martes, 25 de agosto de 2015

Otras visiones, otras lecturas: "¿De qué tradición estamos hablando?"

 
Francisco de Goya: Procesión de disciplinantes

Víctor María Moreno Bayona

Fuente: Laicismo.org

     La mayoría de los alcaldes que asisten a actos religiosos dicen que lo hacen, no porque sean creyentes en primera instancia, sino por fidelidad a una tradición local, regional o nacional.
Si no lo hicieran, sus paisanos los catalogarían como bichos raros. Lo curioso es que algunos de estos alcaldes que asisten a estas procesiones no se les conocía semejante afición cuando eran, sin más, ciudadanos de a pie, sin cargo político público. Ahora con el cargo al hombro parece que se les ha despertado su genotipo tradicionalista.
     Desgraciadamente, el fenómeno se extiende como una plaga en la hornada política. Y da lo mismo que los alcaldes sean de derecha que de izquierda. A muchos de ellos se les llena la glotis con la palabra tradición. Les va su marcha, valga la paradoja. Lo más curioso es que, si por lógica, los calificamos como tradicionalistas, replicarán que no nos pasemos, que una cosa es amar la tradición de su pueblo y otra ser tradicionalista y de las Jons. Y, por esta vez y sin que sirva de precedente, habrá que darles la razón.
    Tanta unanimidad conmueve. ¡Ni que la clase política hubiera hecho una convención para ponerse de acuerdo y decir lo mismo! Eso sí, más allá de este simple acto de habla no encontraremos más aportación que la apelación justificativa del clásico “es la tradición, ¿no?”. Ni siquiera reparan en el obsceno hecho de pensar lo mismo que sus oponentes cuando eso lo tienen prohibido por los estatutos del partido. Extraña actitud, pues los políticos como mejor se definen es afirmando lo contrario que sus adversarios. No es normal que cierta izquierda y la derecha defiendan la tradición y se rebelen al unísono creyente contra quienes pretenden, dicen, quitarles el santo y su procesión.

    Como mínimo diría que se trata de una unanimidad acrítica. Apelar a la tradición parece un argumento honorable, toda vez que con ello se celebra la memoria de nuestros antepasados, pero si no se va más allá de esta emocional razón… significa que no se ha superado el umbral del impresionismo.
Las tradiciones no son inocentes, ni neutras. Son formas culturales que reflejan el comportamiento colectivo de una sociedad tanto si son del pasado como del presente. Y la cultura tiene siempre un aspecto creativo, pero, también, regulativo, normativo y prescriptivo. No todo en ella es longaniza. Recordemos las veces que se ha relacionado cultura con la palabra barbarie. En efecto. No todas las tradiciones han sido positivas para el desarrollo de las colectividades y, mucho menos, para la emancipación del individuo. La fuerza coercitiva de los poderes locales, civil y eclesiástico, jamás ha permitido el libre desarrollo y autónomo del sujeto. Si algo perturbador tiene la tradición del pasado –sobre todo religiosa- es su obsesión por arrasar al disidente, al llamado hereje, sambenito que bastaba para llevar a uno a la hoguera.
Que no todas las tradiciones han sido oro molido lo revelaría el hecho incuestionable de que muchas desaparecieron, porque en ellas el respeto a la diferencia y a dignidad humana dejaban mucho que desear Ha habido tradiciones y costumbres que han sido un insulto a la racionalidad más elemental. Hacerlas desaparecer ha costado miles de años y, desgraciadamente, millones de muertos. Y se trataba de unas tradiciones consideradas la mar de honorables. No en vano su calidad venía garantizaba por la autoridad del crucifijo y, por si este fallaba, aparecía el argumento incontestable de la espada y del potro de tortura. Digámoslo ahora que podemos: en este país, rara será la tradición cuyo origen y desarrollo no haya dependido del férreo nihil obstat de la autoridad eclesiástica. Muchas tradiciones que actualmente se festejan tienen una genealogía poco compatible con el pluralismo y la libertad.
La gente que asiste a una procesión piensa que no hace mal a nadie, pues se limita a manifestar públicamente su fe en la virgen del Pilar y en san Fermín. Esa misma reflexión debería acompañarles cuando en la vía pública se manifiesta otra gente defendiendo ideas y planteamientos nada acordes con los planes inexistentes de Dios, ordenados e inventados por la obispada de turno.
Pero el acto de asistir a una procesión, sea laica o religiosa, no es inocuo. Lo saben hasta quienes se las dan de ingenuos. Menos inocente lo será si tal acto lo protagoniza un cargo público. La ideología que contiene una procesión, una romería, una ofrenda, un rosario y viacrucis públicos, es teología de catecismo concentrada. Teología del fetiche y de una imaginería casi siempre medieval o de la época de Chindasvinto. No es de extrañar. La parafernalia ritual eclesiástica huele a incienso viejo y revenido.
Se dice que estas manifestaciones religiosas se asientan en la tradición. Especifiquemos: en una determinada tradición. No otra. Una tradición que rezuma religión por todos los lados. No en vano, la religión ha sido el elemento fundamental utilizado para cohesionar, eufemismo de someter, a la propia sociedad. No existía acto de cierta transcendencia, aunque fuera de naturaleza civil, que no estuviera presidido por una imagen religiosa, una cruz y la presencia del hisopo. Todo debía pasar por la mirada omnipresente del ojo eclesiástico.
La tradición que postulan estos alcaldes es una tradición que ha sido un oprobio, una negación absoluta de la libertad de conciencia, de la libertad de pensamiento y de la misma liberta religiosa. Pues la base de su fe era totalitaria. Esta tradición, humus nutricio de las que actualmente existen y son reclamadas por acríticos alcaldes, hunde sus raíces en el más grasiento oscurantismo de la tradición católica. Una tradición que se consideraba representante exclusivo y excluyente de la marca Dios. La tradición religiosa que defienden estos alcaldes se remonta a una tradición en la que no había más espectáculo público que la adoración a un Dios secuestrado por la Jerarquía Eclesiástica. De hecho, su funcionamiento y su finalidad avasalladora confesional siguen como en la época del nacionalcatolicismo.
Pero ya ven, aun tratándose de una tradición indigesta, defiendo que procesiones, romerías, ofrendas y rosarios se manifiesten en la vía pública. Pues entiendo que las personas tienen derecho a proclamar públicamente sus creencias, sus obsesiones y sus fetiches particulares. Y con igual rotundidad sostengo que dichas manifestaciones y procesiones deberán convocarlas y organizarlas únicamente las iglesias locales, sometiéndose su petición al permiso del poder civil.
Los ayuntamientos deberán mantenerse alejados de su contacto y no permitirán que dicha materia forme parte de sus programas de fiestas. Ni misas, ni procesiones. Nada que recuerde a esa tradición religiosa que hemos descrito debe formar parte de su nomenclátor y protocolaria actuación.
Si los alcaldes quieren contribuir a la permanencia de una tradición, que hace tiempo debería haber desaparecido, háganlo en nombre propio, a título individual. Nunca como alcaldes y en nombre de los demás. Jamás con la pretensión ridícula de representar a todas la sociedad. Si hay un ámbito en el que no la representan ese es, precisamente, el ámbito plural de las creencias confesionales de la sociedad. La parte nunca representa el todo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

"Pero ya ven, aun tratándose de una tradición indigesta, defiendo que procesiones, romerías, ofrendas y rosarios se manifiesten en la vía pública. Pues entiendo que las personas tienen derecho a proclamar públicamente sus creencias, sus obsesiones y sus fetiches particulares."

Yo tengo como fetiche la zoofilia, ¿puedo practicarla y proclamarla en la vía publica?

Bueno pues, las procesiones son todavía más aberrantes y hasta Ud. Sr. Víctor María Moreno Bayona parece querer "respetarlas". Todo sea por ese "pluralismo" que todavía está por describirse, pues nada dice.

Salud

Lacort dijo...

Hombre, señor Anónimo, aparte del conjunto del artículo, parece que no ha llegado al punto donde dice: «… deberán convocarlas y organizarlas únicamente las iglesias locales, SOMETIÉNDOSE su petición al permiso del poder civil».
Así que, siguiendo similar criterio, el poder civil tomaría las medidas pertinentes para tener en cuenta los derechos de su perro…

Anónimo dijo...

Hola Lacort. Soy el anónimo, no pensaba que fuera a contestar nadie a lo que he escrito, la verdad.

Lo que he escrito hacia referencia a la idea del "pluralismo" que, como otras tantas, tanto se usa pero nunca se define.

¿Qué significa pluralismo?

Es pluralismo aceptar el asesinato porque sino agraviamos al asesino, es pluralismo aceptar el capital porque sino agraviamos a la dominación y la explotación del capitalista, ¿debemos quizá respetar al capitalista o el termino "respeto" también lo van Uds. a convertir en otro de los miles de eufemismos ya existentes?

Da la sensación de que el "pluralismo" puede ser utilizado para aceptar lo inaceptable con una facilidad y frivolidad muy característica del explotador capitalista que mientras explota al obrero le insta a que es libre y decisorio...

Los conceptos hay que desarrollarlos y los seres humanos tienen una larga tradición (otra de las muchas negativas) de inventarse nuevas palabras para parecer haber solucionado y/o superado los problemas insuperables o incompatibles con terminologías pasadas.

La religión es un mal que no debe ser tolerado. Otra cosa es lo que la religión a pretendido USURPAR como institución jerárquica e impositiva, además de irracional, cruel y sádica; el existencialismo, el misticismo, la necesidad del ser humano racional por dar explicación a su propia existencia. Son cosas muy distintas, de hecho, llegan a ser contrarias.

También hacia alusión a la aberración ideológica y cultural de las religiones, especialmente de la católica (ampliamente extendida a base de sangre y fuego por todo el planeta Tierra) y de cómo debe ser educada la verdad de la misma. Una secta sádica, cruel, despótica, con pretensiones de mantener al ser humano en condición de esclavo.

También hacia alusión a la idea de que la ley es la garante del bien común. NADA MAS FALSO. Es una correcta moralidad ideológico-cultural-educacional y medioambiental la que garantiza que los individuos no tengan necesidad de hacer mal a otros relacionándose de manera injusta y terminando como estamos ahora en capitalismo.

Si terminamos por SOMETERNOS al poder civil, suceden dos cosas;

1. ¿Cómo se sabe que ese poder civil no es y pretende ser igual o parecido al poder eclesial?

2. ¿No creará el poder civil otras tradiciones igual de aberrantes?

Y, por ultimo, también hace alusión a la idea de la lógica perfecta, pues el "pluralismo" o la "tolerancia" puede ser tan malo como la intolerancia. En España es fácil entender qué es lo que hubiese sucedido si se hubiese tolerado la dictadura, o la monarquía (mafia tiránica donde las haya) que todavía toleran. Será también por los designios del "pluralismo"....digo yo...eso sí, todo con el pertinente selo del poder civil legal....