Fuente:eldiario.es
Manuel Monereo
Colectivo Prometeo/FCSM
Diputado Unidos Podemos Córdoba
Las crisis desvelan la
realidad o, al menos, la hacen más compleja, más polisémica. A estas
alturas sabemos dos cosas; mejor dicho, se van a clarificar dos cosas
que antes se ignoraba o se querían ignorar. Ahora ya no es posible. La
primera es evidente: que la nación o la nacionalidad española existe; y
la segunda, que el movimiento independentista movilizado, audaz, fuerte,
sigue siendo minoritario en Catalunya.
No me
gustaría entrar mucho en debates filológicos. Hay una identidad fuerte,
heterogénea, difusa de gente que se considera española. Lo hace de un
modo laico, no excluyente y sabiéndose parte de una pluralidad de seres
humanos. Lo que quiero decir es que el nacionalismo español es
minoritario. Tanto es así, que para buscar la hegemonía tiene que
camuflarse en el nacional-constitucionalismo e incorporar
irremediablemente al PSOE. Es cierto que puede haber muchos ciudadanos
españoles que sean nacionalistas sin saberlo; pero, en todo caso,
minoritarios. Lo digo de una manera directa para evitar equívocos: la
identidad española, en sus diversos grados y motivaciones, no significa
la presencia mayoritaria de un nacionalismo excluyente y autoritario.
Algunos lo dijimos desde el comienzo con desigual
suerte, es verdad. El paso del nacionalismo catalán al independentismo
iba a generar, tarde o temprano, la presencia de una minoría de grandes
dimensiones española y hasta españolista. La pluralidad de culturas
existente en Catalunya ha coexistido en un marco autonómico porque nadie
iba a ser sometido a elegir entre Catalunya y España. Este era un salto
con consecuencias porque catalanes que se sienten españoles con toda
normalidad y naturalidad ven en peligro, no solo su identidad sino que
empiezan a vivir dramáticamente una “condición post española” que los
convierte en extraños en su propia tierra que, dicho sea de paso, muchos
la han construido con sus propias manos en condiciones de sobre
explotación y, paradojas de la vida, defendiendo los derechos nacionales
de Catalunya.
La realidad ha evidenciado más cosas
que convendría no olvidar ahora que estamos ya en plena campaña
electoral. Las últimas elecciones autonómicas catalanas el movimiento
independentista las planteó como un plebiscito. No ganaron, mejor dicho,
tuvieron mayoría parlamentaria pero no consiguieron la mayoría del
electorado. Los partidos mayoritarios tenían varias posibilidades y
escogieron una especialmente arriesgada: romper con la legalidad
estatutaria e iniciar un proceso de secesión. Hay que decir que han
conseguido movilizar a una parte significativa de Catalunya y que esta
movilización ha sido sostenida en el tiempo en una dialéctica muy
pensada de acción/reacción que ha situado al gobierno español en un
escenario con muchas dificultades.
El cálculo
estratégico se ha hecho explícito con el tiempo. El punto de partida
era, en principio, potente: control de las instituciones del Estado en
Catalunya, específicamente, de los funcionarios y de los Mossos a lo que
había que añadir una influencia determinante en los medios de
comunicación públicos. El régimen puyolista creó una “trama” entre
poderes políticos, económicos y comunicacionales que, solo en la fase
final, ha entrado en crisis. Todo esto –es bueno insistir sobre ello-
con una movilización muy importante (centenares de miles de personas)
que han encontrado en la independencia de Catalunya su “utopía concreta”
transversal y liberadora.
No creo que sea aventurado
decir que en los cálculos estratégicos del núcleo dirigente
independentista estaba, en primer lugar, la idea de que la Unión Europea
(confundir la Unión Europea con Europa es arriesgado siempre) sería
neutral o que incluso podría apoyar el proceso independentista. Imagino
que algo sabrían y que deberían de tener alguna información que el resto
de los mortales no conocíamos. Un segundo elemento llevaría a pensar
que el movimiento independentista vislumbró, pensó que el Estado español
no tendría fuerza suficiente para bloquear o impedir el proceso. Habría
un tercer elemento que no sabemos a estas alturas si se tuvo en cuenta
cuando se inició el proceso. Me refiero a la capacidad del gobierno de
construir una amplia mayoría parlamentaria articulada en torno a unos
medios de comunicación casi unánimes y con el apoyo, más o menos
explícito, de una parte significativa de la población española.
La estrategia de Mariano Rajoy ha sido, en muchos sentidos,
inteligente. A la “guerra de maniobras” emprendida por el gobierno de la
Generalitat ha respondido con una “estrategia de desgaste” que no solo
le ha dejado la iniciativa al adversario, sino que le ha permitido ganar
tiempo, acumular fuerzas y hacer evidentes las contradicciones del
contrario.
Rajoy jugó fuerte desde el principio. Lo
primero fue ganarse el apoyo del amigo americano, hoy especialmente
complicado por la figura de Donald Trump. Luego, tejer acuerdos con la
Unión Europea, sus gobiernos e instituciones y, más allá, intentar
neutralizar una campaña internacional del gobierno catalán especialmente
eficaz.
Rajoy dejaba hacer, les permitía avanzar
favoreciendo que el gobierno independentista fuese cada vez más audaz
rompiendo amarras con una parte de la población catalana, haciendo
emerger todas sus contradicciones. La hipótesis de una dirección plebeya
del proceso que confirmaría la autonomía del movimiento en Catalunya,
al final no ha dado mucho de sí. Cuando el presidente Puigdemont, en el
último minuto, intentó pactar una salida que impidiera la aplicación del
155, ya era demasiado tarde. Rajoy se dio cuenta de que había ganado la
partida y estaba en condiciones de ceder o no y dejarle al presidente
de la Generalitat la decisión definitiva. La proclamación de la supuesta
independencia habría que calificarla de proclamación/fiasco. La
desbandada fue general y entramos ya de lleno en una campaña electoral
que, a mi juicio, puede producir sorpresas significativas. El ingreso en
prisión de una parte del gobierno de Catalunya y la orden internacional
de búsqueda del resto, ha sido el inicio de una represión que se está
aplicando con una calculada gradualidad. Se habla, incluso, de que no
habrá presos el día de las elecciones
Creo que se
puede decir que la lucha contra la represión ha impulsado de nuevo un
movimiento que había perdido el norte y que carecía de una sólida
dirección política. Ahora estamos en el “sálvese quien pueda” electoral
y, a partir de ahí, reorganizar fuerzas y reformular una estrategia que
ha demostrado enormes carencias.
Todo hace pensar
que las elecciones del día 21 de diciembre serán especialmente
complicadas. Las encuestas hablan de un mapa electoral muy parecido al
anterior, sin grandes novedades. Tengo la impresión de que puede haber
sorpresas y que nos encontremos con un parlamento catalán diferente y de
composición más heterogénea. Lo importante, a mi juicio, está por
llegar. La llamada crisis catalana es también la de España como país y
como Estado. Se puede eludir y hasta ignorar, pero la crisis del Régimen
del 78 sigue abierta; se podría matizar diciendo que la restauración ha
avanzado y que las fuerzas de la ruptura democrática han perdido
influencia, se han dividido y tienen dificultades para definir un
proyecto de sociedad, de gobierno y de Estado diferentes.
Termino como empecé: el problema es España; Catalunya es causa y
efecto. Olvidar esto es engañarse y engañar. La cuestión federal, tarde o
temprano, llegará, no como un sucedáneo o un enésimo transformismo
político-institucional sino como proyecto para cambiar el tipo de Estado
y sus relaciones con la sociedad. También llegará la cuestión social
con todas sus implicaciones y, lo fundamental, más temprano que tarde,
emergerá la madre de todos los debates: la necesidad de un proceso
constituyente que active al soberano de nuestra Constitución, el pueblo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario