viernes, 13 de mayo de 2016

¡Que vienen los rojos!

 



Jorge Alcázar
 FCSM y Colectivo Prometeo

    A medida que la posibilidad de confluencia electoral se ha ido convirtiendo en una realidad, desde el otro lado de las barricadas ha comenzado un campaña de difamación, calumnias y amenazas, que pretende instalar el miedo y el desconcierto en una gran parte de una ciudadanía que, ante los múltiples atropellos e injusticias a los que se ha visto sometida, empieza a despertar y busca encontrar futuro en la esperanza de esta unión.
    Al grito de ¡que vienen los rojos!, la derecha más rancia y reaccionaria y sus aliados socialdemócratas intentan de nuevo construir el relato falaz, apoyado en un ruido mediático desquiciante, que etiquete esta posibilidad de cambiar nuestro negro futuro por otro mejor, con un estigma identificable con el terror y la barbarie. Desde Rivera hasta Montoro, pasando por Rajoy, Sánchez, González, Díaz o Aznar -en la trinchera política-, los adocenados periodistas del régimen -ver opinadores de Prisa, Unida Editorial o Cope-, o las élites económicas del país, se busca identificar el movimiento de cambio con el comunismo, a la par que se pretende alimentar el símbolo comunista con la bazofia de siempre: retraso, trasnoche, dictadura y barbarie, para así apestar a todo lo que se oponga al actual régimen e impregnar este cieno por doquier y sin distinción.
    De esta forma, a todos por igual nos tildan de “comunista malo asesino quema iglesias”, lo que forma parte de una estrategia frecuente entre estas huestes y que a menudo y por desgracia ha servido con creces a sus intereses. Sin embargo, frente a este ataque de la sinrazón que pretende sumirnos en la oscuridad racional más absoluta que siga sosteniendo el chiringuito de las élites, debemos arrojar luz, pues como los vampiros, es la luz lo que temen.

Que una parte de los que hoy impulsamos y queremos el cambio vengamos o seamos de la tradición comunista es un hecho innegable que no debemos ocultar ni nos debe hacer sonrojar, pues frente al discurso, comprado entre otros por el sr. Rivera, que nos dice que somos lo antiguo fracasado, hemos de oponer los argumentos irrefutables que señalan que lo viejo conocido son las políticas liberales, conservadoras o neoliberales que los partidos del régimen, entre los cuales se incluye el del preferido del IBEX, han llevado a cabo desde la Transición -situándose la novedad más en los collares lustrosos que en los perros que los portan- y que han venido a representar el éxito de la oligarquía española y el fracaso para las clases populares; frente a aquellos que nos tildan de revolucionarios y antisistema, hemos de imponer la cruda realidad de las cifras del paro, la precariedad, la pobreza y la desigualdad, que sitúan las consecuencias de sus políticas, sus políticas y a ellos mismos, fuera del sistema y de la legalidad existente -baste para esto observar cómo en España se incumplen, día sí, día también, Constitución y DDHH, entre otras “cartas magnas” y vigas maestras del sistema jurídico español, europeo e internacional-; frente a declaraciones como las del Presidente de la nación, que definen la confluencia obtenida como “coalición de extremistas y radicales que no convienen a nuestro país”, hemos de subrayar el extremismo, la radicalidad y la inconveniencia de sus señorías y políticas para con los intereses de la mayoría social y de las instituciones que nos rigen, como así ponen de manifiesto las corruptelas, mafias y demás desmanes que las cloacas del estado han ocultado durante tantos años en sus entrañas; y frente a la vocinglera charanga que nos llama antidemócratas, expongamos los rudimentos del poder establecidos en el IBEX y los mercados, en el seno de los partidos-aparato, en instituciones tan “democráticas” como la Troika, la OTAN o el G7, en la monarquía y su corte, o en las relaciones de estas oligarquías con regímenes como Marruecos, Ucrania, Israel, Arabia Saudí, o los mismos Estados Unidos.
Pero por encima de todo, digamos la verdad sin miedo. Muchísimos otros ciudadanos y ciudadanas hoy se identifican con este movimiento de cambio por su hartazgo con el pasado y el presente, por su sentimiento de indefensión e injusticia para con las instituciones, por su precario futuro, y por su desesperanza cavada a golpes de realidad política, económica y social concretada en los programas y acciones conservadoras y socialdemócratas. Si esto es ser rojo comunista, bienvenido sea, aunque para mí más bien consista en ser rebelde contra la injusticia y la miseria que nos rodea, y no resignado político -que es lo que sus señorías persiguen-, característica esta la rebeldía, que no es exclusiva de los comunistas. Nosotros, los que sí somos o pensamos como tales, con carné o sin él y entre los cuales me incluyo, además de entender el mundo bajo un determinado conjunto de conocimientos e ideas, participamos de esa rebeldía de nuestros compañeros de lucha, sean de aquí o de allá, militen en tal o en cual, no militen o simplemente desde el salón de su casa suelten cada dos por tres un ¡qué hijos de …! cada vez que miran el futuro de sus hijos, el suyo propio o el de sus mayores, mientras sienten cómo los de siempre les meten una y otra vez la mano en el bolsillo para robarles lo que cada vez les cuesta más ganar. Además, los comunistas tenemos la extraña virtud de querer aprender de nuestros errores, criticar y asumir nuestros males históricos, y por ello intentar repensarnos continuamente, virtudes estas extrañas entre las filas de los que inventaron el “y tú más”, el pensamiento monolítico, la Restauración, el Absolutismo, y la “herencia adquirida” –maldita ironía-, pues que yo sepa, traicionar, corromper, vender, gobernar, amordazar, privatizar, imponer, reprimir, mentir, asesinar y delinquir, entre otros, son verbos de común conjugados por los que nos acusan de rojos; y, soberbia, caciquismo, fascismo, evasión, despotismo y tiranía, actitudes frecuentemente transitadas entre sus filas. Más les valdría entonces acudir a su iglesia a través de aquello de “…la viga en el ojo propio”.
A estas alturas históricas, cuando de comunismo hablen, sepan que habrá una comunista escuchándoles mientras crece de la mano de sus compañeros ecologistas, pues hemos entendido que nuestra visión social y económica es incompleta sin atender a nuestro planeta finito; mientras difamen al comunismo y a sus militantes, sepan que otro comunista estará completando su visión del mundo con el ojo feminista, ese ojo que pone el dedo en la llaga de un sistema que hace recaer todo el peso de la familia, de la economía y de la prole, en ellas, las mujeres, produciendo la mayor de las violencias habidas en la historia del hombre, y que por lo mismo ya es hora de hacer la historia de la mujer. Cada vez que nos acusen, con o sin razón, de comunistas, sepan que somos mucho más que simples comunistas, pues junto con nuestros camaradas de lucha, con ismos o sin ismos, con filiación o sin ella, siendo verdes, rojos, morados, o del color que sea, nos entendemos como pequeñas herramientas de cambio, dentro de una maquinaria más grande, que son puestas al servicio de una obra mayor: la transformación radical de una sociedad en la que una minoría ostenta, dilapida y acumula lo que la mayoría necesita.
Por lo anterior y aunque sigan blandiendo el ¡que vienen los rojos!, frente a sus mentiras, arrojaremos la luz. Frente a su terror, les daremos con la verdad. Frente a la sinrazón, echaremos en cara la razón. Frente a sus injusticias, reivindicaremos nuestras justicias. Frente a la élite, organizaremos lo popular.
Para que el miedo cambie de bando. Para que el futuro sea nuestro.



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