sábado, 30 de mayo de 2020

No es un debate sencillo, pero el miedo y la contención no son el camino



Julen Bollain
Tinixara Guanche

Este viernes se ha aprobado en el Consejo de Ministros el tantas veces anunciado ingreso mínimo vital. Una medida que parece que conocemos de toda la vida y que lleva ya meses provocando un ir y venir de noticias. Información que ha generado, dicho sea de paso, una serie de falsas expectativas en mucha gente que, a la hora de la verdad, verá que no puede acceder y simplemente no entenderá el por qué de tanto bombo.
Porque la verdad es que durante estos meses el presupuesto inicial del ingreso mínimo vital se ha reducido de unos 5.000 millones de euros a 3.000, el número de familias beneficiarias, de alrededor de 1.000.000 a 850.000 e incluso, hemos pasado de escuchar que esta prestación no iba a estar supeditada a la búsqueda activa de empleo, a leer al ministro Escrivá diciendo que “para cobrar el ingreso mínimo vital será obligatorio buscar trabajo”.
Y entre dimes y diretes, finalmente, ha llegado el día de su aprobación. Ha tardado, y mucho. Y en nuestra opinión, lamentablemente, esperábamos más. Porque no sólo ha defraudado las expectativas a muchas de las personas que golpeadas por la desigualdad estructural o por la pandemia que se las ven y se las desean para poder cubrir sus necesidades, sino que además defrauda una apuesta real y decidida por la redistribución de la riqueza. Ha abandonado, a cambio de las recetas de siempre, el camino que lleva a ampliar miradas y a ensanchar políticas que den una respuesta estructural a los retos del siglo XXI.
La derecha acudirá feroz a gritar contra la paguita, y nosotras sentiremos el peso de la tristeza y la decepción. Porque, al final, queriendo acallar a unas y contentar a otras, se ha quedado en tierra de nadie.


El ingreso mínimo vital es sin duda un avance, porque todo reconocimiento de derechos para la ciudadanía lo es. Pero la cuestión central a analizar, para nosotros al menos, no es sólo “la herramienta” en sí, sino su diseño y su alcance. Está claro que para quien no tenga nada y ahora tenga esto, es bueno. Está claro que para quienes esto legitime su absoluto abandono institucional, es malo. Y, sobre todo, está claro que este debate, para quien desgraciadamente vive de la crítica fácil, no es de blancos y negros. Contiene muchos matices de grises que toca analizar y sobre los que es indispensable posicionarse. Porque guste o no escucharlo, un avance puede considerarse un retroceso si no ayuda suficientemente a las personas y, especialmente, si las criminaliza e hipoteca sus vidas dándole, dicho sea de paso, al ‘enemigo’ carrete con el que reforzar sus posiciones.


No es por lo tanto una postura sencilla la que nos toca defender aquí y ahora. No es una postura cómoda y desde luego, no es una postura sin matices. Y es desde esta honestidad desde la que queremos reflexionar sobre tres aspectos de la medida que nos preocupan y consideramos que nos deben ocupar.


El primero es que este ingreso mínimo vital nos defrauda y nos entristece. Y lo hace porque podría haber sido la oportunidad perfecta para apostar por medidas más ambiciosas y, sobre todo, porque la gente no entiende de retrasos, controles presupuestarios o limitaciones.


Quienes lo están pasando mal hoy sólo entienden de necesidades y, estando de acuerdo al 100% con el objetivo que establece el primer artículo de esta ley de “prevenir el riesgo de pobreza y exclusión social de las personas”, no entendemos ni el contenido de la ley ni el camino elegido. Prevenir es, según la RAE, “ver, conocer de antemano o con anticipación un daño o perjuicio”. Por el contrario, esta prestación se orienta a cubrir a una parte de las personas que ya están en la cara más dura de la pobreza y que, además, ni con ella conseguirán superarla. Y es entonces cuando nos preguntamos si hacía falta tanta alforja para este viaje. El ingreso mínimo vital servirá, sin duda, para contener algunas de las situaciones que se dan en la pobreza pero está lejos de prevenirla o evitarla. Y esto sin dejar de mencionar que no se nombra la perspectiva de género (a pesar de que la pobreza en el mundo tiene rostro de mujer) ni el interés superior de la infancia y la adolescencia (a pesar de oír por activa y por pasiva que esta herramienta se dirigía a las familias que peor lo pasaban porque sus hijas e hijos no merecen crecer en situación de necesidad).


La segunda reflexión que queremos plantear es que el ingreso mínimo vital nos da miedo. Y lo hace porque, a falta de ver cómo será la puesta en marcha y el día a día de quienes la cobran, el análisis de la normativa nos muestra que está llena de parches y zonas grises.Durante años ambos hemos sido tremendamente críticos con los fallos de gestión de la Renta de Garantía de Ingresos (RGI) de Euskadi que, pese a ser de las más generosas del Estado, ha buscado (y se le ha permitido encontrar) un armazón de impunidad para excluir a mucha gente y poner el control por encima de la protección.


Pues bien, el ingreso mínimo vital “compra” muchas de las malas prácticas que se aplican en Euskadi mientras que soluciona muy pocas. ¿Será que lo que busca es la contención y no la prevención? Juzguen ustedes. Entre los requisitos, las obligaciones y los tipos de sanciones que se van a exigir o imponer, hay referencias constantes a “lo que diga el reglamento” y, ¿saben lo que eso significa? Inseguridad. Una de las pocas cosas de lo que las personas en la precariedad y la pobreza van sobradas. Inseguridad ya no personal, sino jurídica, porque para ellas implica que al solicitar una prestación no van a saber qué les van a pedir. Pero es que además, de alguna manera, obliga a fiarse de la buena fe de quienes la gestionen. En todo caso, ya habrá tiempo a analizar cómo se aplica y esperamos, sin duda, equivocarnos. En lo que no tenemos ninguna duda es en el aparente apoyo que esta reforma da al recorte sin precedentes que el PNV y el PSE quisieron imponer en Euskadi en el frustrado intento de reformar la RGI y ése es un camino que realmente asusta.


El tercer aspecto que queremos remarcar es que nos preocupa que este IMV no sirva para afrontar los problemas surgidos de la crisis actual. Y nos preocupa porque, para poder hacer frente a los problemas generados en muchísimas familias a raíz de la crisis que ha desencadenado el Coronavirus, el IMV tendría que atender a la situación de las personas hoy y, sin embargo, parece que también va a tener en cuenta los ingresos y el patrimonio del año 2019.


¿Cuántas personas que se han quedado sin ingresos por culpa de esta crisis no podrán entonces ser beneficiarias del IMV? Porque las miles y miles de familias en las que una persona tuviera un empleo a tiempo completo en el año 2019, incluso con un salario inferior al SMI, o las que tuvieran unos pocos ahorros en la cuenta bancaria, no. Y esto nos preocupa. Porque parece que no se han hecho esfuerzo suficientes para que esta normativa refleje y dé respuesta a los problemas actuales de la sociedad, a los problemas de las miles de personas que a día de hoy desayunan, comen y cenan pura incertidumbre. Y que mañana, seguirán haciéndolo.


Fueron muchas las llamadas que recibimos ayer de amigos y amigas preguntando si podrían acceder al ingreso mínimo vital. Lamentablemente, en la totalidad de ellas la respuesta fue la misma. No podéis acceder. Aunque lleves desde febrero sin curro, el año pasado tuviste un empleo de 900€ al mes y, por lo tanto, no podrás acceder. Llevas solo 2 años viviendo fuera de casa de tus padres, por lo tanto, pese a no tener ingresos no vas a podrás acceder hasta el año que viene como pronto. Vives solo y tienes una plaza de garaje valorada en 14.000€ y más de 3.000€ en el banco, por lo tanto, no puedes acceder. Y habrá familias que lo consigan, pero creo que todas estamos de acuerdo en que la cobertura de este ingreso mínimo vital es muy escasa teniendo en cuenta la totalidad de personas que lo están pasando realmente jodido.


Todo esto nos lleva una vez más a recordar aquello de que “rectificar es de sabias”. Es imprescindible enfrentarnos a la situación con valentía y no sólo con buenas intenciones porque están lejos de ser lo que la gente come. Toca hacer una apuesta decidida si de verdad queremos salir juntas de ésta. Ahora que el virus pasa a un segundo plano, toca hacer una inversión en la salud de la sociedad; urge, también, curar la desigualdad y la precariedad. Por eso, para no seguir parcheando y poder garantizar unos mínimos vitales a todas las personas, hace falta pasar del miedo y de la contención a la libertad y la prevención. Necesitamos una Renta Básica Incondicional acompañada de una apuesta por el refuerzo de los servicios públicos que nos permita salir de ésta juntas y sin dejar a nadie atrás.

No hay comentarios: