Manolo Monereo y Héctor Illueca *
Miembros del FCSM
La
clave siempre de un discurso político es la definición clara y precisa
del enemigo. No hay política sin enemigo. Desde un punto de vista
emancipatorio y de clase, el enemigo son los que explotan, las clases
dominantes y aquellos que, de una u otra forma, colaboran activamente
para mantener y perpetuar dicho dominio. Otra cosa bien diferente es
cómo se construya discursivamente a los dominadores y cómo hacerlo
llegar a las clases subalternas para que sean identificables. El enemigo
es la oligarquía, es decir, el mecanismo que unifica, centraliza y
organiza a los tres grandes poderes en torno al Estado: económico,
político y mediático. La sociedad, las encuestas así lo dicen, es
consciente de que los que mandan son los banqueros, los grandes
empresarios, las transnacionales y los poderes mediáticos. Toda crisis
económica capitalista implica, de una manera u otra, concentrar y
centralizar el capital y esto está ocurriendo de una forma acelerada en
todos los dominios de la vida social. La tendencia de fondo es hacia la oligarquización de la economía, de la sociedad y de la política.
Podemos ha popularizado el término casta.
Es parte de la verdad, pero no es toda la verdad. Tiene tres problemas
graves esa formulación. El primero, que oculta el enorme poder que
tienen hoy los grupos económicos dominantes; los políticos son casta en
la medida en que cada vez son más subalternos a los poderes del capital.
El segundo, la corrupción es el sistema: los que no se presentan a las
elecciones mandan por y a través de la corrupción; el problema está en
los corruptores y no solo en los corruptos. Tercero, el poner solo la
atención en los “políticos” sitúa los problemas en los procedimientos y
no en los contenidos de la democracia, lo que puede favorecer y favorece
una visión transformista “a lo Renzi”.
Sería bueno, no será fácil, popularizar el término trama, la trama. Con esto (en Bolivia se habló antes de 1952 de la rosca)
se quiere señalar que existe un mecanismo único que organiza una matriz
de poder (para hablar con rigor) entre el capitalismo
monopolista-financiero, los poderes mediáticos y una clase bipartidista
corrupta y dependiente del capital. Insistimos, este bloque de poder
acepta el modelo de acumulación capitalista que han diseñado los poderes
económicos europeos y garantiza el Estado alemán. Ellos aceptan ser una
burguesía subalterna, parasitaria, rentista, en definitiva, capataces
de un capitalismo al servicio de los países ricos del núcleo.
Dicho de otro modo, cuando hablamos
de enemigo, ¿cuál es el verdadero problema de España? Esta es la
pregunta clave. El problema de España son sus clases dominantes y,
específicamente, la derecha política y económica. El Estado español ha
sido forjado por una oligarquía política, económica y social
especialmente cerrada, marginando a la inmensa mayoría de la población y
aplastando invariablemente cualquier expresión política orientada a la
consecución de los derechos democráticos y nacionales. La postergación
de la mayoría social sólo se pudo quebrar en períodos de profunda crisis
económica y social, sin posibilidad de estabilizar las conquistas
democráticas y de incidir duraderamente en la configuración de las
instituciones del Estado. Todavía hoy, la hegemonía de la oligarquía
dominante, reforzada y posibilitada por la represión franquista, explica
las notorias insuficiencias de un Estado que se autoproclama “social y
democrático”, pero que arrastra la impronta oligárquica de un proceso
histórico en el que las fuerzas democráticas resultaron invariablemente
derrotadas.
En este sentido, no es exagerado afirmar que la definición aristotélica de oligarquía describe
perfectamente nuestra actual forma política: una minoría corrupta que
gobierna exclusivamente en interés propio, despreciando el bien común y
el interés general de los ciudadanos. Una minoría que aglutina en
estrecha alianza el poder político, económico y mediático y que asume su
incapacidad de afrontar un camino independiente para España,
incorporándose a la Unión Europea en una posición subordinada y sin
cuestionar sus presupuestos de base. La característica específica de
esta oligarquía es que nunca ha tenido un proyecto de país, siempre ha
actuado en provecho propio y está al servicio de las potencias
extranjeras, sin dudar en ningún momento en usar la fuerza militar de
dichas potencias extranjeras contra los hombres y mujeres que viven en
España. Antes eran ejércitos, ahora las divisiones de carros de combate
son el capital financiero.
Entonces, ¿por qué centrar el debate en el término trama?
Primero, como hemos dicho, porque define los poderes reales:
económicos, políticos y mediáticos. En segundo lugar, porque enlaza con
una subjetividad organizada; la trama se organiza, conspira, se articula
y controla el poder del Estado, haciendo de la corrupción un componente
estructural del sistema político. Aunque a alguno se le erice el pelo,
la actual forma del Estado no es la de un régimen democrático salpicado
por casos de corrupción, sino la de un régimen oligárquico atravesado
por la corrupción y apenas disimulado por instituciones aparentemente
democráticas. Más de cien años después, y con una larga dictadura de por
medio, la descripción que Joaquín Costa efectuó de la
Restauración canovista conserva una vigencia asombrosa: “no es el
régimen parlamentario la regla, y excepción de ella los vicios y las
corruptelas denunciadas en la prensa y en el Parlamento; al revés, eso
que llamamos desviaciones y corruptelas constituyen el régimen, son la
misma regla”.
Y lo tercero, la trama define un
ellos y un nosotros; una minoría, cada vez más reducida, controla el
poder e impone un modelo social contrario a las mayorías. La trama vende
al país, nos subordina a una Europa alemana y nos alinea con el
imperialismo norteamericano. ¿Es casualidad que el último acto
importante de Zapatero fuera la ampliación de la base
de Rota? ¿No pactaron PP y PSOE la reforma del artículo 135 de la
Constitución Española, incorporando a su clausulado la prioridad
absoluta en el pago de la deuda pública? En
cierto sentido, la trama no forma parte de la comunidad política: se
comporta como un parásito, como si un cuerpo extraño se hubiera
apoderado por la fuerza de la cosa pública y conspirase permanentemente
para explotar y dominar a la colectividad. Las palabras de Costa
resuenan todavía como un eco que atraviesa el tiempo: “las supuestas
clases directoras y gobernantes son oligarquía pura, facción forastera,
que ha hecho de España campo de batalla y de explotación, atenta no más
que a su provecho y a su vanagloria”.
La trama es antagónica a la patria.
Nuestra patria no es una “comunidad imaginada”, no es nacionalismo, es
res-pública: un futuro a construir colectivamente; una sociedad de
hombres y mujeres libres e iguales que luchan por la emancipación social
basada en el autogobierno de la ciudadanía, es decir, en la soberanía
popular y en la independencia nacional.
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