Manolo Cañada
“Dicen, Dolores, que has muerto. Qué tontería. Pervives en cada uno de los que te quieren y… ¡son tantos!”. Plaza de Colón, Madrid. Es 16 de noviembre de 1989. Ha muerto Dolores Ibárruri, Pasionaria, y alrededor de 200.000 personas nos congregamos para darle el último adiós. Un rumor de respeto y cariño ha acompañado el féretro desde la sede del Partido Comunista, que dista más de un kilómetro. Hace un momento Rafael Alberti, desde la tribuna, ha recitado un poema a Dolores, entraña de la clase obrera, flor del pueblo, “voz de la España de los brazos pobres y explotados”, como cantara otro poeta gigante, Miguel Hernández. Pero quien habla ahora es Julio Anguita: “Tú has hecho desde tu partido algo extraordinario: trascenderlo, superarlo. Tú, comunista ejemplar, eres de todos: de los que han levantado el puño y de los que se han santiguado”. La voz de Julio, serena y emocionada al mismo tiempo, estremece la plaza. “Acabas de explicarnos una lección política: se es más comunista en la medida en que se es más para el pueblo”. Julio Anguita, sin saberlo, está haciendo el mejor retrato de sí mismo.
Estos días, a pesar del confinamiento, de nuevo se ha alzado una formidable oleada de afecto y reconocimiento popular. El aplauso interminable de los vecinos en Córdoba, las muestras espontáneas de agradecimiento y de pesar en toda España, el desborde en las redes sociales. Hasta los adversarios más enconados se han visto arrastrados al elogio. Yo estuve allí, Yo le conocí, Mi padre fue muy amigo suyo, No olvidaré el día que le dio el primer infarto… Como en cualquier auténtico acontecimiento que nos marca vamos colgando nuestros recuerdos en la percha de la memoria colectiva. Intuimos la excepcionalidad del personaje y la relevancia de su fallecimiento. Pero ¿de dónde emana ese respeto casi unánime a su figura? ¿Cómo es posible que el líder de una fuerza política minoritaria, que rondaba los dos millones de votos, concite tanta consideración e incluso admiración entre las gentes más diversas? Dignidad, coherencia, principios, honestidad, ética, firmeza, coraje, lealtad al pueblo. Quizás en ese apretado ramillete de virtudes se encuentre la explicación a la anomalía de su extendido prestigio.
Decir Julio Anguita es decir dignidad. “Política es para nosotros la ciencia y el arte de transformar la realidad”, afirmaba. La política es una función noble, no una profesión, ni el departamento o el teatrillo donde los capataces se dedican a administrar los intereses de los dueños del cortijo. Y mucho menos la sentina predilecta de ladrones de cuello blanco y trileros, como ha ocurrido tantas veces en la historia de España.
Julio iba en serio, respetaba a la gente. Y por eso despreciaba con toda el alma la política-espectáculo, a riesgo de ser presentado -como lo hacían con inquina los poderosos- como un perro verde, como un ser arisco y altivo. Se negaba a firmar autógrafos –“Yo no soy una estrella de cine”- o a las pegadas de carteles para la foto, a la degradación de la política en una actividad frívola o envilecedora, en una droga más de evasión de la realidad. La política era para él, en primer lugar, pedagogía. “Junto a Lenin hay que convocar a Sócrates y su mayéutica”, decía. Explicar, explicar, explicar. Había que llevar al pueblo fuego, pero fuego racional. Ibas a un mitin de Julio y, aunque no tuvieras la más mínima noción de economía o ecología, salías sabiendo en que consistían los acuerdos de Maastricht o qué cosa era la obsolescencia programada.
Decir la verdad al pueblo, esa era su divisa. Socializar el saber, correr los velos del fetichismo de la Economía o del Derecho y, al tiempo, hacer a la ciudadanía partícipe de la situación. No espectadores ni testigos, sino sujetos activos. Es ahí, en ese suelo tan firme, donde arraigarán con fuerza dos conceptos fundamentales para Julio: el programa y la elaboración colectiva.
Pero no basta con tener principios, también hay que tener el coraje para defenderlos. El coraje para enfrentarse al Obispo, al Rey o a los golpistas. El coraje de esperar a los fascistas en el despacho del Ayuntamiento, un 23 de febrero, sabiendo que arriesgaba literalmente la vida. “Nuestra insensatez, nuestra locura, nuestra dignidad”.
“Hay personas que no pueden ser vendidas porque no pueden ser compradas. Julio Anguita es una de ellas”. Con esas palabras le describe José Saramago. Ahí reside otra de las grandes razones que explican el aplauso atronador de estos días. Julio es el político honrado, que lo primero que hace -tras ganar las elecciones municipales en 1979- es poner un letrero en el despacho de la alcaldía advirtiendo a los amigos y militantes del partido que se abstengan de pedir prebendas o tratos de favor. El mismo que renunciará a la pensión vitalicia de diputado, el que avisa permanentemente sobre el peligro de “ser abducidos por la liturgia institucional” y las mieles del Palacio. “El sistema es como Salomé, una voz seductora que te va envolviendo poco a poco”.
LAS HEREJÍAS DE JULIO ANGUITA
En Atraco a la memoria, el magistral libro escrito por Juan Andrade, el autor señala que la revalorización de Julio Anguita a la que hemos asistido en los últimos años se debe fundamentalmente a tres cosas: “A su actitud disidente con respecto a varios de los grandes consensos que han operado en la España de los últimos 40 años, y que hoy están en crisis. A su apuesta por una forma de entender la política “a lo grande” y desde la construcción de alternativas, que hoy demanda mucha gente y que reeditan con visos de posibilidad otras iniciativas. Y a su propio carisma y coherencia, tanto más reconocidos por contraste con muchas de las grandes figuras de su época, hoy en declive, en descrédito o declarando ante los tribunales”.
Comparto plenamente el análisis de Juan. Julio no sólo es un referente por su concepción de la política como pedagogía, por su ética intachable o por la firmeza en la defensa de sus principios. Lo es también por haber puesto en pie algunas “herejías”, por haber cuestionado algunos de los enunciados intocables del statu quo. En esa tarea, claro está, Julio Anguita ha estado acompañado de muchos militantes de la izquierda transformadora y de los movimientos sociales, pero su papel y autoridad destacan sobremanera1. La ruptura con el relato oficial de la Transición, la reivindicación de la República, la crítica a la naturaleza neoliberal de la Unión Europea, así como el intento de construir nuevas formas de hacer política, tanto en el terreno partidario (Convocatoria por Andalucía e IU como movimiento político y social) como en el de la sociedad civil, son quizás sus contribuciones más sobresalientes.
La primera vez que vi a Julio Anguita fue en 1981, en el X Congreso del PCE, al que asistí como miembro de la delegación de Extremadura. Yo tenía entonces 19 años, recuerdo cómo me impactó su intervención, en la que hablaba con pasión sobre Gramsci. Años más tarde, en 1988, asistí al Congreso en el que fue elegido secretario general del PCE y desde entonces he tenido la inmensa fortuna de compartir camino y vendavales, afanes de lucha y también amistad.
A Julio le gustaba caracterizar los años noventa como la década prodigiosa del neoliberalismo. Fukuyama había decretado el final de la Historia y los mercados festejaban la globalización. En España, si como decía Rafael Chirbes la transición había sido el pacto entre los arribistas de ambos bandos, la década de los noventa vendría a suponer la consolidación del nuevo bloque de poder político y económico. La Arcadia de la beautiful people, del pelotazo y de la corrupción. Primero de la mano de González y después de la de Aznar, España se convertía en un paraíso para los Mariano Rubio, Rodrigo Rato o los Albertos. Y, sin embargo, a pesar del panorama, en esos años va a alzar el vuelo la mejor Izquierda Unida que ha existido, la más creativa, la más plural, la IU de las áreas de elaboración colectiva y la movilización popular. En Extremadura, las Marchas contra el Paro serán una de las expresiones de ese fecundo desarrollo.
Son años intensos, febriles. IU ha tenido la osadía de saltar el redil del posibilismo y del pragmatismo ramplón. De proponerse la construcción de una alternativa al modelo de gobierno, de estado y de sociedad. Y de desafiar el sistema bipartidista y aspirar incluso al sorpasso. En Extremadura son también tiempos de agitación, de pulso y de articulación de la oposición de izquierdas. El ibarrismo, el régimen de Esténtor –así, con ironía, denominó en alguna ocasión Julio Anguita al todopoderoso presidente de la Junta, por su incontinencia y excesos verbales- pierde en 1995, por primera vez, la mayoría absoluta y moviliza todos sus recursos para desactivar el peligro. La inquietud del partido gobernante llega al extremo de pactar los primeros presupuestos de la legislatura con el Partido Popular. En enero de 2016, bajo una lluvia torrencial, más de dos mil personas participan en la manifestación para mostrar su rechazo al acuerdo presupuestario entre los dos grandes partidos. Julio es una de ellas, ha venido a expresar su apoyo a la organización de Extremadura, como lo haría en multitud de ocasiones durante el período en el que fue coordinador general de IU y también con posterioridad. Badajoz, Cáceres, Mérida, Plasencia, Almendralejo, Villanueva de la Serena, Montijo, Zalamea, Montehermoso, Ribera del Fresno, Pueblo Nuevo o Arroyo de San Serván, serán algunas de las localidades que contarán con su participación en actos públicos.
Julio siempre se ha sentido muy a gusto en las tierras extremeñas. La Deuda Histórica, el empleo público, la Reforma Agraria o la denuncia del clientelismo, serán algunas de las causas de IU de Extremadura que él apoyará durante esos años.
El 23 de febrero de 1999 IU de Extremadura organiza en Cáceres un acto en homenaje a José Saramago, que se convoca bajo el título de Alternativas al neoliberalismo. El mitin ha sido convenido antes de que a Saramago le concedan el Premio Nobel, pero tras la adjudicación del galardón la asistencia desborda todas las previsiones. En el recién inaugurado auditorio solo pueden entrar alrededor de dos mil personas, pero otras tantas se tienen que quedar fuera. “Aquella fue una noche mágica, una noche esplendorosa”, recordará años más tarde Julio. Su discurso, como el de Saramago, es inolvidable, una pieza genial de oratoria y filosofía política, que trasciende la coyuntura y habla de “los que nos mueve a nosotros”, de los fundamentos ideológicos.
Resignación o rebeldía, ese es el dilema en el que se encuentra la sociedad frente al poder absoluto de los mercados. Julio apela a la rebeldía, que “es un grito de la inteligencia y de la voluntad”, y va desgranando los valores fundacionales de la alternativa: la igualdad, la libertad, la austeridad, la solidaridad, la justicia o la cultura. Julio Anguita en estado puro, “marxista convicto y confeso, pero no de catecismo”, como le gusta decir, enraizando su ideología en la Declaración de Derechos Humanos.
Pero el enemigo es mucho más fuerte que nosotros e IU será derrotada. Por primera vez, el régimen del 78 se ha sentido desafiado. Anson advierte desde las páginas de ABC sobre el peligro que representa la IU de Julio Anguita para la monarquía y el sistema bipartidista. El mundo del dinero, los medios de comunicación, las cloacas, todos los mecanismos de seguridad del poder son activados. El grupo PRISA, el principal entramado de comunicación en ese momento, emprende una campaña de descalificación y acoso sistemáticos contra Julio Anguita. Un chalado, un iluminado, un chiita. Un quijote irrisorio, la izquierda que le gusta a la derecha, repiten todas las terminales del sistema y todos los tontos útiles a coro.
La operación de desgaste tiene también su quinta columna. Nueva Izquierda, Iniciativa per Catalunya y una parte del aparato de CCOO constituyen las principales plataformas de erosión. “¿Tú también eres uno de los 100.000 hijos de San Luis?”. Es Antonio Gutiérrez, secretario general de CCOO por esos años y más tarde diputado del PSOE, quien me espeta con ironía la pregunta, en un acto del sindicato cuando me ve que llevo en la camisa una chapa con el lema por la Rectificación, una campaña que promovió IU exigiendo el fin de la corrupción y un cambio en la política económica del gobierno. Sí, compañero, a mucho orgullo, yo también soy uno de esos chiitas irreductibles, un anguitista irredento que no acepta las ETTs ni las reformas laborales contra los trabajadores ni el capitalismo.
Llega la hora del repliegue en toda España. Una parte del grupo parlamentario se pasa con armas y bagaje al adversario. Y en Extremadura el 24 de septiembre de 1997 dimite Teresa Rejas como presidenta de la Asamblea, dando una lección de dignidad a tirios y troyanos. Ya lo dijo Claudio Rodríguez: estamos en derrota, nunca en doma. La militancia se revuelve, se pone en pie una campaña muy potente por las 35 horas. Pero la suerte está echada, hemos sido derrotados.
“Esto ya es clase política, es Senado”. Es Julio quien nos lo dice, entre bromas y entre veras, a algunos de los rebeldones que nos sentamos en las últimas filas del Consejo Federal de IU. Estamos en el otoño de 1999. A él le gusta mucho andar, también en las reuniones si el espacio lo permite. Deja caer sus frases socarronas, como una cuña irreverente en el tedio de las intervenciones de la tarde.
El 16 de diciembre de 1999 Julio sufre un nuevo infarto. Es sometido a una operación de corazón y tiene que retirarse como cabeza de la candidatura para las elecciones generales que se celebran en marzo. En octubre de 2000, es sustituido en el cargo de coordinador general por Gaspar Llamazares. Izquierda Unida, tras una década de coraje, retorna paulatinamente a la mortecina “cultura de la transición”. A la VII Asamblea Federal de IU, celebrada en diciembre de 2003, asiste como invitado estrella Santiago Carrillo. Y la dirección federal proyecta un vídeo sobre la historia de IU en el que, oh, sorpresa, se han dado la maña para que Julio Anguita ni siquiera aparezca en él. Maravillas del estalinismo de lenguaje dulce.
EL LEGADO: CREAR CONTRAPODER, CREAR HEGEMONÍA SOCIAL Y CULTURAL
“A una leyenda no le entran las balas”, señaló Graham Greene refiriéndose a Ernesto Ché Guevara. Otro tanto pasará con Julio. A él tampoco han podido cargárselo con los editoriales de El País y la artillería mediática, ni siquiera con la ayuda inestimable de la la quinta columna. Ni todos los Cebrianes, Polancos, Señores X, Ribós y Gutiérrez del mundo juntos podrán acabar con la memoria de Julio Anguita.
Tras su etapa en la coordinación general de IU cambió de trinchera, pero siguió luchando hasta el último día. “Los partidos políticos no son los únicos intérpretes de la voluntad popular, en absoluto. El partido es una forma más de participación política, una más entre mil”. Lo había escrito y defendido muchas veces y lo demostró con el ejemplo. Siendo ya alcalde argumentaba sobre la necesidad de afirmar y negar al mismo tiempo la institución. “El buen comunista tiene que tener siquiera litro y medio de anarquista”, repetía con frecuencia. La Unidad Cívica por la República, el Colectivo Prometeo o el Frente Cívico Somos Mayoría son algunos de los proyectos en los que se implicó en las dos últimas décadas. “Los movimientos sociales constituyen la célula básica sobre la que la gente se organiza, cobra conciencia y quiere actuar”.
El 15 de mayo de 2011 irrumpe el movimiento popular, señalando la ruptura con los consensos de la transición y su cultura política. “Son los nuestros”, escribe Julio días después, mientras la dirección de IU mira por encima del hombro a los jóvenes indignados. “Se han lanzado a la calle y la siguen llenando sin complejos, poniendo en evidencia a quienes debían y debíamos haberlas llenado antes”. “Son los nuestros; y esta expresión quiere poner especial énfasis en la acepción de pertenencia que el posesivo conlleva; son los nuestros porque les pertenecemos”.
La crisis política se profundiza y Anguita llama la atención sobre la necesidad de ensanchar la grieta, de dar un paso adelante y abrir un proceso constituyente. Nace, con el empuje de Julio y del Colectivo Prometeo, el Frente Cívico Somos Mayoría. Será precisamente ese el espacio en el que volveremos a trabajar estrechamente. Sus bases son muy sencillas y al tiempo poderosas: un programa de 10 puntos –siempre el programa, siempre lo concreto que une-, el propósito de unir a la mayoría por encima de sus simpatías políticas de partida, la renuncia a crear una plataforma electoral y la decisión de promover la movilización. Las Marchas de la Dignidad toman el relevo al 15M y ocupan las calles. Son “una explicitación de que el proceso constituyente es posible”, afirma Julio.
El 10 de enero de 2014 Julio Anguita, Diego Cañamero, Rafa Mayoral y Pablo Iglesias participan en un acto de apoyo a los Campamentos Dignidad. Ese día termina el encierro que decenas de activistas han mantenido desde el 23 de diciembre en la Concatedral de Mérida, exigiendo la puesta en marcha de la Ley autonómica de renta básica de inserción. El encierro termina con una manifestación y un acto público en el Centro Cultural Alcazaba donde se presentan las Marchas de la Dignidad. De nuevo, como ocurriera en el homenaje a Saramago, centenares de personas no pueden acceder al local, abarrotado muy pronto de público.
El 22 de marzo una amplísima alianza social y cultural, con robustos anclajes en la clase obrera, reúne un millón y medio de personas en Madrid. Crear contrapoder es posible. El régimen del 78 tiembla.
Cinco años después el panorama político ha cambiado de manera significativa. El bipartidismo se ha resquebrajado, Unidas Podemos ha entrado a formar parte de gobierno y ha irrumpido con fuerza la extrema derecha. La epidemia del coronavirus ha abierto en canal la crisis de civilización. Hace unas semanas Julio elaboraba al respecto un Manifiesto que comienza así: “Nos enfrentamos a una de las situaciones más graves de nuestra Historia (…) La epidemia ha acelerado y agravado aún más la crisis sistémica ya anunciada por científicos, economistas y analistas”. Anguita nos convocaba así, de nuevo, a “dar un paso más y organizar colegiadamente el combate político-cultural y la entente programática”, a crear hegemonía social y cultural frente al neoliberalismo y frente “a los dueños de un Poder sempiterno”.
Julio Anguita ha sido uno de los militantes revolucionarios más virtuosos que ha parido este país en mucho tiempo, un espejo de honradez donde mirarse y una brújula contra el extravío y los cantos de sirena. Vamos a echar mucho de menos su discurso profético, su ejemplo, su generosidad.
Permítaseme un recuerdo personal para ilustrar la última afirmación. 27 de marzo de 2003. Hace una semana que ha dado comienzo la invasión de Irak por parte de los Estados Unidos. El gobierno español, saltándose a la torera lo dispuesto en la Constitución, está involucrando en la guerra a nuestro país. En el parlamento de Extremadura, en mi condición de diputado, afirmo que “Aznar por acción y el Rey por omisión son presuntos delincuentes”. Se crea un cierto revuelo, la noticia sale en los informativos de ámbito estatal. A la dirección federal de IU le falta tiempo para desvincularse de mis declaraciones, sin ni siquiera hablar conmigo. Pero a mediodía me llega una llamada que cura la herida de los dirigentes cobardes y miserables; es Julio Anguita, ofreciéndome no sólo su apoyo, sino que utilice su nombre donde haga falta. Nueve años después, 24 de agosto de 2012, ocurrirá algo similar con la expropiación de alimentos que la Plataforma por la Renta Básica realiza en el Carrefour de Mérida, replicando la acción de los compañeros del SAT en otras dos ciudades andaluzas. En los momentos duros, ahí estaba Julio Anguita. Siempre leal a los principios, siempre leal a su gente.
Tu memoria perdurará Julio, germinará en la lucha de millones de personas. Aunque no te gustaba el término, muchos de nosotros y nosotras seremos anguitistas siempre.
La militancia es un hecho colectivo. En este texto hablo a veces en primera persona. Pero en las tareas del periodo del que aquí se habla se implicaron decenas, centenares de compañeros y compañeras. Como reconocimiento a todos ellos me gustaría traer a la memoria a algunos de los que han fallecido en los últimos años: Susana López, José María Coronas, Rogelio Barrero, Gregorio Herreros, Quintín Amado, Ángel Gañán y José Bélmez.
Fuente: El Salto Diario
2 comentarios:
Magnífico, sin palabras
Me ha parecido un post muy interesante resumiendo la trayectoria de Julio y la historia política de los últimos años. Cuanto más leo sobre él más lo admiro. Mi padre siempre se miró en él en su espíritu de lucha obrera y lo seguirá haciendo desde el respeto y con su propia personalidad pero para nosotros siempre será un ejemplo y un aliento para no desfallecer ni en estos momentos en los que estamos muy afectados por la pérdida. Un abrazo.
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