sábado, 5 de septiembre de 2020

Resignados. Hoy más que ayer pero menos que mañana.

 

 
Antonio Pintor
Colectivo Prometeo

Fuente:El Sembrador de Ideas

 

    Según los informes de organismos internacionales como la OMS nuestro país, a pesar de tener las medidas restrictivas más severas del continente, está entre el grupo de cabeza a nivel mundial de los contagios por coronavirus, habiendo sobrepasado en diez veces por 100.000 habitantes al que fuera el epicentro de la pandemia a nivel europeo, Italia. Aunque las peculiaridades en la recogida de datos puedan diferir y estemos comparando peras con manzanas, lo cierto es que los contagios en nuestro país aumentan de manera preocupante.

Ante esta situación resulta llamativo la falta de un análisis crítico que pudiera ponernos sobre la pista de medidas capaces de corregir la deriva hacia el desastre al que estamos abocados y abrir una puerta hacia la esperanza. Por el contrario lo habitual es escuchar discursos de autocomplacencia según los cuales estamos ante un comportamiento ejemplar tanto por parte de los ciudadanos como de los políticos y gestores sanitarios. Siendo llamativo la falta de creatividad por parte de los responsables político-sanitarios y de los medios de comunicación, que se limitan a hacer una simple descripción pasiva de lo que está ocurriendo, repitiendo machaconamente día tras día las mismas banalidades que nos vienen contando desde el inicio de la pandemia con un guión del que solo cambian las cifras de un día para otro, en el sentido de “hoy más que ayer, pero menos que mañana” en cuanto al número de afectados: contagiados, hospitalizados, ingresados en UCI o defunciones, de manera resignada e inevitable. Un ejemplo paradigmático de lo dicho son las declaraciones del Consejero de Salud, Sr. Aguirre, en relación a las medidas a tomar por la Junta de Andalucía: “Tomaremos las medidas que haya que tomar y cuando se tengan que tomar”, más claro agua, es decir, no tenemos ni idea de lo que hay que hacer.

En este contexto algunos nos preguntamos ¿qué puede estar pasando? Sin que, al parecer, seamos capaces de dar una respuesta convincente que nos permita atisbar una solución, aunque encontremos opiniones, más o menos fundamentadas, intentando aportar algo de luz.

Evidentemente yo tampoco tengo la explicación a este enigma, aunque quisiera aportar alguna observación que, junto a otras posibles causas, nos pudiera dar una pista.

En línea con lo apuntado por mi amigo José Mª Rivera en la entrada de su blog “Del breviario al vademécum” con el título “Un ogro”, pienso que las medidas de seguridad útiles y necesarias ante la infección se han quedado más en la apariencia que en la esencia, o sea que “to se queda en un paripé” que diría un castizo de nuestra tierra. Me explico.

 
Según nos informan todos los organismos, desde la OMS hasta el sanitario del último rincón del país, las tres herramientas principales en la lucha contra el coronavirus son: el lavado de manos, la distancia social en torno a los dos metros y el uso de mascarillas. Aunque esta sea una verdad científica, asumida y propagada insistentemente por todos los encargados de cuidar la salud de la población, da la impresión de que nos hemos preocupado mucho por difundir el mensaje y poco de valorar el calado del mismo en la población y facilitar su cumplimiento.

Empecemos por las mascarillas. Al comienzo de la pandemia, cuando aún pensábamos seguramente de manera equivocada que apenas había casos, el principal problema que se nos planteó fue la escases de material de protección para las personas que más riesgo corrían, bien por su trabajo como en el caso de los sanitarios, o por ser más vulnerables, ancianos y personas con patologías graves. En este contexto de peligro por venir, aunque ya lo teníamos encima, adquirió especial relevancia el tema de las mascarillas. Aunque la cantidad disponible en hospitales y Centros de Salud podía ser suficiente en circunstancias normales era claramente deficitaria para el nuevo escenario, situación que se vio agravada por el “acopio preventivo” por parte de los más prevenidos que dejó sin existencias al resto del personal. Esta fue la cara egoísta de la situación, frente a ello surgió un movimiento solidario altruista en el que muchas personas, sobre todo mujeres, se pusieron a fabricar mascarillas caseras para donarlas a los centros sanitarios, residencias y cualquiera que las necesitara.

En estas circunstancias, incluso quienes nos habíamos dedicado durante décadas al ejercicio de la medicina, nos vimos en la necesidad de conocer en detalle las características de un material sanitario que fuera del terreno hospitalario, sobretodo del ambiente quirúrgico, era poco usado, al menos en atención primaria que es donde he trabajado. Así empezamos a conocer los diferentes tipos de mascarillas: quirúrgicas, higiénicas, FFP2/FFP3 (con válvula o sin ella), el tipo de protección que nos daban, la manera como debíamos colocárnosla y, lo más importante, el tiempo de duración de las mismas. Los resultados de esta indagación quedaron expuestos en una entrada del blog sobre “Mascarillas”.

Durante esos meses de escasez y compras compulsivas en un mercado especulativo, competitivo y poco fiable, el problema principal en el que tanto autoridades como organismos científicos ponían el foco, era la garantía de seguridad tanto del material adquirido como de la distribución y uso que debía hacerse de él. En este asunto, al igual que en el resto de la pandemia, la oposición política de la derecha siguiendo su tónica habitual formaron parte del problema en lugar de la solución, lo que marca una diferencia importante con lo ocurrido en otros países de nuestro entorno. Una vez normalizados los mecanismos de compra, esta fase se superó y dispusimos de mascarillas suficientes para cubrir las necesidades.

La idoneidad en cuanto a la capacidad de protección de la mascarilla que había quedado enmascarada ante la necesidad de disponer de ella, se acentuó a raíz de la normativa que hacia obligatorio su uso prácticamente en todos los espacios bajo la amenaza de sanción económica. Aquí es donde, en mi opinión, se produce el punto de inflexión en la actitud de los ciudadanos, pues antes de que se hubiera asimilado la importancia y el uso correcto de la mascarilla para protegernos del contagio del virus, nuestro interés cambió de dirección, de manera que ahora lo prioritario era evitar la sanción por no llevarla puesta, quedando en un papel secundario el tema de la seguridad. Ante esta nueva situación la importancia de su uso se centró en la comodidad, la estética y como elemento de propaganda de alguna marca, causa social o de nostálgicos de la dictadura y sus abanderados que han encontrado otra forma de exhibir la simbología de sus pulseritas.

En este contexto lo que importa es disponer de “algún material” que cubra boca y nariz cuando nos desplacemos por lugares en los que podamos ser descubiertos y sancionados en caso de no hacerlo. La calidad y seguridad de ese “material” ya no forma parte de nuestra prioridad, por eso utilizamos cualquier tipo de mascarilla y durante tiempo indefinido, sin que se tengan en cuenta las recomendaciones en cuanto a la duración del uso y la necesidad de recambio que suele ser tras algunas horas. En estas condiciones las mascarillas usadas no solo carecen de la protección que se les supone sino que se convierten en fómites, es decir, en elementos facilitadores de la contaminación con el virus. Esta situación puede mejorar con las mascarillas del CSIC, recientemente puestas a la venta, que alarga el tiempo de uso sin perder su eficacia.

La otra circunstancia que se da es la que mi amigo “Fili” nos cuenta, y es que en el momento en que quedamos fuera de vigilancia, caso del entorno privado, pasamos al escenario de “fuera mascarillas” independiente de con quienes y cuantos nos juntemos, convirtiéndose en bichos raros quienes, como él, insisten en mantener la protección facial y resto de medidas.

En cuanto a las otras medidas, lo de los dos metros de separación en los lugares donde se producen aglomeraciones, que es donde tienen sentido, cualquiera puede observar que lo normal es transformar la distancia de dos metros, en el mejor de los casos, en dos palmos; y en lo referente a los geles para el lavado de manos y desinfectantes del resto de utensilios, aunque se ha extendido y se practica con asiduidad, sin embargo las inspecciones sanitarias para evaluar su correcto uso, son escasas y tardías. Sirva de ejemplo lo ocurrido tras una inspección realizada a un local de restauración en el que la sustancia que utilizaban como desinfectante para el mobiliario y utensilios, anunciada como eficaz para el coronavirus por el fabricante, no lo era según la inspectora. Una información que llega cinco meses tarde.

En cuanto a otras medidas adoptadas en nuestra comunidad, como la prohibición de fumar si no se garantizan los dos metros de separación con otras personas, aunque bienintencionada, en la práctica se ha convertido en un problema para los trabajadores de la hostelería sobre cuyos hombros suele recaer la responsabilidad de su cumplimiento en la mayoría de los casos; y en lo referente a la prohibición de estar en la playa desde las 21.30 a las 7 de la mañana, lo más benévolo que podemos decir es que se trata de un brindis al sol.

Ante este panorama y la ineficacia demostrada por parte de algunas autonomías en el control de la pandemia no es descabellado vaticinar que nos espera un futuro muy negro para los próximos meses. En fin, como decía, se trata de meras opiniones producto de simples observaciones por lo que espero y deseo estar equivocado en la conclusión final.

1 comentario:

Pepe Castaño dijo...

Amigo Antonio, describes la triste realidad. Además de la vergonzosa irresponsabilidad de los impresentables políticos, la calle es un absoluto caos: me veo obligado constantemente a circular en zig-zag. Lanzo cuando pienso que no me van a agredir lo siguiente: Para circular, por la derecha; para votar, por la izquierda. Me suelen mirar como mirarían a un loco.
Di dónde se puede adquirir la mascasilla del CSIC.
Un abrazo.