Ilustración: Kathia Recio para Coordinadora Mujeres Zapatistas |
Lluis Rabell
Siguiendo el guión establecido se han aprobado finalmente los presupuestos de la Generalitat, gracias a la abstención de los comunes.
Un voto que algunos consideramos un error por parte de la izquierda
alternativa: no sólo como hecho puntual, sino como conclusión de una
apuesta política equivocada. Por mucho que pueda levantar ampollas, es
necesario discutir seriamente la cuestión. Desde luego, lo hecho, hecho
está. Pero habría que evitar que un error condujera a otros, más graves,
en la convulsa etapa que nos espera al salir de la pandemia. De eso se
trata.
Es sabido que todo presupuesto contiene ciertas dosis de fantasía – a
veces, lisonjeras previsiones de ingresos – y esconde alguna que otra
triquiñuela. A través de su orientación y sus prioridades, puede
tratarse de un presupuesto progresista o conservador, expansivo o no.
Pero nunca se había votado uno como éste, radicalmente falso en todos
sus capítulos… y cuya obsolescencia es anunciada de antemano por el
propio gobierno que lo presenta. Las cuentas ya no eran ciertas cuando
fueron admitidas a trámite por el Parlament. En estos momentos,
no tienen nada que ver con la realidad. ¿A qué responde, pues, el
empecinamiento en aprobar un presupuesto estéril? ¿Por qué no generar
nuevos créditos para hacer frente a la emergencia sanitaria y social a
través de una batería de decretos – que la oposición ya se ha declarado
dispuesta a respaldar y que, de todos modos, el Govern va a
tener que adoptar? ¿Por qué no empezar a elaborar unos nuevos
presupuestos, coherentes con las exigencias de la situación y acordes
con las disponibilidades financieras? La explicación sólo puede ser
política.
En el debate parlamentario se han repetido hasta la saciedad
falsedades que no soportan la confrontación con la realidad – incluidos
los datos del propio Departamento de Economía. No es cierto que los
presupuestos supongan un incremento de gasto de 3.000 millones de euros
y, por lo tanto, una mayor capacidad para hacer frente a la crisis
actual. Eso es puro artificio contable. Sobre el papel, los presupuestos
de 2020 se incrementan en esa cantidad respecto a las cuentas que
vienen prorrogándose desde 2017. Pero, a lo largo de 2019, la Generalitat,
incrementando notablemente el déficit autorizado, ha gastado en
realidad 3.600 millones. En otras palabras: lo que se contempla para
2020 es inferior al presupuesto ejecutado del ejercicio anterior. En
sanidad, sin ir más lejos, se prevé una partida de 9.789 millones – sin
contar el gasto aplazado, las facturas que permanecen en el cajón. Eso
supone 740 millones menos de lo realmente gastado en 2019. Si
descontamos la inflación acumulada desde 2010, dicha previsión sigue
estando por debajo del último presupuesto del tripartito de izquierdas.
Ni presupuesto expansivo, ni reversión de los recortes austericidas.
El papel lo aguanta todo. Podríamos hablar de pobreza infantil, del
abordaje de la segregación escolar… o de la atención de la gente mayor,
para la cual el presupuesto no prevé ni una sola nueva residencia.
(Ahora, ante la dramática situación que ha salido a la luz estas
semanas, todo el mundo admite que “habrá que repensar el modelo”).
¡Pero es que ni siquiera se contempla la actualización, obstinadamente
rechazada, del Indicador de Renta de Suficiencia, que permanece
congelado desde 2010 y sobre cuya base se calculan prestaciones como la
Renta Garantizada de Ciudadanía! Más que cualquier debate técnico, ese
extremo da la medida real de la sensibilidad social de los presupuestos
que ayer se aprobaron.
¿A qué viene entonces la defensa cerrada de los mismos que hicieron los comunes?
¿A las medidas fiscales negociadas con ERC? He aquí una de las pocas
cosas que se salvan de estos presupuestos – concretamente, de sus leyes de acompañamiento.
Pero, a pesar de introducir elementos de fiscalidad verde y una mayor
progresividad en los tributos autonómicos, la recaudación realmente
prevista nunca fueron esos más de 500 millones adicionales que aún ayer
se invocaban en la tribuna del Parlament. De hecho, en el
primer ejercicio se esperaba ingresar alrededor de 120. Ahora, sin
embargo… Los presupuestos se basaban en una estimación de crecimiento
económico del 1’9%. Hoy, las previsiones del FMI y del Banco de España,
se mueven en una horquilla de -8% a -13%. Basta con imaginar en qué
quedará la recaudación en el sector turístico. ¿No hubiera sido acaso
razonable, aquí también, pararse a hacer un nuevo planteamiento fiscal –
más audaz quizás en cuanto al esfuerzo de los más pudientes, más
adecuado en cualquier caso al escenario que empieza a vislumbrarse? No.
Por desgracia, los presupuestos no aportan recursos adicionales para
mejorar la vida de la gente. Sencillamente, son mentira. Lo que
tal vez lleguen a blindar, en la medida que quedan consignadas sus
correspondientes partidas, sea el dinero destinado al aparato de
propaganda del Govern, a las redes clientelares de sus partidos y a su personal político.
Al final, cuando se desvanezca el eco de los discursos, lo que
quedará es que la izquierda alternativa ha dado un aval político al
gobierno de Torra. Se puede debatir si había que pagar
ese peaje, o no; pero el hecho en sí parece poco opinable. ¿Era la
manera de saldar la deuda con ERC por su apoyo a las cuentas – hoy
igualmente desfasadas – del Ayuntamiento de Barcelona? Es muy discutible
intercambiar el presupuesto de una ciudad contra el de un país, con
distintas lógicas y dimensiones. No habría que esperar que, extramuros
de la capital, la gente se pusiera a celebrarlo. ¿O se trataba más bien
de facilitar los apoyos parlamentarios necesarios al gobierno de
coalición, bailándole el agua a Pere Aragonès?
Entonces… ¿por qué no se ha implicado el PSC en la negociación de los
presupuestos? Si tal era el caso, ¿por qué no se ha exigido que los
socialistas “se mojasen”?
Es inútil perderse en especulaciones. Lo incontestable es que la abstención de los comunes divide a las izquierdas que gobiernan juntas en Barcelona y en Madrid, colocando a Catalunya en Comú – Podem en una posición subalterna respecto a ERC. Cuando se plantea el debate sobre unos futuros Pactos para la reconstrucción
– y cuando habrá que abordar a base de decretos todo lo que estos
presupuestos nacidos muertos dejan en el aire -, no es una buena noticia
que la izquierda alternativa quede investida como “socio preferente”
de un errático gobierno independentista. ¡Cuidado con el cariñoso
abrazo del oso republicano! No sería la primera vez en la historia que
una dirección pierde su integridad, no por aceptar sobornos, sino merced
al halago de su vanidad, sucumbiendo ante el espejismo de
alcanzar reconocimiento y poder a través de componendas y maniobras.
Ante semejante peligro, sólo hay una doble receta: la elaboración
colectiva de una estrategia independiente de la izquierda alternativa –
pues, de lo contrario, el vacío se llenará de oportunismo – y la
permanente exigencia de mirar la realidad cara a cara, sin embellecerla a
conveniencia. En política, las negociaciones requieren discreción; los
pactos, absoluta claridad. No es posible seguir contando milongas a la
clase trabajadora. Para la izquierda, la exigencia moral de la verdad es
el substrato de toda su política. La verdad es siempre revolucionaria.
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