Es
una vieja sensación que me persigue desde 1982: la izquierda gana y
nosotros perdemos. No es fácil convivir con la alegría de los demás y, a
la vez, sentirse triste. Es la vieja problemática de Izquierda Unida
que, de nuevo, se repite de forma ampliada. Las gentes se sienten
aliviadas de que, juntos, hayamos derrotado a un monstruo y que se abra
para el país un periodo de tranquilidad, de normalidad y progreso. Bien
mirado, hay una cómoda mayoría de izquierdas en el Congreso de los
Diputados y, lo más difícil, mayoría absoluta en el Senado. La izquierda
ganó, pero ¿quién ganó?
Hay, insisto, una mayoría
social y parlamentaria para poner en marcha una agenda social que
revierta todos los derechos perdidos y fortalezca nuestro débil Estado
social. Hay una mayoría social y parlamentaria para regenerar nuestra
demediada democracia, que cree las condiciones para limitar la
corrupción y el creciente control que el poder económico ejerce sobre la
clase política. Existe la mayoría social y parlamentaria que puede
poner en marcha la reforma fiscal que nuestro país necesita desde hace
muchos años, que garantice el gobierno democrático de la economía y
genere las bases para construir un nuevo modelo de desarrollo social y
ecológicamente sostenible. Existe una mayoría social y parlamentaria
para liderar un conjunto de reformas constitucionales, empezando por la
electoral, que necesitamos apremiantemente, sabiendo que será muy
difícil y que requerirá una fuerte movilización política y un consenso
más allá de la correlación electoral existente. De lo que estamos
hablando es de un proyecto de país que debemos construir si queremos
impedir la involución social, el retroceso político y la restricción
sistemática de nuestras libertades públicas; es decir, ser coherentes
con lo que se ha dicho y defendido en esta durísima campaña electoral en
el sentido de remover todas las condiciones que, de una u otra forma,
favorezcan la hegemonía de la derecha extrema o de la extrema derecha en
España.
Pero ¿qué izquierda? Aquí es donde vienen
los problemas, los dilemas que, de nuevo, van a tener que afrontar las
diversas fuerzas de la izquierda ante la hegemonía de un Partido
Socialista que ha salido fortalecido de una confrontación electoral
bronca y dura. No hay que irse a la historia, basta solo repasar las
enormes dificultades que ha tenido que soportar Unidos Podemos para
hacer girar hacia la izquierda a un partido que vivía una transición
política, organizativa y programática. Pedro Sánchez gana en la sociedad
y gana en su partido y ahora está obligado a definir un programa de
renovación que está exigiendo una mayoría social muy amplia y,
específicamente, una juventud que espera algo más que meras palabras.
Excepto Unidas Podemos, las demás fuerzas políticas poco han dicho sobre
los problemas reales del país y, mucho menos, sobre las propuestas
necesarias para conquistar un futuro que genere seguridad, protección y
orden en sociedades que viven atemorizadas, en riesgo existencial y en
una creciente precarización de sus vidas.
Pablo
Iglesias ha hecho una campaña valiente, clara y no exenta de riesgos:
mayoría para gobernar con el Partido Socialista. Las encuestas eran
malas y auguraban una catástrofe; al final, un fuerte retroceso electoral y una pérdida significativa de escaños. Lo fundamental, Unidas Podemos ha dejado de ser un actor principal,
un protagonista decisivo para organizar, en torno a él, el cambio
político de España. Se ha entrado en lo que podríamos llamar
“problemática IU”, en un escenario donde la clave es influenciar,
definir, determinar un marco político en el que ya no se es actor
principal. No es este el momento ni el lugar para evaluar con veracidad
la situación de Unidas Podemos y, específicamente, de Podemos. Solo
referirme a una partida en la que se ha jugado una primera fase y que,
dentro de unos días terminará con unas importantísimas elecciones
municipales, autonómicas y europeas. Tiempo habrá. Lo que está en juego
es si, como ha defendido Unidas Podemos, la clave para cambiar las
políticas dominantes hoy en España está en gobernar con el PSOE. Para
decirlo más claramente, la garantía del cambio sería estar sentados en
el Consejo de Ministros de un gobierno de Pedro Sánchez.
Mi
escepticismo crece después de conocer los resultados de estas
elecciones generales. Si fue imposible hacerlo cuando el diferencial
entre el PSOE y Unidos Podemos era escaso, ahora que este se amplía, lo
lógico es un PSOE que pretenda gobernar en solitario con alianzas
variables y siempre mirando por mejorar su margen de maniobra y su
hegemonía. Gobernar no es lo decisivo, nunca lo fue. Lo decisivo es el
programa, la propuesta política. En su centro, si se van a emprender un
conjunto de reformas que vayan sacando a este país del neoliberalismo,
de la injusticia social, de la precariedad y la desigualdad. Si Pedro
Sánchez tuviera sentido histórico, aceptaría la oferta de Pablo
Iglesias; me temo que no lo hará y no lo hará porque tiene un proyecto,
por así decirlo, felipista: ocupar la centralidad política inaugurando
una nueva restauración y consolidando los poderes existentes. Para ello
necesita que a su izquierda no haya nadie que cuestiones su liderazgo,
que le dispute espacios de poder desde una voluntad de gobierno y de
mayoría.
Hay un dato que conviene recordar, el
miedo va siempre de ida y vuelta. Pedro Sánchez e Iván Redondo han usado
y abusado del temor de las personas a un neo franquismo emergente y a
unas derechas que se radicalizaron mucho. Les ha dado resultado. Sin
embargo, los problemas siguen estando ahí. Ida y vuelta sí, del miedo.
Las expectativas de esta sociedad son escasas. Si algo demuestra la
reciente campaña electoral es que las personas la han vivido
privadamente, movilizadas cognitivamente, pero sin trasladarse a la
acción colectiva y a la movilización de masas. Los medios de
comunicación nos han individualizado también en el miedo y han cumplido
su función de manipulación.
Como prueban todas las
elecciones de nuestro entorno, se vota en negativo, contra los que
mandan, porque nadie soluciona realmente sus problemas. La confianza se
gana y se pierde muy rápidamente. ¿Qué pasará si el gobierno Sánchez
fracasa, si no está a la altura de las circunstancias y, una vez más, se
defraudan las esperanzas de la población? El dilema es claro: o cambio a
fondo o regresión. En medio no hay nada.
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