Imagen: Miembros de la Troika aplicando sus directrices a Grecia
Artículo: Fuente Cuartopoder
Manolo Monereo y Héctor Illueca *
Fiódor Dostoievski es uno de los escritores que mejor ha retratado
los aspectos más oscuros de la condición humana. En un pasaje memorable
de Los hermanos Karamazov, cuenta la historia de un rico
propietario que vivía retirado en su hacienda, asistido por sus criados y
entregado a sus aficiones, entre las que se hallaba la caza. Un buen
día, el hijo de uno de sus siervos, un niño que no tenía más de ocho
años, lanzó una piedra a su perro de caza favorito, hiriéndole en una
pata y provocando la ira del amo. Con el fin de castigarlo, congregó a
la servidumbre en un descampado y encargó a los perreros que dispusieran
la jauría para una jornada de caza. A continuación, hizo traer al niño y
ordenó que lo desnudaran delante de todos. Aterrorizado por la
situación, el niño echó a correr por el descampado y el viejo lanzó en
su persecución a los perros, que en pocos minutos despedazaron al
muchachito ante la mirada horrorizada de su madre, obligada a contemplar
la escena. El castigo ha sido siempre un instrumento para disciplinar e
infundir temor a los oprimidos. El desenlace de la crisis griega
demuestra que continúa siéndolo.
El reparto de papeles encaja perfectamente en el molde narrativo trazado por Dostoievski: Grecia
aparece como una víctima que ha sido sacrificada para dar ejemplo a los
países de la periferia. Su delito, haber desafiado las políticas de
austeridad impuestas por la Unión Europea en las elecciones del 25 de
enero y, más recientemente, en el referéndum del 5 de julio, con el
apoyo de movilizaciones masivas y una creciente solidaridad
internacional. El castigo, un draconiano plan de ajuste que entierra la
voluntad popular bajo una nueva oleada de privatizaciones, subidas de
impuestos, reformas laborales y recortes en las pensiones públicas, a
cambio de asistencia financiera para atender vencimientos de deuda y
recapitalizar el sector bancario. Por supuesto, Alemania
es la dueña de la hacienda, a la que todos obedecen y sirven fielmente
como vasallos. Los pueblos del sur de Europa contemplan estupefactos la
insensata humillación de Grecia, evocando el atemorizado rostro de los
siervos que aparecen en el relato de Dostoievski.
Lo peor es que el plan de ajuste no resuelve absolutamente nada,
empeora la situación de Grecia y está condenado al fracaso. Por lo
pronto, el aumento del IVA y la mayor represión salarial abocan a un
agravamiento de la crisis, que dura ya más de un lustro. Desde el punto
de vista financiero, el problema de la deuda también se agravará a
medida que la situación se deteriore y el descenso de la actividad anule
los efectos de la reforma fiscal que se ha comprometido a aprobar el
Gobierno. Así lo ha reconocido el FMI en un informe confidencial
que se ha filtrado a la prensa apenas unas horas después de la
suscripción del acuerdo con las instituciones europeas. Según este
informe, Grecia necesita un período de carencia no inferior a 30 años y
una drástica extensión de los vencimientos para el pago de su deuda. De
lo contrario, afirma el FMI, la deuda griega alcanzará el 200 por ciento
del PIB en los dos próximos años, lo que probablemente supondrá un
grave deterioro en la sostenibilidad de la misma y exigirá una
reestructuración a gran escala en forma de quitas en los préstamos
contraídos con los acreedores.
Desde el punto de vista político, el acuerdo convierte a Grecia en
una colonia alemana privada de soberanía. Causa dolor y pena ver a
Alexis Tsipras convocar apresuradamente al Parlamento para ratificar
leyes impuestas por una potencia extranjera, utilizando los mismos
procedimientos de urgencia que Syriza criticaba hace muy poco tiempo.
Causa auténtica vergüenza leer el texto del acuerdo, que obliga al
Gobierno griego a “consultar y acordar con las Instituciones todos los
proyectos legislativos […] con suficiente antelación antes de someterlos
a la consulta pública y al Parlamento”. Ni siquiera se respeta la
reciente Sentencia del Tribunal Constitucional que declara la
inconstitucionalidad de los recortes en las pensiones públicas por
entender que privan a los jubilados del derecho a una vida digna y
contravienen la Constitución del país. Definitivamente el Tratado de
Maastricht y la aparición del euro han hecho emerger instancias
soberanas detentadas por las grandes potencias europeas, singularmente
Alemania, que ejercen un poder materialmente constitucional con
capacidad para imponer reformas sustanciales en las legislaciones de
otros países.
Las consecuencias del giro político que se ha producido en Grecia son de gran alcance y no pueden subestimarse. Alexis Tsipras,
una de las figuras más significativas de la izquierda europea, se
expone a un grave deterioro de su credibilidad que trae a la memoria el
caso de Zapatero, convertido en un cadáver político tras plegarse a las
exigencias de la Troika aquel infausto 10 de mayo de 2010. La ruptura de Syriza
augura una derrota electoral de la izquierda o tal vez un vuelco
parlamentario en favor de una nueva coalición gobernante, sin que pueda
excluirse la posibilidad de un gobierno tecnocrático. Tras la derrota de
Syriza en el proceso negociador, queda la desilusión por la política y
la resignación ante el poder de una Unión Europea dirigida con mano de
hierro por el Estado alemán y puesta al servicio del capital monopolista
y financiero. La postergación del programa electoral sancionado en las
elecciones y el clima de xenofobia alimentado por los medios de
comunicación favorecen el ascenso de fuerzas antidemocráticas y podrían
abrir la puerta a la extrema derecha.
En cualquier caso, la dureza del castigo infligido a Grecia
trasciende las fronteras de este pequeño país mediterráneo. Ya hemos
visto que el castigo es siempre disuasorio, y no debería olvidarse que,
en apenas unos meses, España afrontará las elecciones generales más
importantes de su historia reciente. Había que humillar y derrotar a Tsipras
para enviar un mensaje concluyente a nuestro pueblo: o se aceptan las
políticas de austeridad y se vota en consecuencia, o se afronta la
expulsión del euro, el colapso bancario y el aislamiento completo del
país. Poco importa que esta amenaza sea cierta o que se trate de un
farol para atemorizar a la población. La idea es provocar, por así
decirlo, una derrota preventiva de las fuerzas populares que concurrirán
a las elecciones del próximo otoño, y muy especialmente de Podemos,
extendiendo el miedo entre quienes aparecen como potenciales votantes
del cambio. Paul Krugman ha expresado esto con singular claridad, señalando que ser miembro de la zona euro “significa que los acreedores pueden destruir su economía si se sale del redil”.
Los pueblos de Europa tienen ante sí una disyuntiva que no es nueva
en su atribulada historia: someterse al último intento de colonización
patrocinado por el establishment alemán, o enfrentarse a él. Si
eligen lo primero, países como el nuestro transitarán rápidamente hacia
la dependencia y el subdesarrollo; si eligen lo segundo, deberán luchar
con inteligencia, coraje y no pocas dosis de audacia. Por fortuna, el
yugo de la moneda única y la necesidad de enfrentarse a la Unión Europea
se perciben ahora con mucha más claridad, delineando una frontera
política basada en la recuperación de la soberanía que la izquierda no
debería despreciar. Es muy posible que, en un futuro cercano, se
produzca un reordenamiento de los alineamientos políticos alrededor de
esta idea, señalando el sesgo autoritario y oligárquico de un sistema de
dominio hegemonizado por Alemania. Finalmente, debemos reconocer que la
crisis griega ha mostrado al mundo el verdadero problema de Europa:
Alemania ha vuelto y lo ha hecho para quedarse.
1 comentario:
El análisis, aunque en su mayor parte es correcto, creo que adolece de simplicidad, al achacar toda la culpa al estado alemán, pues pienso que hay una mano negra, malvada y poderosa, que opera tras bambalinas, y que va mas allá de tal o cual estado, y en todo caso, si de potencias mundiales se tratara, en último término encontrariamos a Estados Unidos. Pues eso creo.
Publicar un comentario