jueves, 7 de junio de 2018

Silencios que resuenan cuando uno habla



Rafael Juan Ruiz
 Colectivo Prometeo / FCSM
    Rafael Nadal es uno de los mejores deportistas de la historia de nuestro país. También del mundo. Es admirable su capacidad de sacrificio, su combatividad y consistencia mental. En esta sociedad en la que los héroes (sobre todo) y las heroínas lo son por circunstancias ajenas a la realidad social de la inmensa mayoría de la población, cualquier actitud u opinión que haga pública un personaje de este nivel crea referencia. En nuestra sociedad los héroes y heroínas no son las personas que luchan por mejorar las condiciones de vida esa mayoría. Ni son las personas que destacan en la cultura o en la ciencia. Lo son las que destacan por enriquecerse rápidamente (aunque no se mire por qué y a costa de quienes lo consiguen), incluido el deporte.
    Verán que es muy difícil que alguien del mundo del cine, de la música o del deporte se posicione política o socialmente, porque, sobre todo si es en contra del sistema establecido, puede caer en desgracia y no trabajar: el caso más destacado en nuestro país es el del actor Willy Toledo, quien está vetado en las grandes cadenas de televisión y en las grandes productoras. Y no estamos en Venezuela, no.
     Personalmente creo que toda persona que goce de repercusión mediática debe expresar su opinión sobre lo que ocurre a su alrededor. Tienen todo el derecho e incluso la obligación. A veces gustarán a unas personas, a veces a otras.
    En estos días, Rafael Nadal ha expresado su “deseo de volver a votar porque damos muy mala imagen fuera de España”, ante la entrada en el Gobierno de Pedro Sánchez a través de una moción de censura. Por mi parte, como digo, creo que Rafael está en todo su derecho. No me gustan las personas que no “entran en política” o que “prefieren mantenerse al margen”. Él ha hecho uso de su libertad y de su obligación moral de defender su opinión, aprovechando que tiene unas cuantas decenas de micrófonos pendientes de él. Eso sí, me resulta injusto que un deportista, por muy bueno que sea, tenga la atención mediática que no tienen personas que, en mi opinión, hacen mucho más por la sociedad en la que vivo y goce de una credibilidad por el mero hecho de ganar muchos torneos y mucho dinero. Pero Rafael ha dicho lo que su conciencia le ha dictado y, por tanto, tendrá que entender las repercusiones de su opinión. Me parece el colmo de la desfachatez entender y aplaudir que Rafael opine y que se desautorice a quien pueda opinar sobre lo que él ha opinado.
Al entrar en la arena de la opinión, la persona queda retratada bien por opinar sobre una cosa sí y sobre otra no, bien por el sentido en que opina. Si, en estos momentos, Rafael Nadal declara que querría volver a votar en vez de que se forme un gobierno con el ganador de la moción de censura, se está colocando en el ámbito ideológico del único partido que ha defendido lo mismo en estos días, que, además, no deja de ser un partido minoritario en el Parlamento. Le honra, pues, estar a contracorriente. Pero, sobre todo, se destaca por sobre lo que sí opina y sobre lo que nunca ha opinado.
Rafael conoce perfectamente que, en nuestro país, desde que estalló la crisis (que, a él, evidentemente no le ha afectado) ha habido cientos de miles de familias que han perdido su vivienda porque se han quedado sin trabajo. No porque se hicieran insumisas y decidieran no pagar a los bancos (los mismos que tan bien tratan a Rafael), sino porque las políticas dictadas por ellos y las grandes multinacionales que realmente gobiernan el mundo, y ejecutadas fielmente por los gobiernos de nuestro país (unos del partido censurado, otros del partido censurante), conllevó la desaparición de las pequeñas y medianas empresas, el aniquilamiento de lo público (incluido el empleo) y el trasvase de nuestra riqueza a esas mismas grandes corporaciones, a través del rescate de bancos, autopistas, eléctricas, y un largo etc. Ayer mismo el economista Santiago Niño Becerra declaró que, con lo que se ha dedicado a este rescate e infraestructuras inútiles de las que muchos han salido enriquecidos, se podría liquidar 2,3 veces el actual déficit público de España. Pues bien, no he escuchado ni encontrado declaración de Rafael en la que criticara esta situación. A pesar de que, una inmensa mayoría de esas personas afectadas por estas políticas ven sus partidos por la televisión, le animan, se enfadan con los árbitros si le dan una bola “out” y disfrutan con sus victorias como si fueran suyas propias. Porque “es español”. Pero, nada más lejos de la realidad: ese “compatriota” al que animamos, con el que sentimentalmente nos identificamos, cada vez que gana un torneo grande se lleva unos dos millones de euros. Como suele ser habitual en nuestros grandes patriotas, siempre buscando aportar lo menos posible al fisco estatal. Sin ser el de Rafael el caso más sangrante, Hacienda le obligó en 2012 a sacar, por no desarrollar allí su actividad, sus empresas del País Vasco, donde las tenía para tener beneficios fiscales:
(https://elpais.com/economia/2012/02/17/actualidad/1329508757_691625.html).

Si en el caso fiscal sólo se conoce este caso, se ve que el respeto por la ley (mantra de los "españoles muy españoles") tampoco es la guía de actuación de nuestro tenista. Una reciente noticia aparecida en "El Confidencial" así parece demostrarlo: https://www.elconfidencial.com/deportes/tenis/2018-05-28/rafa-nadal-academy-manacor-hotel-ley-vivienda_1569417/?utm_source=facebook&utm_medium=social&utm_campaign=BotoneraWeb

Uno echó en falta que Rafael, al acabar sus partidos en los que ganaba sus trofeos, con esas decenas de micrófonos delante suya, mostrara su disgusto y exigiera un cambio en las políticas económicas para que se acabaran los despilfarros en aeropuertos, estaciones de tren o autopistas fantasma, de forma que el dinero público fuera dirigido a mejorar las vidas de aquellas personas que le animan como si estuvieran jugando ellas mismas. Para que tuvieran una vivienda, un empleo, una vida digna. Para que su país, España, que lleva en la camiseta, en la muñequera, en la felpa, tuviera algo de futuro.
Rafael ha tenido la fortuna de que, trabajando con gran constancia y sacrificio, desde muy joven ha ganado torneos de tenis y, como decía, mucho dinero. No sólo por el tenis, sino porque, gracias a ser tan mediático por lo que al principio comentaba, tiene contratos de publicidad y marketing por los que gana más que por los torneos que conquista. Aparentemente, según sabemos, ha sido gracias a su esfuerzo diario y su constancia, a sus sacrificios como deportista. Pero Rafael sabe perfectamente que hay cientos de miles de jóvenes como él, que han estudiado con el mismo esfuerzo y dedicación con los que él ha entrenado, con el mismo sacrificio personal que él lo ha hecho, que terminan sus carreras y, o no encuentran trabajo o tienen que irse a desarrollarlo a otro país. Jóvenes que, eso sí, aportarían un beneficio directo a nuestra sociedad, la que los ha formado en nuestras universidades. Sin embargo, cuando Rafael deje de jugar al tenis, no aportará ningún conocimiento al país (más allá de su elitista escuela de tenis en Mallorca), no destacará por sus estudios o sabiduría, sino por ser un gran multimillonario que dedicará su fortuna a lo que normalmente se dedican las fortunas, barnizado todo con algún acto caritativo para lavar la imagen.
Rafael también conoce que hay millones de personas trabajadoras en nuestro país que cobran salarios muy, muy por debajo de los 1.000€, a pesar de que lo hacen con el mismo esfuerzo y dedicación (seguramente más, pues sus jornadas son eternas y en condiciones deplorables) y con el mismo sacrificio (en este caso obligado, pues no salen a tomar una copa no porque al día siguiente jueguen un partido de lo que sea, sino porque simplemente no tienen dinero ni para llenar sus frigoríficos) Podríamos seguir con casos de este tipo: la privatización de una sanidad que conlleva que estas mismas personas no tengan acceso a ella, de una educación pública e igualitaria, los asesinatos machistas,…
No recuerdo a Rafael denunciando que cientos de miles de personas de su país sigan tiradas en cunetas y se siga diciendo que buscarlas es remover el pasado. Es impensable, por supuesto, pedirle a Rafael que denuncie la persecución y encarcelamiento de aquellas personas que expresan opiniones o critican al gobierno, a una religión o a la monarquía, o que luchan contra sus políticas y acaban en la cárcel.
Cuando Rafael ha declarado estos días que “deseo volver a votar porque damos muy mala imagen fuera de España” quizá ha olvidado que la mala imagen la damos (sólo hace falta leer la prensa extranjera) no porque se haya usado una herramienta democrática y constitucional como la moción de censura, sino por lo antes mencionado y por mantener a un gobierno cuyo partido y componentes han sido declarados por la Audiencia Nacional (incluso tras haber cambiado varias veces a los jueces por otros más cercanos) culpables de “tejer un auténtico sistema de corrupción institucional para manipular la contratación pública central, autonómica y local”. De momento. Hay pendientes de vista judicial más de cien casos de corrupción de ese mismo partido. O los casos en los que se ha visto implicada la familia real española. Lamentablemente, en todos estos años en los que han ido saliendo los casos de corrupción, Rafael no ha usado su altavoz para denunciarlos. Es más, siempre ha salido en fotos cercano a muchas de las personas que hoy están encausadas o condenadas.
Recientemente, Carlos Sainz Jr., que comparte situación de privilegio con Rafael o con otro deportista de éxito como Fernando Alonso, se sorprendía y criticaba que causara rechazo en algunos ámbitos el que ellos, al obtener algún triunfo, salieran envueltos en la bandera de España. Seguramente, dejando atrás otras connotaciones que tampoco parecen afectar mucho a estos deportistas (esa bandera es la heredera de la que se usó para engalanar el asesinato de cientos de miles de españoles y españolas por parte de un dictador) hay gente en este país que entiende que defenderlo y estar orgulloso de él significa implicarse en que esté mejor, no sólo sacarla a pasear desde una situación de privilegiado.
Personalmente seguiré disfrutando del tenis de Rafael, igual que disfruto (aún más) con el de Federer. Seguiré viendo fútbol porque me gusta. Pero a la hora de empatizar, de identificarme, lo hago y lo haré con quienes me demuestren que defienden al país, o mejor, a la humanidad, denunciando las situaciones de injusticia, los abusos, la corrupción, la pobreza en cualquiera de sus modalidades; con quienes defiendan la cultura, el deporte, el conocimiento, al progreso como algo universal, solidario y que promueva la igualdad de oportunidades. Por eso, me identifico y daría todo por gentes como Helena Maleno, como Alfon, como Fran Molero, como Andrés Bódalo, o como miles de personas, tan desconocidas como ellos y ellas, pero que cada día intentan que se cumplan los derechos humanos básicos que las autoridades niegan transgrediendo eso que sólo usan para amedrentar: “el imperio de la ley”.



1 comentario:

Paco Muñoz dijo...

Se comparte todo menos la suavidad irónica con las que tratas a este Sr. Creo que estos deportistas tan españoles defraudan la inmensa mayoría, y aunque tengan todo el derecho a opinar y mucho más cercanos a su ideología, que entiendo del dinero, mejor estarían como el viajante de la sobremesa del club Guerrita, ¡¡"callao"!!