lunes, 6 de marzo de 2017

Importancia de la Política en la Salud



Antonio Pintor
Colectivo Prometeo
FCSM
     Cuando pensamos en las causas sobre la salud y la enfermedad nos solemos quedar en las llamadas «causas cercanas»: factores genéticos; agentes infecciosos; adecuada asistencia sanitaria; estilos de vida, etc. Sin embargo detrás de éstas tenemos otras menos visibles, son los «determinantes sociales de la salud», entre los cuales estarían: seguridad y calidad del agua y alimentos; precariedad laboral; el acceso y calidad de la vivienda; las condiciones ecológicas y medioambientales y disponer de protección social y servicios sociales. A su vez todos ellos están condicionados por los «determinantes políticos», que dependerán de las elecciones y prioridades de los gobiernos, las empresas y las diversas fuerzas sociales, políticas y sindicales que poseen algún tipo de poder en la toma de decisiones.
    La política vigente en la Unión Europea, de manera especial en la eurozona, es una versión moderna del liberalismo clásico, representada por el ordoliberalismo, que tiene su origen en Alemania. Estos nuevos liberales, han solucionado el problema clásico con el estado, el conocido: «no podemos vivir con él ni sin él, y no queremos tener que asumir sus costes», asignándole una función al servicio del mercado, consistente en establecer el marco general de condiciones que precisan los mercados para operar eficazmente. Para ello necesita sentar las bases de un «orden», o sea, de un Ordo, y adoptar todas aquellas medidas políticas tendentes a favorecer la competencia, con el respaldo de la política monetaria y de un banco central políticamente independiente, como condición para toda economía que aspire al éxito.
    El nuevo paradigma socioeconómico se centra en la ruptura con los compromisos sociales que constituían la base de una «sociedad justa». Pasando a ser considerados los responsables de la sobrecarga de las finanzas públicas y un lastre para el desarrollo económico. De ahí el mantra de la austeridad del gasto público, especialmente en las partidas dedicadas a la protección social, salud y educación. Al tiempo que se reduce la fiscalidad progresiva con el pretexto de disponer de capital para la inversión privada. Quedando el pleno empleo y la pobreza relegados a un papel secundario, o lo que es peor, convertidos en una alternativa al considerarse útil para reducir el coste de la mano de obra. A ello se añade la falta de control de precios, privatizaciones, protección del capital de inversión extranjera y su desconfianza en la democracia (razón de ser del Banco Central Europeo, independiente de las naciones y de cualquier control democrático). Y si «la situación lo requiere», como en Italia y Grecia en 2011, se derriban los gobiernos democráticamente elegidos y se sustituyen por «tecnócratas» a la orden de la banca.
    Con estos antecedentes podemos afirmar que los «determinantes políticos» de la salud salen mal parados. Y no sólo ellos, pues con estas políticas se está dificultando la salida de los pueblos de la crisis. Si analizamos el «multiplicador fiscal», concepto macroeconómico que nos indica la riqueza producida por cada euro de gasto público, de manera que si es superior a 1 aumenta y cuando es inferior a 1 disminuye, vemos que el multiplicador fiscal en Sanidad, Educación y Vivienda es superior a 3, indicando que por cada euro invertido se multiplica por tres, siendo una inversión rentable desde la economía y vital para la salud y bienestar de los ciudadanos. En cambio el multiplicador fiscal destinado a defensa y ayudas bancarias es inferior a uno, por lo que nos empobrece a los ciudadanos, aunque ellos(los bancos) sigan enriqueciéndose como muestran los datos publicados en prensa.
   Si aplicáramos a las medidas de austeridad los criterios de los ensayos clínicos médicos, un comité de ética los hubiese suspendido hace tiempo y los responsables habrían sido expulsados de la profesión.
     El que se siga insistiendo en aplicar la pócima de la austeridad no se debe solo a causas ideológicas. Existen también muy buenas razones materiales para seguir haciéndolo, sobre todo en Europa, dado que lo que se pretende con ella es seguir dejando espacio libre en los balances generales de los estados soberanos para atender la eventualidad de que acabe en la quiebra alguno de los bancos europeos cuyas dimensiones son excesivamente grandes para poder acudir individualmente en su rescate. Por otra parte el denominado «cuerpo económico» de la sociedad no es homogéneo, de manera que no todos sufren las consecuencias de este tipo de medidas. Aquellos que poseen o gestionan el capital, o sea, los causantes de la «enfermedad» (bancos, instituciones financieras, etc.) no solo están saliendo indemnes del agresivo tratamiento sino que han aumentado sus riquezas y poder. Además la pérdida de prestigio que supondría reconocer su error y responsabilidad en haber causado “tanto daño para nada” no es fácil de asumir, dada la mediocridad de sus autores.

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