[ Nuestro querido compañero Manuel Cañada nos regala un lúcido artículo que compendia de manera genial el binomio " clasismo/ educación para una élite"]
Manuel Cañada
FCSM
“No tiene reparo alguno en decir que cada vez que pasa por
Villafranca de los Barros siente necesidad de entrar en el Colegio San
José para visitar a la Virgen que se venera en la capilla”. La frase es
del periodista Antonio Ortiz y el devoto feligrés al que se refiere el
reportaje publicado en el diario Hoy el 3 de octubre de 2006 no es otro
que Guillermo Fernández Vara, exalumno del colegio jesuita durante siete
años y hoy presidente de la Junta. El mismo que, hace unas semanas,
anunciaba la concesión de la Medalla de Extremadura a esa corporación
religiosa. Así, sin anestesia, sin pudor alguno. Así se hacen las cosas
todavía en esta tierra marcada a sangre y fuego con la señal indeleble
del caciquismo.
“El dinero tiene, entre otras infinitas virtudes, una calidad
detergente. Y múltiples cualidades nutricias”. En una de sus últimas
novelas, Rafael Chirbes ponía este fogonazo de lucidez en la boca de
Esteban, uno de esos personajes-abreojos con los que el escritor
valenciano retrataba la argamasa moral sobre la que los ricos del país,
viejos y nuevos, han construido su dominio a lo largo de décadas. El
poder comparte con el dinero su capacidad blanqueadora. La adjudicación
de la medalla al Colegio San José persigue acicalar el relato
legitimador de la crema social y política de Extremadura y, para ello,
nos presenta el privilegio tras el formato de la excelencia educativa.
Las élites se condecoran a sí mismas.
El galardón, acordado por los dos grandes partidos, constituye un
poderoso símbolo sobre el entramado y la fortaleza de las redes del
poder en Extremadura. Si hay un colegio en la región que represente a la
casta política y económica durante todo el siglo XX ese es, sin duda
alguna, el centro donde estudió Fernández Vara. El Colegio San José de
Villafranca ha sido el Pilar extremeño, por sus pupitres ha pasado una
parte muy significativa de las élites judicial, universitaria,
empresarial o política. Junto a nombres conocidos del mundo de la
cultura y el espectáculo como Rafael Sánchez Ferlosio, Juan Luis
Galiardo, José Manuel Soto o Lucía Dominguín, en sus aulas se han
formado algunos de los exponentes más señeros de la aristocracia y el
latifundismo patrio como Antonio de Vargas-Zúñiga y Montero de Espinosa,
II Marqués de Siete Iglesias y primer director de la Real Academia de
Extremadura o Francisco Fernández-Daza y Fernández de Córdoba, fundador
de la Asociación Nacional de Caballos de Pura Raza Española.
Como es sabido, por el Colegio Nuestra Señora del Pilar, en Madrid,
han transitado ministros, embajadores, fiscales generales del Estado y
altos cargos de la política. Pero, salvando los condicionantes de
periferia geográfica, el Colegio San José de Villafranca no le va a la
zaga en lo que a densidad oligárquica se refiere: en sus clases se han
adiestrado políticos franquistas como Francisco Bonilla Pérez de Guzmán
el Bueno, presidente de la Diputación Provincial de Cáceres y procurador
en Cortes, o Álvaro Lapuerta, también procurador y, posteriormente,
responsable de las finanzas del PP entre los años 1993 y 2008. Y, tras
la transición democrática, una auténtica pléyade de alcaldes y
concejales de municipios de Extremadura, así como decenas de altos
cargos de las administraciones provincial y regional: a título de
ejemplo, mencionaremos los nombres de Vicente Sánchez Cuadrado, senador
del Partido Popular y candidato a la Presidencia de la Junta en el año
1991, el de Ángel Robina Blanco-Morales, Director General de Universidad
durante seis años en el gobierno regional del o el de María Teresa
Tortonda, actualmente senadora del PP.
El sociólogo francés Pierre Bourdieu estudió el modo mediante el que
la institución escolar contribuye a reproducir la distribución de
partida del capital cultural y económico; cómo, “bajo su discurso
universalista, la escuela no hace sino legitimar un particular ethos de
clase”. En el Colegio San José, como en todos los centros educativos de
élite, se han ido encontrando, a lo largo de decenios, los que se tenían
que encontrar. Los llamados a ser el día de mañana catedráticos,
magistrados, arquitectos, farmacéuticos, procuradores, dentistas,
políticos y, por supuesto, empresarios y banqueros. La biografía del
poder comienza a escribirse en los pupitres. Por las aulas del colegio
jesuita ha correteado una porción muy representativa de la flor y nata
de Extremadura e incluso del cogollo empresarial de fuera de la región.
Citaremos algunos de los nombres más conocidos: varios retoños de la
familia Benjumea, propietaria de Abengoa, tradicionalmente vinculada a
la Casa Real, Luis Valls Taberner, hijo del presidente del Banco Popular
o José María Espinosa de los Monteros Jaraquemada, ejecutivo en
Iberdrola.
La onda expansiva de esa condensación de apellidos, dinero y poder se
prolonga hasta el presente. Entre los integrantes de la jet empresarial
actual, se encuentran, entre otros, los exalumnos José María Pacheco
Guardiola, presidente de la multinacional Konecta, Rafael Medina
Abascal, vigésimo duque de Feria y ejecutivo de Massimo Dutti-Inditex o
Ismael Clemente, el nuevo rey del sector inmobiliario en España. “La
huella del San José llega al IBEX 35”: con ese rotundo título se
reseñaba en Nuevo Milenio, la revista de los antiguos alumnos, la
ascensión al mundo celestial del emprendimiento por parte de Ismael
Clemente y Miguel Ollero, directivos de Merlin Properties, una empresa
donde han anidado los fondos buitre más depredadores de la jauría
bursátil, como Blackstone o BlackRock, especializados, por ejemplo, en
comprar urbanizaciones de viviendas sociales en alquiler (2.000, sólo en
Madrid) a precios de baratija y echar a la calle, como bestias, a las
familias. En noviembre de 2013, el Papa Francisco, en su primera
exhortación apostólica, “La alegría del Evangelio”, este tipo de
prácticas empresariales: “Mientras las ganancias de unos pocos crecen
exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del
bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de
ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la
especulación financiera”.
La otra historia del Colegio San José
Al escritor Ricardo Piglia le gustaba recordar que el Estado es
también una gran máquina de narrar. “El Estado no puede funcionar sólo
por la pura coerción, necesita construir consenso, construir historias,
hacer creer cierta versión de los hechos”. Durante los últimos meses, en
Extremadura, asistimos a la construcción de uno de esos relatos
tramposos del poder: el enaltecimiento del Colegio San José de
Villafranca, como paradigma de la calidad educativa y el altruismo
social. Desde todas las terminales del dominio, ya sean políticas,
empresariales o mediáticas, se emite un único discurso, que ensalza las
virtudes del colegio jesuita. “Es el único colegio con sello de calidad
europeo”, dice uno de los mandamases; “ha contribuido durante 124 años
al enriquecimiento del patrimonio artístico y al desarrollo económico de
la comarca”, le responde un segundo gerifalte; “es un centro abierto a
toda la sociedad, sin exclusión”, concluye, ya en el delirio de los
elogios, otro de los peces gordos de la región. Pero esta historia de
éxito y filantropía quizás podría contarse de otro modo.
Desde su fundación en 1893 el colegio San José ha estado ligado
siempre a las clases dominantes. A finales del siglo XIX, algunas de las
familias más opulentas de Villafranca y Extremadura promueven la
implantación del centro jesuita. Por entonces, el alcalde de Villafranca
es Mateo Sánchez-Arjona y Vaca, miembro de una de las familias
aristocráticas de más rancia alcurnia.
La Iglesia española –suele olvidarse- ha constituido tradicionalmente
un sostén del conservadurismo, una fuerza reaccionaria vinculada
férreamente a los grandes propietarios de la tierra y al absolutismo
monárquico. Y, dentro de la Iglesia, la Compañía de Jesús encarnará
precisamente las posiciones más retrógradas. Sus posiciones
ultramontanas y su voluntad de intervención política estarán muy
presentes a lo largo de la historia de España. Un ejemplo de esta
pulsión la tenemos precisamente en Villafranca: en 1908, sacerdotes
jesuitas del Colegio San José participan en la organización de un mitin
de orientación carlista. En el pueblo aparecen pasquines denunciándolo:
“A Villafranca le viene estrecha la sotana con que quieren
estrangularla”.
Años más tarde, la dictadura de Primo de Rivera contará de nuevo con
la adhesión entusiasta de la Iglesia, que incrementa aún más las
riquezas materiales y las prerrogativas con los que ya cuenta La
“alianza del trono y del altar” produce cada vez más hartazgo en el
pueblo, que sufre diariamente “la vinculación de la mayoría del clero
con la clase de los propietarios” (Tuñón de Lara). La República intentó
modernizar el país y limitar las prebendas de la Iglesia.
La Compañía de Jesús es disuelta en 1932 e incautados sus bienes.
Unos ochenta alumnos del colegio de Villafranca continúan el curso en
Estremoz (Portugal) y el centro pasa a ser gestionado por el Ministerio
de Instrucción Pública. Al frente del Instituto se nombra a Manuel
Vicente Loro, un prestigioso botánico, miembro de la Institución Libre
de Enseñanza. Ahora, el Instituto de Segunda Enseñanza comienza a
disponer de un internado mixto; durante el período en el que está
abierto, sólo cuatro años, son 925 alumnos los que pueden matricularse
en él, un número muy superior al que venía acogiéndose (José Antonio
Soler).
El 18 de julio de 1936 se produce el golpe de estado contra la
República y el 7 de agosto Villafranca de los Barros es tomada por la
Columna de la muerte. Comienza la masacre. Sólo entre el 9 de agosto,
fecha de la primera ejecución masiva, y el 1 de diciembre de ese año
fueron asesinadas más de 600 personas en la localidad, que contaba
entonces con 15.000 habitantes. Como demostrado el historiador Francisco
Espinosa, el franquismo se erigió sobre el proyecto de exterminio del
enemigo político, de la población que había defendido la legalidad
republicana.Sólo un mes después de la entrada de los militares
sediciosos, en septiembre de 1936, el colegio vuelve a manos de los
jesuitas y una parte del espacio se utilizará como hospital del ejército
sublevado. A partir del curso 1936-1937 desaparece la enseñanza
secundaria pública de Villafranca, que no contará con un centro público
hasta 33 años después, en el curso 1969-1970.
El Colegio San José se convierte en uno de los estandartes más
ostentosos del fascismo. Los idiomas que se imparten pasan a ser el
alemán y el italiano, las lenguas de los aliados. Y sus instalaciones
las visitan, en calidad de invitados, algunos de los más eximios y
sanguinarios representantes del nuevo régimen. En 1937 visita el centro
el general Queipo de Llano, en 1940 lo hará el general Yagüe y en 1946
quien cumplimente al colegio será Alberto Martín Artajo, Ministro de
Asuntos Exteriores, que además tiene un sobrino allí como alumno. Pero
si hay una visita representativa del relevante papel que va a jugar en
la nueva situación el Colegio San José, esa es, claro está, la de
Francisco Franco.
18 de diciembre de 1945. “Una fecha inolvidable en la Historia del
Colegio”, escriben los sacerdotes jesuitas de la época. A Franco le
acompañan tres ministros, el de Trabajo, el de Obras Públicas y el de
Agricultura. “Es una caravana de 17 automóviles que entran rápidamente.
Todas las miradas están clavadas en la puerta del jardín. Por fin, el
colegial de guardia levanta el brazo. El séptimo coche entra veloz. Y en
su proa ondea el guión del Caudillo”. La crónica de los sacerdotes
narra con emoción el momento: “Quinientos muchachos uniformados, en
formación exacta, y que han estallado en un clamor espontáneo e
irrefrenable. Toda la galería retumba con los aplausos ensordecedores y
con el trueno rítmico de un grito único: ¡Franco! ¡¡Franco!!
¡¡¡Franco!!!”. El diario Hoy, al día siguiente, comenta de este modo la
escena: “Esta fue la más honrosa ofrenda que el primero y mejor centro
docente de Extremadura ha querido hacer al Caudillo de España” (Carlos
López Pego y Manuel Rodríguez Williams).
Tras la guerra, durante casi treinta años, el colegio es una burbuja,
una escuela clasista con acceso prácticamente restringido a los hijos
de familias adineradas y, en cualquier caso, bien relacionadas con los
círculos de poder del régimen. La explotación, la miseria y la
emigración constituirán la urdimbre de la vida cotidiana para gran parte
de la población.
Sin embargo, mientras la clase trabajadora y el conjunto de la
población sufren penalidades sin cuento –la cartilla de racionamiento se
implanta en diciembre de 1939 y los años cuarenta son, por excelencia,
los años del hambre- , en el colegio continúa la rutina de la
distinción. En 1943 se presenta el primer presupuesto para construir un
grandioso salón de actos. El coste del proyecto es tan elevado que la
propuesta genera reticencias incluso entre las autoridades de la Orden
aunque, finalmente, darán el visto bueno y el suntuoso paraninfo se
inaugurará en 1949.
A principios de los años setenta se va a iniciar un cambio relevante
en la composición e inserción social del centro. Sin abandonar en ningún
momento su naturaleza y vocación clasista, se amplía la base social a
sectores de la pequeña burguesía y de las clases dirigentes locales.
Esta modificación obedece, fundamentalmente, a tres razones combinadas:
el creciente acceso de las clases populares al sistema educativo, las
transformaciones de toda índole en la España del tardofranquismo y la
transición, y por último, al “giro copernicano” en la Compañía de Jesús,
tras el Concilio Vaticano II.
Los datos sobre la evolución del alumnado son reveladores.
Progresivamente crece el número de alumnos externos y residentes en
Villafranca. Si en 1960 el número de alumnos internos multiplica por más
de cuatro al de externos (410 frente a 97), en 1980, las tornas habrán
cambiado significativamente y el número de externos sobrepasará ya al de
internos (572 frente a 531). Pero esta transformación se produce,
fundamentalmente, por causas exógenas a la dirección del centro jesuita.
El aumento de la edad de escolarización obligatoria y la subvención a
la enseñanza privada, el régimen de conciertos, constituyen los motivos
primordiales del cambio. Y a ello habrá que sumarle la precariedad de la
oferta escolar en Villafranca y su comarca.
Por otra parte, durante el tardofranquismo y la transición se
aceleran las transformaciones sociales y culturales en España. El
cuestionamiento de la institución del internado, la crisis de las
vocaciones religiosas, la creciente secularización de la sociedad, son
algunos de los factores que abonan la progresiva apertura a su entorno,
por parte de colegios como el que analizamos. Un elemento esencial en la
metamorfosis será la confluencia de sectores de la oposición
antifranquista, el emergente movimiento obrero y el catolicismo social.
La red de escuelas técnicas y profesionales que ha ido creando la
Compañía de Jesús o las luchas sindicales y vecinales constituirán los
espacios de relación y fecundación mutua.
El Padre Llanos, el cura obrero Paco García Salve, Alfonso Carlos
Comín, el Padre Díez Alegría, Rafael Díaz-Salazar, la JOC, la HOAC, las
comunidades de base, son algunos de los nombres que nos remiten a la
nueva orientación que parece abrirse camino, estrechamente vinculada a
la esperanza que ha abierto el Concilio Vaticano II.
La Compañía de Jesús vive un auténtico terremoto. La impronta del
Padre Arrupe revolucionará las apacibles y cómplices aguas de la
estructura eclesiástica. “La Orden en el pasado ha estado más de parte
de las clases privilegiadas que del lado de los excluidos de la
sociedad”, afirma valientemente el sacerdote vasco. La Teología de la
Liberación se convierte en un motor crucial de las luchas populares por
la justicia en América Latina.
De la mano de Juan Pablo II, el nuevo capitalismo campa a sus anchas
en el Vaticano. La Iglesia se dispone a acompañar a Reagan y Thatcher en
su revolución conservadora. En agosto de 1981, el Papa interviene en la
Compañía de Jesús, imponiendo un delegado con plenos poderes e
iniciando una nueva etapa, caracterizada por el frenado y
desmantelamiento de la renovación.
Pero volvamos a nuestro selecto colegio. El centro se ha ido
adaptando a los cambios económicos, sociales y culturales del país y a
la indiscutida hegemonía del neoliberalismo. En la Memoria presentada en
2010 para acceder al Sello de Excelencia Europea se afirma: “Nuestra
base de clientes está formada por los alumnos y sus familias. Hay un
buen número de alumnos hijos de antiguos alumnos. El nivel sociocultural
es medio-alto, aunque la variabilidad es grande como consecuencia del
entorno en el que se encuentra el colegio, y del tener los niveles
obligatorios concertados”. Cultura de la excelencia, emprendedores,
encuestas de satisfacción de los clientes… El lenguaje ha cambiado pero
el colegio pronuncia con exquisita dicción la neo-lengua del capitalismo
actual. Donde antes se hablaba de formar a hombres y mujeres para los
demás, se farfulla ahora la palabra clientes. Donde ponía formación
integral o sensibilidad ante el presente y el futuro, relumbran los
vocablos liderazgo o producto. Es el idioma de la empresa, de la
competitividad y el mercado. El latín del capitalismo contemporáneo.
“Un colegio que goza de un marco natural y arquitectónico
incomparable marcado por sus 37.000 metros cuadrados de instalaciones
deportivas y sus 23.000 metros cuadrados de jardines, junto a un
edificio que tiene una impronta histórica inigualable”. Así, con garbo
publicitario, se presenta en sus páginas oficiales la empresa educativa a
la que la Junta de Extremadura ha decidido laurear.
La Extremadura de las medallas giratorias y la que está por venir
La morralla, “la que da la batalla y no recibe ni una medalla”. En
1977, Carlos Cano compuso una hermosa canción en la que exaltaba de ese
modo a “los lindos aceituneros”, a la clase trabajadora, productora de
bienes y belleza pero despreciada por los dueños del poder.
La gente común ha desconfiado siempre del medalleo, consciente de que
ese ritual, salvo honrosas excepciones, forma parte del botín de los de
arriba, de las transacciones entre “quienes están en la pomada”, de las
claudicaciones y negocios que necesitan una indumentaria solemne. Yo te
condecoro, tú me promocionas, él te adjudica. La rueda incesante del
poder. Pero los que mandan, saben que, a pesar de la suspicacia de la
plebe, la ceremonia de armadura de nuevos caballeros acaba calando, que
las sociedades precisan de valores compartidos, de símbolos y de
historias comunes.
Hay sólidas razones para rechazar la decisión adoptada por la Junta
de Extremadura Apunto a continuación las cinco que considero
fundamentales.
La primera: el fomento de la educación privada y la deslealtad con la
educación pública. España es el cuarto país de Europa con menos escuela
pública en secundaria y el tercero en primaria. Mientras que en Europa
los colegios concertados suman, como media, el 13% de la oferta
educativa, en nuestro país su participación asciende ya hasta el 28%.
Cabe señalar también, para completar el cuadro, que el 60% de los
centros concertados están controlados por la Iglesia Católica.
La doble red escolar, pública y privada, constituye uno de los
principales instrumentos de segregación de clase. Y la política de los
gobiernos en los últimos años ha profundizado la fractura. Los recortes
en la educación pública han ido acompañados de una potenciación de los
conciertos con la privada
Hablar de excelencia educativa refiriéndose a un centro como el
Colegio San José, que además está subvencionado con dinero público,
representa una frivolidad y una auténtica afrenta a la escuela pública.
¿Cuántos niños y niñas con necesidades educativas especiales están
matriculados en ese centro? ¿A cuántos alumnos hijos de los miles de
trabajadores rumanos e inmigrantes en general, instalados en la comarca
de Barros, ha acogido en la última década? “Siempre se es libre a
expensas de alguien”, afirmaba Albert Camus en Calígula. Con la
excelencia suele ocurrir lo mismo: se es excelente a expensas de
alguien. Y, en este caso, a expensas de la gente más humilde y más
indefensa.
La segunda razón esencial es el impulso de la educación elitista y
clasista. Aunque no lo reconozca, el poder político incentiva la más
descarnada competitividad en la “bolsa de los valores escolares”, la
búsqueda del máximo de rentabilidad para el capital cultural y la
primacía de los recursos económicos sobre el mérito educativo.
“Lo fundamental de una escuela preparatoria no figura en el programa
de estudios. Estriba en una docena de cosas localizadas en otros
lugares”, alegaba C. Wright Mills, en su estudio sobre La élite del
poder, en 1956. Y señalaba algunas de ellas: “las relaciones entre los
muchachos y el claustro de profesores; quiénes son los muchachos y de
dónde proceden; una capilla gótica o un nuevo y brillante gimnasio; el
tipo de vida que se crean los estudiantes y lo que hacen después de
cenar; y, por encima de todo, el director.
Los colegios de élite son, antes que ninguna otra cosa, escuelas de
mandarines, donde se aprende la afección y corresponsabilidad con el
gran partido único, el glorioso partido del poder. El periodista inglés
Owen Jones reflexionaba sobre la incomodidad de algunos amigos al
abordar la educación clasista: “Para quienes dominan las élites del
país, este es un debate molesto que suele provocar una reacción a la
defensiva. ¿Quién no quiere creer que ha alcanzado el éxito por su
propia capacidad innata, su talento o su conducta?”. El discurso de la
meritocracia oculta algo que duele reconocer: las cartas están trucadas.
La relación entre capital económico y capital cultural, la red de
contactos familiares o la información sobre “el mercado escolar”, son
elementos decisivos, tanto o más que la programación curricular o la
metodología de enseñanza.
“Nuestra vida siembra es hoy, mañana mies”, dice el himno del Colegio
San José. Pero cuando la mies a repartir es poca y el campo se llena de
transgénicos, cuando Bolonia impone su marchamo y se devalúan los
diplomas, las semillas selectas adquieren especial importancia. “Cuando
saco estos temas en compañía de personas que estudiaron en colegios
privados y desarrollaron sus carreras en el sector que ellos eligieron,
responden como si les hubiera insultado en lo personal. Pero la
desigualdad no es nada personal, no es culpa de los individuos, sino del
sistema en el que vivimos”, dice Owen Jones. Del mismo modo, cuando
aquí hablamos del Colegio San José como un colegio de élite no lo
hacemos para zaherir ni, por supuesto, para refutar las creencias
religiosas de nadie. Los teólogos de la liberación teorizaron el
concepto de “pecado estructural”, aludiendo con él a las estructuras
opresoras que provienen del abuso del tener y del abuso del poder. De
eso se trata, no de mancillar a nadie, sino de combatir el mal
sistémico.
Un tercer argumento es la defensa de otras muchas experiencias y
comunidades educativas, olvidadas o ninguneadas por los poderes,
mencionaremos, a modo de ejemplo, algunas de las personas y colectivos
que merecerían el reconocimiento público. Para empezar, la maestra de
Villafranca Catalina Rivera, miembro de la Federación de Trabajadores de
la Enseñanza-UGT, asesinada tras ser vejada y paseada en 1936. Y junto a
ella, la Institución Libre de Enseñanza, que recibió un impulso
fundamental en sus inicios desde Extremadura; y los maestros José Vargas
Gómez y Maximino Cano Gascón, introductores de la pedagogía Freinet en
Las Hurdes; o los 105 maestros extremeños represaliados por el
franquismo, tras la guerra civil, 23 de ellos fusilados. Y más cercanos
en el tiempo, podríamos señalar la importancia de la Escuela Libertaria
Paideia; o el movimiento no al Traslado de Niños de Zahinos, que
organizó una escuela alternativa, voluntaria y gratuita durante meses.
Y si nos referimos al presente habría que destacar el extraordinario
trabajo del profesorado en los Colegios de difícil desempeño de toda la
región, tanto en barriadas machacadas por la exclusión social como en
los Centros de Educación Especial. E, indiscutiblemente también, la red
pública de colegios e institutos de toda la región. Sólo en Villafranca
hay cuatro centros públicos que agrupan a 2.000 alumnos y 200
profesores, que también realizan una extraordinaria labor social y
educativa. Y todo ello, sin contar con piscina, ni pistas de vóley
playa, tenis y pádel, ni Campamento en Gredos, ni tampoco Campamento de
inglés en Inglaterra…
Una cuarta razón, muy importante: la defensa de una educación y unas
instituciones laicas. Un simple vistazo al listado de personas y
entidades galardonadas nos revela la vinculación del poder político y la
Iglesia Católica en nuestra tierra. Dos decisiones de enorme simbolismo
vienen a confirmarlo: por un lado, la imposición de Ibarra del 8 de
septiembre, fecha conmemorativa de la Virgen de Guadalupe, como Día de
Extremadura. Y ahora, Vara promoviendo la concesión de la medalla de
Extremadura al colegio jesuita de Villafranca. En Extremadura parece que
hemos pasado del nacional-catolicismo al regional-catolicismo.
Y un quinto y último argumento: en Extremadura hace falta más
democracia y poner fin a la losa que supone el clientelismo social y
político. “La indiferencia es el peso muerto de la historia”, escribió
Antonio Gramsci. En Extremadura, la fatalidad, “la materia bruta
desbaratadora de la inteligencia”, el fardo del conformismo está ligado a
unas relaciones sociales atravesadas por la dependencia hacia el poder.
El clientelismo es la manipulación selectiva y estratégica de la
escasez. Su naturalización en la sociedad extremeña acarrea resignación y
miedo. Sólo así puede entenderse el descaro de un gobernante que
anuncia un galardón injusto para una institución elitista con la que
está comprometido personalmente.
Otra Extremadura alternativa al clientelismo, sin ataduras ni vasallajes, es urgente.
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