Julio Anguita
Colectivo Prometeo    
Este baile castizo de Madrid se caracteriza por una cuestión 
singular. El bailarín gira permanentemente sobre sí mismo mientras que 
la bailarina gira alrededor de su pareja. Esta seña de identidad ha 
vulgarizado la idea de que se baila sin salirse de una baldosa.
   Nuestra
 izquierda, desde la Transición y con breves, esporádicas y hostigadas 
(interna y externamente) excepciones, no ha hecho otra cosa que bailar 
un chotis en el que el eje invariante ha sido el PSOE y ella su satélite
 acompañante. Esta estrategia de la subordinación ha tenido muchas 
denominaciones a lo largo de los años: Juntos Podemos, La unidad de la 
Izquierda, La casa común de la izquierda, La izquierda contra el PP, 
etc. El discurso sustentador de esta posición se basaba en tres ideas 
centrales. La primera afirmaba que la contradicción política fundamental
 era entre la izquierda (PSOE incluido en ella) y la derecha (PP). La 
segunda desarrollaba la consecuencia de la anterior, la izquierda 
reconocía su carácter de gregaria y subalterna frente al "hermano 
mayor". Y la tercera dejaba entrever que solamente en cuestiones 
tácticas, coyunturales y no decisivas, la izquierda podía confrontar con
 su aliado natural. El objetivo perseguido de esta estrategia no era 
otro que conseguir que el PSOE "girase hacia la izquierda". En períodos 
electorales o en momentos de exaltación identitaria, la izquierda 
afirmaba que ella era el único valladar contra la derecha y contra "las 
políticas de derechas", una perífrasis eufemística con la que quería 
referirse al PSOE y que quedaba invalidada cuando la "izquierda 
mayoritaria" requería el apoyo institucional, consecuente y oficialmente
 reconocido.
El 15-M, movimiento abigarrado, multiforme, invertebrado y nuevo, no 
fue otra cosa, en su nacimiento y posterior despliegue, que una protesta
 contra las políticas, modos de gobierno, escándalos de corrupción y 
arrumbamiento del modesto Estado de Bienestar español. Era una enmienda a
 la totalidad contra el régimen del bipartito y su hoja de servicios: 
OTAN, Europa de Maastricht, Monarquía, Guerras del Golfo, reformas del 
mercado laboral, y, sobre todo, el desmontaje de la Constitución tanto 
en las políticas que caracterizan al llamado Estado Social y Democrático
 de Derecho como en asuntos medulares que desarrollaban el modelo 
territorial del Estado. La reforma del artículo 135 y el proceso que 
desembocó en la peculiar aplicación del 155 siguen siendo la expresión 
más acabada del régimen de la segunda Restauración borbónica que colmó 
la paciencia ciudadana el 15 de mayo del 2011.
Quedó claro que una fuerza social, así expresada en toda su 
complejidad, necesitaba, si quería ser alternativa de regeneración, de 
una traducción política para irrumpir en la política y sus instituciones
 sin que ello significase la transformación unidimensional del 
movimiento social y político que estallaba en las calles. La fuerza que 
emergía desde la rabia, la protesta, la visión económica, política y 
cultural alternativa, demandaba, en función de su identidad misma, que 
junto con la traducción política hubiese mecanismos estables de 
organización, horizontales y verticales, que garantizasen, junto con la 
participación democrática en decisiones, la más que indispensable unidad
 de acción para hacerlas posibles y la pluralidad para participarlas y 
expresarlas.
Parecía, o al menos se esperaba con ilusión renovada, que la 
izquierda comenzara a construir su propio proyecto. El fulgurante y 
arrollador avance político, social, mediático e institucional que surgió
 del seno del 15-M, parecía abrir las perspectivas hacia el proceso 
constituyente, el cambio económico social, político, ético y cultural 
que la izquierda no había sido capaz de representar hasta entonces con 
unidad, coherencia y solvencia.

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