miércoles, 26 de mayo de 2021

El futuro ha llegado: no es personal, es política





Manolo Monereo

De sucesiones. Es una ley casi universal. La elegida o el elegido hará todo lo posible por autonomizarse de su elector hasta, en determinadas condiciones, separarse de él definitivamente. Cuanto más se insista en su condición de elegida, más fuerte será su rechazo y su oposición. En el fondo, la cuestión de la legitimidad; es decir, de construirla, definirla y ejercerla. Pablo Iglesias no tiene sustituto, ha ido construyendo un tipo de relación con la política, un tipo de organización y un tipo de alianzas que comenzaban por él y terminaban en él. Cuando una persona dice en su despedida que ha fracasado, que ya no suma y que no quiere seguir siendo un chivo expiatorio de las derechas, hay que tomárselo en serio. Muchos sabían que tenía fecha de caducidad. La convocatoria de elecciones en Madrid la han acelerado.

No tenemos la suficiente perspectiva para evaluar con todos sus matices la figura del exsecretario general de Podemos. El poder cambia a las personas y las define de una determinada manera. Pablo asumió riesgos, demostró valentía y arrojo e hizo de la audacia un modo de concebir el ejercicio de la política. Él era un revolucionario que no creía en la revolución. Esta contradicción la vivía al límite. Algunos entendieron que su estilo era leninista; no es verdad. Tenía un talento populista innato que hacía del gobierno un modo de ejercer la oposición y transmitirla. Un día llegó a la conclusión de que la ruptura democrática no era posible y que lo máximo que se podía conseguir es hacer cambiar al PSOE por las buenas o por las menos malas. Sabía que para conseguir esto no hacía falta esforzarse en la dura e ingrata tarea de construir partido. Bastaba con un aparato fuerte y homogéneo, íntimamente ligado a los medios de comunicación y con un liderazgo único. Su capacidad de reinventarse y de maniobra han sido reconocidos. Consideraba que tener un proyecto de país era cosa de intelectuales, que estrategia, programa y alianzas eran siempre contingentes y que lo importante era conseguir reivindicaciones que acabaran en el Boletín Oficial del Estado. Su épica, que siempre la tuvo, fue la del líder que se enfrentaba a los poderosos, a los grandes medios de comunicación, a la trama de los poderes oligárquicos. Su estilo de hacer política culminó en hacer del gobierno con Pedro Sánchez una batalla contra las élites y contra el propio PSOE. Por esto, repito, Pablo no tiene sustituta ni sustituto.


Podemos: no es fácil convertir las debilidades en fortalezas. Podemos ha decidido resolver la crisis producida por la dimisión de su fundador deprisa y corriendo, con demasiado miedo a la dispersión política y a la fragmentación de su espacio electoral. La crisis se pretende cerrar por arriba eludiendo, una vez más, la política; es decir, proyecto, programa, ideas. El estilo de Pablo Iglesias, insisto, no es repetible. No insistiré más. La palabra clave es fundación; los actos tienen consecuencias. Seguramente la mejor conclusión que se puede sacar de la próxima Asamblea de Podemos es que ya no tiene la masa crítica necesaria para definir un nuevo proyecto histórico.

Las tareas que debe abordar Podemos son enormes y hacerlo en un mes no parece posible. Hay que definir un proyecto, un ideario, una identidad. Hay que construir dirección política; es decir, un equipo de mujeres y hombres y un liderazgo que, inevitablemente, será plural e inclusivo. Hará falta una dirección colectiva, deliberación y una disciplina consciente. Pero, sobre todo, será necesario crear organización. Aquí no caben improvisaciones. Hay que evaluar los cuadros que se tienen, su nivel de compromiso y sus capacidades. Lo más difícil será revitalizar los Círculos, darles orientaciones y promover los instrumentos para que tengan una vida colectiva plenamente insertada en los territorios, en el conflicto social.

Tareas, insisto, difíciles y que requieren algo de lo que ya no se dispone, tiempo. Es curioso y hasta paradójico. Se quiere cerrar rápidamente una crisis para tener tiempo y fuerza para construir la unidad. Creo que tendría que ser al revés. Saber que el tiempo es de unidad y que hay que crear las condiciones programáticas, estratégicas y organizativas para ir más allá de Podemos y de Izquierda Unida; es decir, fundar, en un proceso a medio plazo, una izquierda española a la altura de un tiempo histórico marcado por la crisis de la globalización capitalista, la larga transición geopolítica y el retorno –nunca se fue- del Estado nación.

El gobierno: ni contigo ni sin ti. La coyuntura política está cambiando, para peor. Las derechas están a la ofensiva, el humor social da señales de movimientos de fondo y, lo que es más grave, el gobierno parece haber perdido el impulso del cambio. Lo de Pedro Sánchez empieza a ser dramático. El “laboratorio” de Iván Redondo no da para mucho más: política entendida como mera propaganda. Hemos pasado del “maná” de los fondos europeos a la España 2050. Imaginemos: un joven nacido en 1990. Tenía 18 años en la crisis del 2008-2011. La crisis de la pandemia le coge con 30 años. Ha pasado de una juventud que se sabía sin futuro a un presente marcado por la precariedad, los bajos salarios y la inseguridad; vivir es sobrevivir y ahora le vienen con un futuro esplendoroso. En 2050 tendrá 60 años; ¿Cuántos años habrá cotizado? ¿Cuáles serán las condiciones para acceder a pensiones públicas? ¿Cuál será su cuantía? Lo dicho, el gobierno se fuga hacia el futuro para ocultar los dramáticos dilemas del presente. Lo que no dice el plan: reducir sustancialmente la jornada laboral y la edad de la jubilación reconstruyendo la relación perdida entre salarios y productividad. El lado contrario es donde reside la verdad: lo que haga o no haga este gobierno marcará el futuro de España.

A veces tengo la sensación de que la durísima dinámica gobierno/oposición está ocultando las realidades sociales que se entrevén ya en las elecciones de Madrid y que indican una separación creciente entre sociedad y gobierno. Las derechas son tan duras, tan radicales y clasistas que solo con el piloto automático del “consenso de Bruselas” se las podrá vencer. Se olvidan dos asuntos: 1) que a los poderes económicos les viene muy bien la dura oposición de las derechas unidas; 2) que hay una coincidencia sustancial entre una parte del gobierno, la patronal y las instituciones de la UE. Hay dos proyectos y hay, de facto, dos programas: el que se firmó entre Sánchez e Iglesias y el que se ha presentado en Bruselas. El sector más neoliberal aprovecha las condicionalidades políticas de los fondos europeos para neutralizar los aspectos progresivos del programa acordado e imponer uno nuevo que expresa una alianza estratégica con los grandes oligopolios empresariales y financieros. La Next Generation UE es eso.

Se dice que UP y el PSOE están obligados a entenderse. Esto no es decir mucho. La clave es, como siempre, el para qué y cómo. La ministra Calviño todo lo fía a la recuperación. Como economista del sistema, plantea que primero es crecer y luego repartir; es decir, remover todos los obstáculos que puedan impedir el libre despegue del capital. Los derechos laborales son un obstáculo; fortalecer la negociación colectiva, otro; asegurar un sistema fiscal más justo es un obstáculo; defender una privatización selectiva de las pensiones públicas lo considera caminar en la buena dirección. Se podría continuar y algunos lo haremos. Cuando empiece la recuperación, que está llegando, el discurso cambiará un poco, a saber: hay que reforzarla, darle más impulso y continuidad; ergo, hay que dar seguridad a la inversión privada no generando dudas ni incertidumbres. Así hasta la próxima crisis. La economía real no funciona de este modo, el tipo de reparto determina el modelo productivo y sus complejas relaciones con el exterior.

Ni contigo ni sin ti. Guste o no hay una alianza PSOE/UP. El problema es si está este gobierno de coalición en condiciones de resistir la ofensiva de las derechas, ampliar su base social y derrotarlas política y electoralmente. Temo que no. No se puede desligar la salida de la política de Pablo Iglesias con las dificultades y los dilemas de gobernar con un PSOE que tiene un proyecto propio y distinto de UP y que ve la oportunidad para imponerlo bajo la consigna de que Europa lo exige. Esta es la cuestión central que tiene que ser resuelta en tiempo corto. El impulso del cambio de este gobierno está agotado, la salida de Pablo Iglesias está siendo aprovechado para imponer un nuevo programa marcadamente social liberal y, lo más grave, se está perdiendo realidad social, apoyo electoral y confianza política.

Volver a la política como proyecto, programa y estrategia. Lo que viene no será fácil y estará muy marcado por el factor tiempo. Yolanda Díaz se moverá lentamente y buscará su propia legitimidad. Se nota que hay un nuevo estilo y que, por ahora, los medios la respetan. Se puede decir que los poderes la están midiendo. Una cosa sí parece clara, nada será como antes. Se trata de un nuevo inicio. Creo que a estas alturas sabemos que IU y Podemos son estructuras que no definen un futuro que ya ha llegado. Hace falta –llámese como se llame- una nueva formación política que intente expresar en nuevas condiciones lo que fueron Izquierda Unida y Podemos, que aprenda de la historia pasada y que sea capaz de hacer política grande en una sociedad que está cambiando aceleradamente. Lo primero es definir un proyecto de país claro, rotundo, comprensible. Después, el equipo dirigente y, paralelamente, construir una forma-organización que recoja y resuma una pluralidad de instrumentos que hagan posible la participación y el compromiso político. Estas cosas se pueden hacer de diversos modos. En su centro, unos estados generales de las izquierdas que concrete qué país queremos construir, con quién y cómo; que manden señales inequívocas a la sociedad, a las clases trabajadoras, de que existe una izquierda con un proyecto fuertemente autónomo, con vocación de mayoría y con voluntad de disputarle la hegemonía al Partido Socialista. Gobernar es la continuación del conflicto por otros medios. Hay un límite: no asumir las políticas neoliberales y no hipotecar un proyecto alternativo de país. Nada está escrito de antemano.

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