecciones autonómicas, la política,
la buena política, la dirección adecuada y la táctica justa, cuentan y
mucho. Las carencias de la dirección federal —su no política unas veces o
sus políticas equivocadas otras— perjudicaron el discurso de las
autonomías y sus opciones electorales. Cuando se ha tenido política,
esta no ha sido otra cosa que racionalización del repliegue identitario,
muchas veces trufado de un discurso anacrónico, que por serlo, siempre
apareció postizo y sin alma.
Seguramente, el dato más relevante es el avance de la unidad popular,
reflejada ejemplarmente en Madrid y en Barcelona, destacadas
expresiones de centenares de candidaturas construidas paciente y
tenazmente en todo el país, en condiciones —justo es subrayarlo— duras, a
veces, extremadamente duras. Donde estas se han organizado
democráticamente, respetando la pluralidad y superando las prepotencias y
sectarismos, han funcionado y se convierten en el dato más relevante de
nuestra realidad política vista desde abajo y desde la alternativa
democrática.
No conviene olvidarlo en esta hora: centenares de
militantes y activistas de IU han estado por delante y por detrás de
estas candidaturas de unidad popular, la mayoría de las veces contra el
criterio de sus direcciones y teniendo que soportar todo tipo de
coacciones, amenazas y, al final, expulsiones; sí, hay centenares de
afiliados excluidos de la organización en todo el país por defender lo
aprobado en la X Asamblea de IU. Ahora, después de las elecciones, Cayo Lara
les dice que lo que ha ganado es la convergencia y la unidad popular,
es decir, aquello por lo que muchos han sido marginados o excluidos por
las distintas direcciones. Una vieja historia; se deja pasar la pelota y
no al jugador.
Es hora de volver a Julio Anguita. El fondo del
asunto es simple y coherente con su modo de ver la política de este país
desde su reflexiva soledad cordobesa: hay que construir la alternativa,
para ello hace falta organizar un proyecto autónomo con voluntad de
poder; el tiempo apremia y la unidad no tiene espera. Nos lo jugamos
todo en poco tiempo y todos debemos hacer los deberes que nos tocan. A
Podemos le toca la responsabilidad de estructurar el bloque
nacional-popular sabiendo que solo no podrá. A IU le toca “refundarse”,
es decir, fundarse de nuevo. No es tan difícil de entender: el proyecto
histórico de Izquierda Unida no cabe ya en esta forma-partido que ha
devenido en las siglas IU. Llorar lo justo y abrirse a lo nuevo que
surge en nuestra sociedad y que ha venido para quedarse.
1 comentario:
hay que construir la alternativa, para ello hace falta organizar un proyecto autónomo con voluntad de poder; el tiempo apremia y la unidad no tiene espera. Nos lo jugamos todo en poco tiempo y todos debemos hacer los deberes que nos tocan. A Podemos le toca la responsabilidad de estructurar el bloque nacional-popular sabiendo que solo no podrá. A IU le toca “refundarse”, es decir, fundarse de nuevo. No es tan difícil de entender: el proyecto histórico de Izquierda Unida no cabe ya en esta forma-partido que ha devenido en las siglas IU. Llorar lo justo y abrirse a lo nuevo que surge en nuestra sociedad y que ha venido para quedarse.
HABER SI ESTO SE NOTA POR ALGUN LADO Y NO SE QUEDA EN PALABRAS COMO SIEMPRE.
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