Fuente:Cuarto Poder
Manolo Monereo
Se dice que la historia no se repite, luego se afirma que rima y, a renglón seguido, se proponen unos nuevos pactos de la Moncloa.
Hay algo más que incoherencia: mal análisis de lo que fue la
Transición, lo que significaron realmente los Pactos de la Moncloa y sus
consecuencias para la democracia española. Xavi Domènech lo ha definido
muy bien y a él me remito. Aquí y ahora, unos pactos programáticos con
las derechas económicas y políticas serán pura propaganda o algo peor,
preparar al país, a las clases trabajadoras, para nuevos planes de
ajuste, de recortes salariales y laborales y, lo que es peor,
neutralizar el conflicto social.
Hay
cuatro planos que se entremezclan y que hay que intentar desbrozar. El
primero es la gestión del gobierno. Más allá de los fallos de
coordinación, de improvisaciones continuas y de carencias varias (como
casi todos los gobiernos), hay un dato esencial que se olvida: el
programa, los fundamentos políticos que dieron vida a este gobierno han
saltado por los aires. Se habló, con razón, de correlación de
debilidades. No hay programa, no hay estrategia y cada medida, cada
propuesta hay que negociarla duramente. Proponer en estas condiciones
una mesa, nada más y nada menos, para la reconstrucción del país, es,
cuando menos, un error de cálculo de grandes dimensiones.
Otro
plano es el más evidente y del que menos se habla, la construcción de
un amplio sector público voluntario de solidaridad, de apoyo mutuo y de
afectos. Se trata de un bloque transversal, que no necesariamente apoya
al gobierno, pero que está defendiendo, con el ejemplo, lo público, los
valores democráticos, una sanidad no mercantilizada y, en general, una
economía política al servicio de las necesidades básicas de las
personas. Este bloque hay que fortalecerlo y desarrollarlo desde un
gobierno que se llama de izquierdas. La clave, insisto una y otra vez,
es el valor transformador del conflicto social como motor del cambio de
modelo económico, social y político.
Un tercer
plano tiene que ver con la derecha extrema y la extrema derecha. Merece
la pena repetirlo: Vox no es el populismo de derechas, es la derecha
tradicional española pura y dura; es decir, monárquica, autoritaria,
neoliberal y dependiente, hasta extremos grotescos, de la política
imperial de EEUU. No es antagónica al PP, más bien al contrario, se
complementan y practican coherentemente la unidad de acción. ¿Cuál es su
objetivo? Ganar el relato para impedir que el control de la pandemia
pueda beneficiar al gobierno social-comunista, como ellos lo llaman. ¿En
qué consiste su relato? En crear un marco cognitivo que culpabilice al
gobierno, a la vez, del virus y de las muertes del virus. Convertir el
sufrimiento de miles de personas en instrumento político para llevarlos
al gobierno. Están dispuestos a esto y a mucho más.
Hay
un cuarto plano que no se puede olvidar, la trama, los poderes
fácticos, los grupos económico-financieros dominantes y sus tentáculos
con los grandes monopolios internacionales. Hay que subrayar, luego se
explicitará mejor, que hay una sintonía perfecta entre estos poderes y
las instituciones de la Unión Europea. Esta sintonía es de clase y de
proyecto, no es circunstancial; están interesados en la perpetuación del
neoliberalismo, en la disciplina externa y en la camisa de fuerza que
significa el sistema euro, que es mucho más que una moneda extranjera.
La trama, los poderes reales, tienen un objetivo claro, explícito:
“ablandar” a Pedro Sánchez, convertirlo en un instrumento pasivo de su
poder; para ello necesitan poner fin a la presencia de UP en el
gobierno. No hay que confundirse, la pieza a cazar no es Pablo Iglesias,
es Pedro Sánchez. Su estrategia —la conocemos muy bien desde siempre—
convertir el estado de necesidad (económica) en estado de excepción
(económica, social y política).
Como era de
esperar, el gobierno se está convirtiendo en el centro donde se anudan
todos los conflictos básicos. Los poderes lo saben, la derecha económica
y política, también. Un sector del gobierno está emitiendo señales a
las instituciones europeas y a conocidos órganos de comunicación,
trasladando el conflicto y quienes son sus protagonistas.
Inevitablemente hay que hablar de estrategia y tener algunas ideas
claras. En la crisis se están delineando dos fases: la del control de la
pandemia y de la salida socioeconómica de la misma. No se pueden
separar. La idea de solucionar como sea la crisis del virus y luego el
programa de reconstrucción es un error muy grande.
Entender bien la fase.
La crisis será larga, compleja y con enormes costes productivos y
sociales, al menos, por tres causas: 1) porque el coronavirus vino a
acelerar catastróficamente una crisis latente en el sistema económico
mundial. Todos esperábamos un “cisne negro” y apareció un tiburón. Esta
es la novedad que señala, además, las rupturas de la sociedad en su
metabolismo con la naturaleza; 2) antes, durante y después de la crisis
se juega una batalla geopolítica de grandes dimensiones que irá
oponiendo a dos bloques, más o menos heterogéneos, en torno a una
potencia en decadencia (EEUU) y a una potencia emergente (China). Esta
sacó al capitalismo de su anterior crisis y la partida que se está
jugando definirá un nuevo territorio más conflictual, más beligerante y
más polarizado; 3) los grandes problemas se acentuarán, los conflictos
políticos se irán generalizando igual que las desigualdades, la pobreza y
la lucha por los recursos. La guerra no estará lejos.
Clarificar el papel de la UE.
Es increíble que a estas alturas, desde el gobierno, se hable de la UE
como un problema de relaciones internacionales. El Estado español no es
un país soberano. De su Parlamento no depende la política económica.
Fabular planes de reconstrucción económica y social del país es engañar y
engañarse. Para decirlo sin ambigüedad: las políticas dominantes
(consagradas en los tratados) son incompatibles con políticas de
reindustrialización, de desarrollo del Estado social y de la defensa del
poder contractual de las clases trabajadoras. El problema del sistema
euro es que el emisor la moneda es distinto del que la usa. Para España
(y para cualquier otro país, excepto Alemania), el euro es una moneda
extranjera que depende del “príncipe moderno”, es decir, del Banco
Central Europeo. Conviene repetir que tanto las instituciones de la UE
como los poderes económicos del Sur están claramente interesados en
perpetuar la disciplina y la intervención externa que supone la economía
del euro.
No monetizar la deuda ni emitir bonos
mancomunados supone que cada país, singularmente considerado, terminará
entrampado en la deuda soberana. Esta vez el signo es diferente. Una
crisis externa que provoca un gravísimo problema económico-productivo y
social, una crisis financiera en ciernes y un problema tremendo de deuda
púbica. Lo que ha venido de la UE es insuficiente para las dimensiones
de la crisis, incrementará la deuda y nos situará en un escenario futuro
extremadamente difícil. Cuando se controle la pandemia en lo
fundamental, cada país se tendrá que basar en sus propios medios pero
sin capacidad de emitir moneda; es decir, atados a las directrices del
Eurogrupo y del BCE y, en último término, a la dictadura de los
mercados.
Sobre la gestión del gobierno.
Seguir esperando que de la UE vengan alternativas solidarias, fondos no
sometidos a estricta condicionalidad, es no entender cómo funciona la
UE. Se dice que, con esta dinámica se puede poner en peligro el euro y
la propia UE. Es verdad. ¿Dónde está la línea de ruptura? ¿Negociar
individualmente los gobiernos con las instituciones de la UE y con
Alemania o presionando con la movilización de las poblaciones contra
políticas que ponen en peligro derechos y libertades? ¿No hemos
aprendido nada de Grecia? La trama, los poderes económicos, en alianza
con la tecnocracia europea, lo que busca es encerrarnos en un escenario
de extrema necesidad donde, al final, haya que elegir entre salir de la
UE o permanecer en ella aceptando unos durísimos planes de austeridad.
Precisamente por esto, las decisiones que no se tomen ahora o que se
tomen en una mala dirección, pesarán de forma determinante en los
supuestos planes de reconstrucción productiva y social. ¿Alguien cree, a
estas alturas, las declaraciones de Felipe González advirtiendo del
peligro de UP? ¿Alguien cree que, como dice el consejero de Slim, UP
está intentando un cambio de régimen? Todo esto es parte de la ofensiva
de los poderes, de la trama para impedir que se tomen medidas que puedan
dificultar mucho los planes de ajustes futuros.
La
decisión estratégica fundamental de este gobierno sería definir con
precisión un programa en positivo de reconstrucción del país, pactarlo
con los actores sociales y propiciar la movilización de la ciudadanía.
Las instituciones de la Unión Europea lo que más temen es el debate
público, la deliberación democrática, luz y taquígrafos. Aquí se ve con
mucha la claridad la inanidad, cuando no la mentira, de tanto europeísta
que lo único que hace es “salvar” a sus grupos de poder económicos, a
sus clases dirigentes. Si se afirma, como dicen ellos, que la actual UE
va en dirección contraria a la que debería, que hace falta una Europa
“más social” y una Europa “más solidaria”, ¿no ha llegado ya el momento
de enfrentarse a unas instituciones que promueven políticas que generan
enormes sufrimientos sociales y psíquicos, pérdida de derechos y
libertades, recortes salariales y la progresiva liquidación de lo que
queda del Estado social? ¿No ha llegado el momento de enfrentarse a una
UE que divide a Europa, que es una máquina de producir nacionalismo y
derechas extremas y que —lo peor— genera las condiciones para que, poco a
poco, vayan desapareciendo las fuerzas democráticas y populares
alternativas? La única forma de encarar este dilema es movilizando a la
opinión pública, rearmando programáticamente a los actores sociales y
estableciendo las grandes prioridades de un país que va a sufrir una
crisis de dimensiones graves y enormes. Si las políticas que el país
necesita no son posibles en esta Unión Europea hay que plantearse salir
de ella. Solo jugando fuerte será posible cambiar sus directrices
dominantes. O esto o aceptar las políticas de la superausteridad que
vienen.
Hagamos un cierto ejercicio de
imaginación. Supongamos un retroceso considerable del PIB (ponga la
cifra que dan las distintas organizaciones), añádale la destrucción de
miles de pequeñas y medianas empresas, el crecimiento exponencial del
paro, de la deuda pública y del déficit fiscal. Los medios hablando de
quiebra del país y de la necesidad de echar a UP del gobierno, y los
llamados mercados, especulando y haciendo subir la prima de riesgo.
¿Política ficción? No lo creo. La historia se repite, sí, por su peor
lado, parafraseando al maestro Hegel.
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