Manolo Cañada
FCSM Extremadura
Campamentos Dignidad Extremadura
Hasta hace muy poco tiempo aparecía
como una idea exótica, una fantasía propia de ingenuos militantes y de
un puñado de economistas utópicos. Pero la crisis civilizatoria que
atravesamos ha terminado por ponerla en el orden del día. Ha llegado la
hora de un nuevo derecho fundamental que corresponde a todos los seres
humanos, “un derecho universal e incondicional de todos los ciudadanos,
como lo son ya el derecho a la educación o a la salud o, en el ámbito
político, el derecho al sufragio universal” (Víctor Ríos). Ha llegado la
hora de la renta básica.
La idea se sitúa en el cruce de caminos
de nuestro tiempo, en el centro de las pugnas sociales, ideológicas,
políticas y culturales. Su potencia emana justamente de ahí, de su
íntima vinculación con las necesidades y el espíritu de nuestra época,
de su nexo con la transición sistémica en curso. Y, por eso mismo,
saqueadores de fino olfato estratégico como el Foro de Davos o el FMI,
se han puesto manos a la obra en la usurpación y jibarización del
concepto. Las espadas están en alto, la lucha acaba de empezar. En
apretada síntesis, estos son, en mi opinión, algunos de los nudos
primordiales de la contienda.
1. RENTA BÁSICA NO ES EL TÍTULO DE UN LIBRO, SINO EL NOMBRE DE UN HACHA DE GUERRA. LA RENTA BÁSICA ES LUCHA DE CLASES
Hay que quitar los letreros de
“reservado el derecho de admisión”. La renta básica no puede seguir
siendo un juguete académico ni tampoco una rareza de guetos militantes.
El lugar preferente de los debates no es ya la universidad o el local
activista, sino la oficina de empleo, las barriadas sociales o las redes
juveniles del precariado. El expertismo y los lenguajes de jerga
ahuyentan más que atraen. No hace falta licenciatura ni trienios de
compromiso político para entender las cuatro características
consustanciales a la renta básica: universal, incondicional, individual y
suficiente.
Hasta ahora, la renta básica ha servido para interpretar las
contradicciones del turbocapitalismo; de lo que se trata es de
transformarlo.
2. PARO, POBREZA Y PRECARIEDAD. RENTA BÁSICA CONTRA LA NORMALIZACIÓN DEL CRIMEN SOCIAL
“Petra Parejo, trabajadora autónoma hasta que se quedó en el paro en el año 2011, padece una enfermedad crónica, osteoporosis. Cuando deje de cobrar la renta mínima de inserción, 420 euros, no tendrá para pagar el cuarenta por ciento de sus medicinas, por tanto se verá abocada a parar el tratamiento. Es beneficiaria de un programa de alimentos. Cuando entró a Radiotelevisión Española a ejercer la protesta, carecía de ingresos. Y es un crimen” (Alegato final del abogado Endika Zulueta en el juicio de la renta básica a 19 militantes de los Campamentos Dignidad).
Paro, pobreza y precariedad se
entrelazan, se adensan, con su reguero de dolor y marginación. En
nuestro país 13 millones de personas —casi el 28% de la población— se
encuentra en riesgo de pobreza, dos millones se ven obligadas a recurrir
a los bancos de alimentos y seis millones, a pesar de trabajar, no
alcanzan en cómputo anual, ingresos superiores al salario mínimo. La
máquina trituradora del poder se aplica a producir, minuciosamente,
exclusión social, a normalizar el atropello. En 2010, el 80% de los
parados tenían algún tipo de cobertura, en 2017, su número no alcanza
siquiera el 56%; cada día se consuman 166 desahucios de vivienda; cada
día se producen 10 suicidios. Es la contabilidad del austericidio, la
trastienda de la “recuperación económica”, el helio de angustia que
eleva el siempre renovado globo de la acumulación de capital.
La precariedad se constituye en paisaje,
en el trabajo y en todos los ámbitos de la vida cotidiana. La
incertidumbre se erige en ley y el miedo al futuro se naturaliza.
Richard Sennett habló de “la corrosión del carácter”, Bauman de las
“vidas desperdiciadas”, Laval y Dardot le llamaron “erosión de la
personalidad”. Son tentativas de descripción del hondo malestar, del
sentimiento de cerco.
La renta básica es una necesidad para
hacer frente a la banalidad del mal contemporáneo: a la violencia del
paro forzoso, a la coacción muda de la miseria, al régimen de la
precariedad y de la inseguridad permanente.
3. LA RENTA BÁSICA, UN FRENO DE EMERGENCIA PARA DETENER EL MOLINO NEOLIBERAL
Vivimos un cambio de época. El
calentamiento global, la robotización de la economía o la crisis del
empleo, son algunas de las señales. Y en el timón de la crisis, para no
variar, el capital financiero y la ideología neoliberal.
El neoliberalismo es mucho más que un
conjunto de recetas económicas. Se ha convertido en forma de vida, en
sentido común de masas. Como un calabobos ha ido empapando las
conciencias, moliendo derechos y comunidades, al tiempo que instauraba
la competencia como nuevo principio universal, como mecanismo regulador
de las relaciones sociales. Desaparecen las categorías rico o pobre y su
lugar lo ocupan las palabras triunfador o perdedor. Nos convertimos en
empresarios de nosotros mismos, en peones sin tregua de la sociedad del
cansancio. Pero en su fuga hacia adelante, el neoliberalismo va
agigantando la crisis. Cada vez necesita más autoritarismo y más
manipulación. Más clientelismo, más nacionalismo, más pos-verdad, más
rencor social contra los de abajo, más populismo punitivo.
Estamos obligados a poner en pie ideas
que permitan la transición hacia otro modelo de sociedad. Frente al
cambio climático, la dictadura financiera y el paro estructural, se
imponen medidas que vayan a la raíz del desafío, tales como la reducción
drástica de la jornada de trabajo, las políticas de decrecimiento y
contra la obsolescencia programada, o la renta básica. O conseguimos que
se abran paso esos caminos de sobriedad y solidaridad o avanzará la
barbarie, la guerra entre los pobres, las nuevas formas de fascismo.
4. LAS RENTAS MÍNIMAS SON LA ECONOMÍA DE LA MISERIA, LA RENTA BÁSICA ES LA ECONOMÍA DE LA DIGNIDAD
Pero, como nos recuerda Ferrajoli, “en
la historia del hombre, no ha habido ningún derecho fundamental que haya
descendido del cielo o nacido en una mesa de despacho, ya escrito y
redactado en los textos constitucionales”. La posibilidad de la renta
básica emancipatoria se enfrenta en este momento a tres principales
resistencias combinadas de variadas formas que, simplificando, podemos
identificar como el asistencialismo, el laboralismo y “la renta básica
liberal”, vestida con los ropajes del universalismo abstracto.
Las rentas mínimas de inserción son el
dispositivo primordial del asistencialismo. En los últimos años, al
tiempo que la renta básica se popularizaba y ganaba legitimidad social,
han proliferado las rentas mínimas de inserción, engalanadas con nombres
a cual más pretencioso (renta garantizada, renta básica de inserción,
ingreso de solidaridad, renta de inclusión…). Promocionadas en la
mayoría de los casos desde el poder como un ejercicio de contención del
conflicto, constituyen precisamente la antítesis de la renta básica. Son
rentas que persiguen controlar a los pobres y estigmatizar la pobreza,
renovando el muro de división en el seno de las clases populares. “Un
colectivo disfuncional y excluido en lo más bajo y luego el feliz resto
de todos nosotros”, escribía Owen Jones refiriéndose de modo irónico a
la demonización de la clase obrera en Inglaterra y la entronización del
concepto de exclusión social. Pero, a pesar de la apariencia, la selva
de las rentas mínimas está muy bien organizada, y responde cabalmente a
las necesidades de la política neoliberal. El suplicio en la
tramitación, la arbitrariedad y subjetividad en su concesión así como el
marcaje humillante de los servicios sociales son una constante en todas
ellas. El clientelismo social y político va de suyo. Las rentas mínimas
son una herramienta de producción y reproducción de la exclusión
social.
5. ME MATAN SI NO TRABAJO Y SI TRABAJO ME MATAN. LA RENTA BÁSICA CONTRA EL DOGAL DEL SALARIO
El segundo frente es el del laboralismo y
la propuesta que suele presentarse en forma de contradicción
irresoluble es la del trabajo garantizado. A pesar de que acostumbra a
enunciarse como una crítica de izquierdas, su incompatibilidad con la
renta básica parte de unos supuestos muy endebles. Para empezar, de una
confusión evidente entre trabajo y empleo. Claro que el trabajo es
estructurador de la vida y lugar de socialización, claro que constituye
un fundamento ontológico del ser humano. Pero el empleo asalariado es,
solamente, una modalidad histórica del trabajo, la que caracteriza al
capitalismo. “Que el trabajo, es decir nuestra forma de estar y ser en
el mundo, de relacionarnos con la naturaleza, de ser naturaleza, de
encontrar en ellas los recursos de nuestra subsistencia, se constituya
bajo el capitalismo en una condición sometida a la voluntad de quienes
detentan, usurpan, gestionan y usufructúan los medios de producción es
algo totalmente absurdo” (Constantino Bértolo). La renta básica puede
ser un resorte contra la desmercantilización de la fuerza de trabajo,
contra el poder disciplinador del desempleo y, sobre todo, un fondo de
resistencia contra la explotación laboral. Por otro lado, la puesta en
marcha de planes de trabajo socialmente útiles (cuidado de dependientes,
refuerzo de la educación y de la sanidad pública, protección y
reforestación de bosques, servicios culturales, deportivos y
recreativos, rehabilitación de edificios…) son perfectamente
compaginables con la implantación de la renta básica.
Pero quizás el adversario más peligroso lo constituyan las visiones liberales de la renta básica: especuladores y mercaderes de Davos, Silicon Valley o el FMI, repentina y sorprendentemente interesados en esta proposición.
Pero quizás el adversario más peligroso
lo constituyan las visiones liberales de la renta básica. El objetivo de
los especuladores y mercaderes de Davos, Silicon Valley o el FMI,
repentina y sorprendentemente interesados en esta proposición, está
claro: quieren desmantelar los estados del bienestar —lo que queda de
ellos— a cambio de la renta básica. Una renta a modo de cheque que
sustituya —y de paso mercantilice— la educación, la sanidad o los
servicios sociales.
La renta básica emancipatoria puede y
debe responder a los tres envites. Frente a la economía de la miseria,
la economía de la dignidad. Frente a la explotación laboral, un baluarte
que garantice las necesidades materiales. Y frente al individualismo
posesivo y el sálvese quien pueda, la semilla de una sociedad
alternativa con fuertes vínculos comunitarios.
6. O LA RENTA BÁSICA DE DAVOS Y LA TROIKA O LA RENTA BÁSICA DE LAS PLAZAS, ESA ES LA PARTIDA
Hasta hace bien poco tiempo las
objeciones fundamentales que se planteaban a la renta básica eran tres, a
saber, de dónde saldría el dinero, si no era injusto que la percibiesen
gentes como Botín y si no se trataba de una utopía. Hoy el debate ya es
otro. Nadie sensato duda de la viabilidad económica tras conocer las
cantidades destinadas al rescate a los bancos (60.000 millones de
euros), el coste de los delitos de corrupción (90.000 millones anuales) o
el ingente volumen del fraude fiscal (otros 90.000 millones), por poner
solo tres ejemplos. Y es fácil de entender que la renta básica ha de ir
acompañada de una reforma fiscal progresiva. Claro que hay dinero para
la renta básica, el problema no es económico, es político. Nos falta la
fuerza social para imponerla.
Que la balanza se incline hacia un lado u otro, dependerá de la fuerza de los contendientes, de su inteligencia y determinación, de su capacidad hegemónica.
Deuda o renta, los bancos o las
personas, austericidio o emancipación, renta de Davos o renta de las
plazas. La disyuntiva no es ya tanto si habrá renta básica o no, sino
cuál será la orientación de la misma. O se impone la de ellos, un
subsidio de contención, un dispositivo más para continuar el festín de
los ricos, o vence la nuestra, una herramienta que una lo urgente y lo
deseable, la respuesta a la inseguridad y el empobrecimiento y, al
tiempo, “una alternativa orientada a promover y a realizar otra idea de
sociedad” (Ferrajoli). Que la balanza se incline hacia un lado u otro,
dependerá de la fuerza de los contendientes, de su inteligencia y
determinación, de su capacidad hegemónica.
7. SIN CONFLICTO, NO HAY CAMBIO. SIN EMPODERAMIENTO, NO HABRÁ RENTA BÁSICA
“No soy un cliente, ni un consumidor, ni un usuario del servicio. No soy un gandul, ni un mendigo ni un ladrón. No soy un número de la Seguridad Social o un expediente. Siempre pagué mis deudas hasta el último céntimo y estoy orgulloso. No acepto ni busco caridad. Me llamo Daniel Blake, soy una persona, no un perro, y como tal exijo mis derechos. Yo, Daniel Blake, soy un ciudadano, nada más y nada menos”. Yo, Daniel Blake (Ken Loach)
En España, a lo largo de las dos últimas
décadas, ha ido tomando cuerpo un movimiento difuso a favor de la renta
básica. Es el producto de una sementera tenaz en la que han participado
investigadores y estudiosos como Ramiro Pinto, José Iglesias, Daniel
Raventós, Carolina del Olmo, Cive Pérez, David Casassas, Amaia Pérez,
Óscar Jurado, Carmen Castro o Jorge Moruno, entre muchos otros y
colectivos como Baladre, la Red Renta Básica, Arenci, los Campamentos
Dignidad o la Fundación de Investigaciones Marxistas.
Pero ha sido, sobre todo, en los últimos
seis años cuando la propuesta se ha extendido entre amplias capas de la
población. Apareció con fuerza en las plazas, de la mano del 15M y,
después, la ILP estatal y las Marchas de la Dignidad la convertirían
definitivamente en una de las puntas de lanza del movimiento popular. En
2015, nacería la Marea Básica, un movimiento que forman colectivos
integrados por personas que sufren el paro o la precariedad, y desde
entonces la lucha no ha dejado de crecer. Huelgas de hambre
como las de Ramiro Pinto, Juanjo Huerta y —recientemente, reivindicando
la renta básica andaluza— Paco Vega, Demetrio Cano, Mario Arias y
Feliciana Mora, y multitud de acciones de protesta y desobediencia por
todo el territorio, puestas en pie por colectivos como Parados en
Movimiento de Valladolid, las Sillas del Hambre de Valencia, los
Campamentos Dignidad de Extremadura, la Marea Básica de Madrid o
Cataluña, la campaña por el cumplimiento de la Carta Social Europea.
Todo ese riquísimo proceso de
organización y lucha constituye el embrión de algo mucho más grande, el
sujeto social de la renta básica. Un movimiento plural, con acentos y
ritmos diversos, que no disocian la realidad y las ideas, que pelea el
horizonte desde el apoyo mutuo y la pugna por el pan cotidiano. Un
movimiento no “para” la gente común, sino de la gente común, en el que
adquieren centralidad los procesos de empoderamiento.
La renta básica puede ayudar a construir
una alianza social entre sectores de la población que han estado
tradicionalmente de espaldas o se miraban con recelo. La crisis puso
patas arriba el imaginario de clase media, la promesa universal de
ascenso, el corporativismo, la “religión” de la meritocracia. Y hundió
en la miseria a sectores importantes de las clases trabajadoras. La
renta básica puede ser un cauce de unidad popular, que una al cani y al
informático, al parado de la construcción y a la becaria posdoctoral, a
las kellys y a los teleoperadores, a todas las astillas de las clases
trabajadoras.
En marzo de 2018, tendrá lugar una
Marcha Básica contra el paro y la precariedad. La primera de las
columnas ya tiene calendario, saldrá el 10 de marzo de León para llegar a
Madrid el 24 de marzo. Esta primavera la movilización por la renta
básica y por los derechos sociales puede dar un salto de gigante. El
camino se llama dignidad.
Fuente: elsaltodiario.com
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