jueves, 2 de mayo de 2019

El retorno de la política: el Gobierno como problema


Manolo Monereo

Es una vieja sensación que me persigue desde 1982: la izquierda gana y nosotros perdemos. No es fácil convivir con la alegría de los demás y, a la vez, sentirse triste. Es la vieja problemática de Izquierda Unida que, de nuevo, se repite de forma ampliada. Las gentes se sienten aliviadas de que, juntos, hayamos derrotado a un monstruo y que se abra para el país un periodo de tranquilidad, de normalidad y progreso. Bien mirado, hay una cómoda mayoría de izquierdas en el Congreso de los Diputados y, lo más difícil, mayoría absoluta en el Senado. La izquierda ganó, pero ¿quién ganó?
    Hay, insisto, una mayoría social y parlamentaria para poner en marcha una agenda social que revierta todos los derechos perdidos y fortalezca nuestro débil Estado social. Hay una mayoría social y parlamentaria para regenerar nuestra demediada democracia, que cree las condiciones para limitar la corrupción y el creciente control que el poder económico ejerce sobre la clase política. Existe la mayoría social y parlamentaria que puede poner en marcha la reforma fiscal que nuestro país necesita desde hace muchos años, que garantice el gobierno democrático de la economía y genere las bases para construir un nuevo modelo de desarrollo social y ecológicamente sostenible. Existe una mayoría social y parlamentaria para liderar un conjunto de reformas constitucionales, empezando por la electoral, que necesitamos apremiantemente, sabiendo que será muy difícil y que requerirá una fuerte movilización política y un consenso más allá de la correlación electoral existente. De lo que estamos hablando es de un proyecto de país que debemos construir si queremos impedir la involución social, el retroceso político y la restricción sistemática de nuestras libertades públicas; es decir, ser coherentes con lo que se ha dicho y defendido en esta durísima campaña electoral en el sentido de remover todas las condiciones que, de una u otra forma, favorezcan la hegemonía de la derecha extrema o de la extrema derecha en España.

Pero ¿qué izquierda? Aquí es donde vienen los problemas, los dilemas que, de nuevo, van a tener que afrontar las diversas fuerzas de la izquierda ante la hegemonía de un Partido Socialista que ha salido fortalecido de una confrontación electoral bronca y dura. No hay que irse a la historia, basta solo repasar las enormes dificultades que ha tenido que soportar Unidos Podemos para hacer girar hacia la izquierda a un partido que vivía una transición política, organizativa y programática. Pedro Sánchez gana en la sociedad y gana en su partido y ahora está obligado a definir un programa de renovación que está exigiendo una mayoría social muy amplia y, específicamente, una juventud que espera algo más que meras palabras. Excepto Unidas Podemos, las demás fuerzas políticas poco han dicho sobre los problemas reales del país y, mucho menos, sobre las propuestas necesarias para conquistar un futuro que genere seguridad, protección y orden en sociedades que viven atemorizadas, en riesgo existencial y en una creciente precarización de sus vidas.
Pablo Iglesias ha hecho una campaña valiente, clara y no exenta de riesgos: mayoría para gobernar con el Partido Socialista. Las encuestas eran malas y auguraban una catástrofe; al final, un fuerte retroceso electoral y una pérdida significativa de escaños. Lo fundamental, Unidas Podemos ha dejado de ser un actor principal, un protagonista decisivo para organizar, en torno a él, el cambio político de España. Se ha entrado en lo que podríamos llamar “problemática IU”, en un escenario donde la clave es influenciar, definir, determinar un marco político en el que ya no se es actor principal. No es este el momento ni el lugar para evaluar con veracidad la situación de Unidas Podemos y, específicamente, de Podemos. Solo referirme a una partida en la que se ha jugado una primera fase y que, dentro de unos días terminará con unas importantísimas elecciones municipales, autonómicas y europeas. Tiempo habrá. Lo que está en juego es si, como ha defendido Unidas Podemos, la clave para cambiar las políticas dominantes hoy en España está en gobernar con el PSOE. Para decirlo más claramente, la garantía del cambio sería estar sentados en el Consejo de Ministros de un gobierno de Pedro Sánchez.
Mi escepticismo crece después de conocer los resultados de estas elecciones generales. Si fue imposible hacerlo cuando el diferencial entre el PSOE y Unidos Podemos era escaso, ahora que este se amplía, lo lógico es un PSOE que pretenda gobernar en solitario con alianzas variables y siempre mirando por mejorar su margen de maniobra y su hegemonía. Gobernar no es lo decisivo, nunca lo fue. Lo decisivo es el programa, la propuesta política. En su centro, si se van a emprender un conjunto de reformas que vayan sacando a este país del neoliberalismo, de la injusticia social, de la precariedad y la desigualdad. Si Pedro Sánchez tuviera sentido histórico, aceptaría la oferta de Pablo Iglesias; me temo que no lo hará y no lo hará porque tiene un proyecto, por así decirlo, felipista: ocupar la centralidad política inaugurando una nueva restauración y consolidando los poderes existentes. Para ello necesita que a su izquierda no haya nadie que cuestiones su liderazgo, que le dispute espacios de poder desde una voluntad de gobierno y de mayoría.
Hay un dato que conviene recordar, el miedo va siempre de ida y vuelta. Pedro Sánchez e Iván Redondo han usado y abusado del temor de las personas a un neo franquismo emergente y a unas derechas que se radicalizaron mucho. Les ha dado resultado. Sin embargo, los problemas siguen estando ahí. Ida y vuelta sí, del miedo. Las expectativas de esta sociedad son escasas. Si algo demuestra la reciente campaña electoral es que las personas la han vivido privadamente, movilizadas cognitivamente, pero sin trasladarse a la acción colectiva y a la movilización de masas. Los medios de comunicación nos han individualizado también en el miedo y han cumplido su función de manipulación.
Como prueban todas las elecciones de nuestro entorno, se vota en negativo, contra los que mandan, porque nadie soluciona realmente sus problemas. La confianza se gana y se pierde muy rápidamente. ¿Qué pasará si el gobierno Sánchez fracasa, si no está a la altura de las circunstancias y, una vez más, se defraudan las esperanzas de la población? El dilema es claro: o cambio a fondo o regresión. En medio no hay nada.

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