Antonio García Santesmases
Fuente: Cuarto Poder
¿Qué
podemos aprender de lo ocurrido en Francia tras los sucesos trágicos que
hemos podido contemplar? Algo muy elemental y que nos cuesta aprender:
la laicidad es necesaria pero no es suficiente. Es necesaria si queremos
hablar de democracia pero no es suficiente si queremos que esa misma
democracia y los valores republicanos lleguen a arraigar. Poco puede
hacer la laicidad cuando el modelo social europeo se descompone y el
orden internacional aparece descontrolado, lleno de luces y sombras,
donde cambian los aliados, las prioridades y las estrategias de la noche
a la mañana a una enorme velocidad. Los antagonistas de ayer son los
aliados de hoy; los criminales, los benefactores; las esperanzas
primaverales, las pesadillas invernales.
España y Francia
Todos los que nos hemos interesado por
la cuestión del laicismo hemos mirado siempre a Francia como ejemplo de
un modelo de república laica. Un modelo que hemos envidiado, que hemos
admirado y del que nunca hemos dejado de aprender (de sus aciertos y de
sus errores). Lo hemos hecho hoy igual que lo hicieron los republicanos
españoles en los años treinta. Hay que recordar que los acuerdos en
1905 sobre la laicidad plantean una crisis del Estado francés con el
Vaticano que no se salda hasta los acuerdos de 1924.
Cuando la república española trata de
resolver el problema religioso, el Vaticano trata de buscar un acuerdo
porque tiene en su cabeza lo ocurrido tras la revolución rusa y la
revolución mexicana y piensa que mejor conseguir un acuerdo, como el
logrado con una república laica como la francesa, que ir a una
polarización de consecuencias imprevisibles. No dejaba de tener razón el
Vaticano pero no logró controlar a las derechas españolas.
Las derechas españolas sabían que no
existía ninguna nostalgia en la población española por la monarquía que
había desaparecido con la marcha de Alfonso XIII al
exilio. Por ello, enseguida concluyeron que la manera de encontrar una
bandera que permitiera articular una oposición contundente al régimen
republicano era movilizar al pueblo católico contra la república laica.
Existieron notables diferencias entre la actitud de los católicos
posibilistas, accidentalistas, dispuestos a la negociación, articulados
por la CEDA, y la actitud beligerante de los que poblaban las filas de
Acción Española, dispuestos a acoger en su seno a jóvenes admiradores
entusiastas del fascismo italiano, que, al final, constituirían La
Falange.
El intento de Azaña y de Fernando de los Ríos (con diferencias relevantes entre ambos) no encontró el apoyo de Gil Robles que
se negó a suscribir el texto constitucional. Es un dato que se olvida
en muchas ocasiones al enjuiciar lo ocurrido en aquellos años.
El hecho es que el modelo de un Estado
que se hiciera cargo del mundo educativo, que promoviera una ciudadanía
más allá de las particularidades religiosas, que fuera capaz de
articular un sentido de nación cívica y no religiosa, siempre estuvo
presente en las aspiraciones de los republicanos españoles. Y siempre
encontró la mayor hostilidad en las derechas españolas para las que la
república laica era contraria a la tradición española, en la que estaban
sellados indefectiblemente el trono y el altar. Para los que no estaban
dispuestos a defender la monarquía, permanecía, sin embargo, la
catolicidad como elemento esencial de la identidad nacional.
Los republicanos españoles admiraban el
modelo francés y vivieron con un terrible dolor, como un hachazo, el
abandono que Francia hizo de la república española cuando se produjo el
golpe militar de julio del 36. La política de no intervención los dejó a
los pies del nazismo y del fascismo. Ese dolor se tornó en sorpresa
cuando contemplaron la facilidad con la que caía la república francesa
ante el nazismo en 1940. El pueblo español había resistido durante tres
años a un golpe militar y el pueblo francés había caído sin resistencia.
¿Qué le pasaba a la nación ejemplo de república, de laicidad, de
ciudadanía, heredera de la revolución francesa, para sucumbir con tanta
facilidad? Chaves Nogales tiene reflexiones muy agudas sobre este fenómeno de la agonía de una nación.
El modelo de la democracia española del 78
A pesar del dolor de los exiliados
españoles por el comportamiento de Francia y de Inglaterra durante la
guerra civil española; a pesar de que la deuda de la Europa democrática
con la España republicana nunca fue saldada, no cabe duda que el modelo
para las izquierdas españolas, al encarar la transición, seguía siendo
Francia. Sigue siendo un modelo que permanece como un referente ideal
pero que no se llegó nunca a implantar. Los pactos de la transición
condujeron a un consenso que hoy está puesto en cuestión y que puede ser
revisado en la próxima legislatura.
El modelo que se implantó en España,
define un modelo de Estado aconfesional, que reconoce el papel de la
Iglesia católica en el propio texto constitucional y que propone un
modelo de colaboración entre la Iglesia y el Estado en el ámbito
educativo. Tras laboriosas negociaciones – incluyendo la retirada del
ponente socialista de los trabajos de la ponencia constitucional – se
alcanzó el consenso en torno al artículo 27 de la Constitución.
Donde no hubo consenso fue en los
acuerdos entre el Estado español y la Santa Sede que el gobierno de UCD
negoció paralelamente al debate constitucional y que aprobó con el voto
en contra de los socialistas. Tras catorce años de gobierno de Felipe González y ocho deRodríguez Zapatero no
se han denunciado estos acuerdos, aunque la promesa siempre vuelve a
aparecer cuando hay campañas electorales. En esta ocasión también ha
vuelto a aparecer. La necesidad del replanteamiento del modelo vigente
viene de la nueva situación que estamos viviendo y que sucesos como los
vividos en Francia no hacen más que recordarnos. Los acuerdos plantean
que es imprescindible preservar el derecho de los padres a que sus hijos
reciban una enseñanza de la religión de acuerdo con sus convicciones;
la enseñanza de la religión no es obligatoria, pero debe desarrollarse
en horario escolar y el profesorado que la imparta debe ser elegido por
las autoridades eclesiásticas.
¿Multiconfesionalismo o laicismo?
El haber concedido esta prerrogativa a
la jerarquía católica ha provocado que soportemos una profunda anomalía.
El profesorado de los centros públicos es elegido por el Estado entre
los aspirantes respondiendo a criterios basados en el mérito y la
capacidad; esto ocurre con todos los profesores exceptuando al
profesorado de religión que es elegido por el Obispo de cada provincia.
En el momento en que se aprobaron estos acuerdos, España era un país que
salía de una dictadura en la que el nacional-catolicismo había tenido
un papel fundamental y en la que pesaba en la mente de los
constituyentes el recuerdo de la tensión sobre la cuestión religiosa a
la hora de fracturar la convivencia entre los españoles.
En aquel momento no podíamos imaginar la
relevancia que tendrían hoy fenómenos como la multiculturalidad. La
situación en la que nos encontramos es que si el Estado español mantiene
los actuales acuerdos, las distintas confesiones religiosas solicitarán
(ya lo están haciendo) el mismo estatus que la jerarquía católica. Si
mantenemos los actuales acuerdos, la multiconfesionalidad se acabará
imponiendo.
Algunos consideran que ese es el camino
que nos espera y que además es un camino deseable para avanzar en la
política de integración de los distintos colectivos. Hacer presentes las
distintas religiones en los centros educativos y buscar vías de
convivencias que permitan aceptar las diferencias es el objetivo que
persiguen.
Otros pensamos que sería preferible
buscar una vía alternativa. De la misma manera que en las Facultades de
Filosofía existen materias como Filosofía de la religión o Historia de
las religiones, o en las Facultades de Sociología asignaturas como
Sociología de la religión; habría que conseguir que todos los alumnos
tuvieran un conocimiento de las variantes del hecho religioso y de las
actitudes ante el mismo. Un estudio de las distintas religiones y de las
posturas filosóficas (creencia, agnosticismo, ateismo) ante el hecho
religioso.
Creo que un estudio laico del hecho
religioso – que dejara la catequesis para la parroquia, para la sinagoga
o para la mezquita – sería muy conveniente para afrontar los
problemas del multiculturalismo y del republicanismo, del antisemitismo y
de la islamofobia.
Ello no resuelve naturalmente los
problemas de la precariedad laboral o de la exclusión social; no logra
compensar todas las desigualdades que provoca el orden económico
dominante pero puede ayudar a que la memoria de lo vivido no se pierda.
La posibilidad de seguir viviendo juntos está llena de agravios y de
heridas no curadas, pero también de esperanzas y de promesas; la
reflexión sobre el porvenir exige tener en cuenta lo que nos une, lo
que la república tiene que garantizar.
Es evidente que el neoconservadurismo
moral siempre ha estado en contra de esta propuesta republicana porque a
su juicio el laicismo iguala a las distintas confesiones religiosas y
nos conduce hacía una política de permisividad moral y de relativismo.
Son conocidas las críticas desde estas posiciones igualmente al buenismo
en política internacional y a cualquier política de entendimiento y de
alianza entre distintas civilizaciones.
Lecciones de una tragedia
Siendo apabullante en los medios esta
posición neoconservadora, es evidente que todos los expertos que tratan
el desafío ante el que nos encontramos insisten en la necesidad de
articular una política que logre la integración de sectores de la
población musulmana que no se sienten vinculados a los valores de la
república laica y que muestran su frustración atacando los símbolos
nacionales o aplaudiendo la violencia criminal. Pueden ser muy
minoritarios los que de ahí pasen a engrosen las filas del terrorismo
islámico pero el problema crece y crece en los barrios desestructurados.
Pueden ser pocos pero siempre serán muchos para garantizar la
seguridad.
Si no se logra esa integración, si esa
frustración sigue acumulándose, es muy difícil asegurar la convivencia y
es fácil prever que nuestras democracias liberales serán profundamente
transformadas para peor. Cuando la tragedia ocurre, todo el mundo mira a
los servicios secretos, a las fuerzas policiales, a las alianzas
militares, pero todo el mundo mira también a la educación. Lo que los
hechos nos muestran, una y otra vez, es que no será posible que la
escuela pública cumpla su cometido si se le pide que sea ella y sólo
ella la que palíe las desigualdades que produce nuestra sociedad.
La escuela pública puede hacer mucho
pero no lo puede hacer todo; pero lo que sí puede hacer es ser
consciente de que la transmisión de los valores del mundo republicano no
está garantizada para siempre. Hace unos meses pudimos ver en los
cines una película que refleja admirablemente esta situación. Estamos
ante el comienzo de curso y una profesora veterana se encuentra con el
problema de todos los años ¿cómo despertar la curiosidad de sus
estudiantes?, ¿cómo hacerles ver la necesidad de la memoria para evitar
que todo (también el mal) caiga en el olvido?. La película a la que me
refiero, La profesora de historia, mostraba la fuerza de una
docente que logra que alumnos de distintas culturas reconstruyan el
pasado y se hagan cargo de lo que significó el holocausto.
Al verla pensé en todo lo que queda por
hacer para que esa curiosidad se despierte también en nuestro país y
los alumnos de nuestros institutos puedan saber, al ver por televisión
la serie sobre Carlos V, quién era Lutero, qué papel jugaba el Vaticano, qué reclamaba Bartolomé de las Casas y
por qué ya entonces tenía importancia el Turco. Si además de conocer
las batallas se pudiera argumentar por qué se superaron las guerras de
religión y se llegó a aceptar el pluralismo, mucho habríamos avanzado.
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