A José Couso le mataron el 8 de abril de 2003 en Bagdad.
A primera hora de la mañana se produjo un intenso intercambio de fuego en la capital iraquí, muy cerca del puente de Al Jumhuriya, en la zona oeste del río Tigris. Desde el Hotel Palestina, situado al otro lado del río, los periodistas pudieron grabar todo lo que sucedía. Pasadas más de cinco horas de combate, cuando la situación retornaba a la calma, un tanque del ejército de los Estados Unidos, apostado en el puente, se adelantó unos metros y dirigió su cañón hacia el hotel, teniendo pleno conocimiento de que allí se alojaba el contingente de la prensa internacional.
Tras una orden de Philip Wolford, capitán de la unidad de blindados 4-64 Armor, que fue autorizada por el teniente coronel Philip de Camp, el sargento Thomas Gibson disparó una granada hueca contra la planta número 15 del establecimiento, provocando heridas que resultaron mortales al cámara español de Telecinco y a su colega ucraniano Taras Protsyuk, de la agencia Reuters.
El segundo asesinato
El gobierno de José María Aznar cumplía por entonces el tercer año de su segunda legislatura. Fue uno de los grandes apoyos de la administración Bush en la planificación de la invasión de Irak, una operación militar que se produjo fuera del consenso de la comunidad internacional, basada en la mentira de las armas de destrucción masiva, y que dejó un país derruido hasta las cenizas con más de 200.000 civiles inocentes asesinados.
En la historia de la infamia quedará para siempre la Imagen de Aznar, en el rancho tejano de Bush, con los pies sobre la mesa, mientras que el mandatario estadounidense se esforzaba en pronunciar su nombre: "Mi amico José María Anzar". O la reunión en la isla de las Azores, donde junto a Tony Blair, primer ministro del Reino Unido, y Durão Barroso, su homólogo portugués, escenificaron con una sonrisa en la boca y un apretón de manos el acuerdo para la ejecución de una masacre.
Otro instantánea de la ignominia sucedió el 10 de abril de 2003. Aznar comparecía por primera vez en el Congreso tras el asesinato de Couso, ocurrido dos días antes. Los fotógrafos que cubren la información parlamentaria se colocaron frente a su escaño, dejaron las cámaras en el suelo y le dieron la espalda. El presidente permaneció sentado, impertérrito, con esa actitud que le caracteriza, entre la soberbia de los borrachos de poder y el despotismo de los tiranos que observan con desdén el dolor ajeno.
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