lunes, 28 de enero de 2019

Cuatro obviedades 'demodées'

  

 Julio Anguita
Colectivo Prometeo
     La decisión de Iñigo Errejón, éticamente irregular tanto en el fondo como en la forma, no sólo ha creado el enésimo episodio de la grave crisis que la izquierda viene evidenciando desde hace décadas, sino que la ha situado en una tesitura en la que su práctica desaparición está en juego. Y esto no es un problema exclusivo de la izquierda española, lo es también de la europea, con los casos más evidentes de Italia, Francia o Grecia. Una crisis que, desde luego, trasciende las siglas del partido morado español.
     Las razones son varias, pero quiero centrarme en una fundamental: la consideración de demodées o superadas por el tiempo de cuatro características esenciales de la izquierda, obvias por su verificación histórica. Y de manera simultánea la sustitución de las mismas por una mercadotecnia electoral muy cercana a la promoción de dentífricos, detergentes o fondos de pensiones. Es decir, una visión de la política como un mercado basado en la oferta. ¿Cuáles son las cuatro notas a las que he hecho referencia? Veámoslas sucintamente.
    La izquierda, desde la Constitución republicana francesa de 1793 hasta las Internacionales obreras y revoluciones posteriores, se ha erigido como superadora del capitalismo, no sólo combatiéndolo sino creando también alternativas al mismo, basadas en valores, propuestas y ética de comportamiento personal y cívico diferentes. La izquierda asumía la realidad, -sin mistificarla- para superarla. Incluso en momentos de necesaria tregua o pacto por coyunturas específicas graves. La izquierda no olvidaba nunca quién era el enemigo a combatir, construyendo simultáneamente una nueva situación diferenciada de la anterior.

   Consecuentemente con lo expuesto, la izquierda se presenta ante el mundo como portadora de un proyecto social, un programa concreto y una propuesta política ligada indisolublemente a ambos. Y ello significa baños de la realidad a cambiar, estudio, preparación, concienciación en derechos y deberes, valores cívicos y movilización en el sentido de alerta continuada.
Una fuerza política de la izquierda no es otra cosa que un proyecto político (programa, instrumentos, fases y alianzas) organizado. Y ello no es otra cosa que una militancia curtida en la elaboración de propuestas, en el diseño de la línea política y en la participación democrática interna a través de mecanismos horizontales y verticales. Organizada así, la izquierda no necesita de líderes carismáticos o de figuras creadas por los mass media, sino de direcciones (no equipos áulicos) y dirigentes. Es decir, aquellos hombres y mujeres capaces de representar en cada momento el proyecto colectivo. Los líderes arrastran en su caída, los dirigentes son, simplemente, relevados. Una organización de la izquierda es aquella que está presente allí donde hay un o una militante.
No hay mensaje que pueda explicitarse en toda su complejidad a base de publicaciones de Twitter. La instantánea o el eslogan no pueden sustituir a la reflexión compartida y presencial, al discurso elaborado colectivamente y a la exposición razonada de argumentos. Solamente quienes fijan el horizonte en cada evento electoral lo supeditan todo a la premura de unos mensajes evanescentes. El mensaje a plazo medio y largo acaba imponiéndose.
La política en general, y la de izquierdas en particular, tiene común con el arte agrario, el dominio de los tiempos y de las labores adecuadas a los mismos.

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