sábado, 1 de enero de 2022

2022: el año que viviremos peligrosamente

 

Tabla del Juicio Final.Museo de Tudela

Fuente:Nortes 

 Manolo Monereo


A la memoria de Marco Rizzardini, amigo y compañero de sueños.                                                                         

No salgo de mi sorpresa. La izquierda, casi toda, nada dice sobre los nuevos y viejos problemas de la seguridad, de la paz y de la guerra. Cuando digo nada, es nada. Mientras, los presupuestos militares crecen y crecen; las nuevas tecnologías se aplican vertiginosamente en la modernización de los arsenales nucleares y convencionales; aparecen nuevas formas de conflictos político-militares en las llamadas “zonas grises” donde el uso y abuso de conceptos como “guerras híbridas” se imponen sin saber con precisión qué significan. A los viejos términos conocidos como tierra, mar, aire, espacio, se le añaden el conceptualmente más complejo de ciberespacio; es decir, la red se convierte en instrumento al servicio de la rivalidad geopolítica.

Asombran la velocidad, los ritmos endiablados que anudan investigación básica, aplicación y producción en un continuo que no parece tener fin. No existen desde hacen muchos años tecnologías de doble uso: todas se aplican directa o indirectamente en un sistema que integra en un único mecanismo empresa, ciencia, tecnología, organización y estrategia-político militar. La llamada revolución en asuntos militares se convierte en permanente. No nos dejemos engañar: las clases dirigentes conocen con mucha precisión lo que pasa; simplemente que intentan, como siempre, eludir el debate y convertirlo en algo lejano, accesible solo a minorías. La llamada política de defensa (o de ataque, depende) es demasiado importante para que los ciudadanos la entiendan, la definan y la decidan.

 

Lo más grave es que los conflictos político-militares se acentúan y, tiene cierta importancia, se acercan cada vez más una península que siempre quiso ser un continente, Europa. ¿Qué es lo que realmente está pasando? Que estamos viviendo una ruptura histórica, un cambio de época de grandes dimensiones. Sus características son básicamente cuatro: la primera, una crisis profunda de la globalización neoliberal que ha sido, no hay que olvidarlo, la pax americana, el modo de ejercer la hegemonía unipolar los EE. UU.; segundo, una gran transición geopolítica determinada por la crisis del poder norteamericano y la emergencia de nuevos Estados que cuestionan su dominio indiscutido e indiscutible. Tercero, una crisis ecológico-social de lo que podríamos llamar el “capitaloceno”; es decir, la tendencia a la mercantilización del conjunto de las relaciones sociales por un capitalismo depredador bajo hegemonía financiera. En cuarto lugar, la más importante, el declive de Occidente y la (re)emergencia de un Oriente que no acepta y que se revuelve contra el dominio de una civilización que ha pretendido ser la única y la indispensable.

¿Cuáles son los grandes problemas de esta transición? Hay que entenderlo bien desde el principio. Se trata del paso de un mundo unipolar hegemonizado por EEUU -y como aliado subalterno la Unión Europea– a un mundo multipolar que reconozca a las nuevas potencias económicas, culturales, políticas y político-militares. El desafío es enorme porque implica la radical redistribución del poder a nivel mundial, nuevas reglas, nuevas instituciones y nuevas formas de relacionarse las grandes potencias. La “trampa de Tucídides” es el nombre que se le da a un viejo problema, a saber, que estos cambios fundamentales implican conflictos políticos, militares, convencionales o híbridos que, tarde o temprano, llevarán a la guerra. Estados Unidos, el que manda realmente, no va a aceptar la organización de un nuevo orden internacional que cuestione su poder y que le imponga nuevas reglas. Este conflicto existencial definirá los próximos años del sistema-mundo e implicará cambios sustanciales en las relaciones entre las grandes potencias y, a no olvidar, determinarán la orientación y el sentido que se les dé a los grandes problemas globales como las desigualdades, la crisis climática y energética y una pandemia que se extiende y muta por doquier.

 

La Unión Europea, desde el punto de vista político-militar, es un protectorado de los Estados Unidos cuyo instrumento fundamental es la OTAN. En junio de 2022 tendrá lugar en Madrid la cumbre de la Organización Atlántica donde se aprobará su nuevo concepto estratégico y, en paralelo, se definirá por la Unión Europea lo que pomposamente se llama la “brújula estratégica”, documento donde se concretaran sus prioridades político-militares. Para entenderlo, la UE va a alinear su política de defensa y seguridad con los intereses estratégicos de los EE. UU. que organizan dos campos de operaciones o áreas de decisión geopolítica: uno principal dirigido a contener, asediar y someter a China; otro secundario, dirigido contra Rusia y protagonizado fundamentalmente por la OTAN. El AUKUS (el tratado entre Australia, Reino Unido y EE. UU.) será el eje de una amplia alianza a la que pronto se sumarán los dos protectorados militares en la zona, Japón y Corea del Sur. India y Pakistán jugarán un papel decisivo en este “gran juego” que acaba de comenzar, sin olvidar una Indonesia que quiere ser actor propio.

Hablamos de Europa; es decir, de un teatro de operaciones secundario controlado por los intereses de unos EE. UU. que esperan que la Rusia de Putin sea derrotada a manos de una OTAN cada vez más fuerte y con mayor proyección política. La partida hace tiempo que comenzó. Se puede decir que, con mayor o menor implicación, las instituciones europeas y la mayoría de los gobiernos de los Estados comparten esta política y se preparan para un conflicto que, si no se para pronto, terminará de nuevo llevando a Europa a una guerra de grandes proporciones. La opinión pública está siendo trabajada durante años bajo la idea de que Rusia es culpable y pone en peligro la paz en una Europa siempre democrática, dialogante y de natural pacífica. Bastaría mirar el mapa con cierta atención para saber que a la propuesta de una “Casa Común Europea” de Gorbachov se le respondió con la ampliación de la OTAN hacia el este, con el preciso objetivo de impedir la recuperación de una Rusia en declive. Como suele ocurrir, el poder siempre aspira a más poder. En una alianza plena de complicidades, EE. UU. y la UE intervinieron abierta y sistemáticamente en las antiguas repúblicas soviéticas para desestabilizar a los gobiernos que ellos consideraban no suficientemente alejados de Moscú, propiciando todo tipo de conflictos civiles, étnicos y, al final, militares. Antes Estados fallidos que aliados de una Rusia convertida, de nuevo, en “El imperio del mal”.

 Ante tanta geopolítica, ante tanto rearme y propaganda de guerra parecería que las poblaciones solo les queda mirar hacia arriba, hacia los que mandan y esperar que los conflictos no vayan a más y que, de llegar, nos les pille. Hay que actuar y pronto. El “partido de la guerra” puede ser derrotado, y la conflagración militar, evitada. Depende de los ciudadanos y de las ciudadanas, de las clases trabajadoras y de los intelectuales críticos. Una idea central: la dinámica del conflicto, el rearme y eventualmente la guerra nada tienen que ver con los derechos humanos, la democracia o la libertad de los pueblos. La clave es otra: que Occidente, liderado por los Estados Unidos, mantenga su hegemonía política, económica y militar; para ello deben impedir, cueste lo que cueste, el surgimiento y desarrollo de nuevas potencias que cuestionen su dominio y acaben imponiendo un nuevo orden internacional contrario a sus intereses y privilegios.

 Para comprender la etapa que viene hay que entender bien dos asuntos fundamentales: 1) los Estados Unidos tienen una superioridad económica, política y militar clara, nítida; 2) la concepción de estratégica del Pentágono es preventiva, de conflicto político-militar prolongado en el espacio-tiempo. El objetivo es frenar y bloquear el despliegue del eje China/Rusia que incluye: a) guerra económica, comercial y financiera en el marco de un desacople planificado de las redes de valor y de suministro que tienen su centro en China; b) los conflictos indirectos y no convencionales llamados de “zona gris” donde los  “híbridos” son una variante bien estudiada y aplicada con provecho; c) el ciberespacio como territorio privilegiado de competencia y lucha entre grandes potencias; d) la tecnología en general y su ciclo industrial-militar acelerado como variante clave de unas fuerzas operativas en despliegue multifuncional, complejo, y fuertemente autónomo ; e) la democracia y los derechos humanos como ideología que justifique la guerra y legitime los conflictos políticos-militares.

 

La propuesta que debería defender una Europa realmente europea no es la que hace la OTAN o la que pretende articular la UE; es decir, prepararse para la guerra, impedir el desarrollo de China o bloquear la transición a un orden multipolar más representativo, plural e igualitario. Este no es el camino. Para Europa, una nueva guerra en su suelo sería un desastre de proporciones bíblicas, el apocalipsis terminal de una cultura, de una civilización. Las preguntas de una Europa verdaderamente autónoma, soberana, como afirma Macron, deberían ser: ¿cómo evitar la guerra?, ¿cómo crear las condiciones económicas, políticas y político-militares para una paz duradera y ecológicamente sostenible? La “trampa de Tucídides” se puede eludir; la guerra se puede evitar. La paz europea no tiene alternativa. Los intereses de nuestras poblaciones, de nuestros pueblos y Estados no coinciden con los de EEUU que lucha descarada y abiertamente por su hegemonía sobre nuestro planeta.

Hay que usar de nuevo tres palabras, tres conceptos: diplomacia, desarme y seguridad mutua.

Diplomacia, como tarea centralmente política que organice un acuerdo de paz, cooperación económica y ecológico social con Rusia. No será fácil, pero se debe trabajar para ello con tenacidad e inteligencia. En un marco más amplio se podrían encontrar caminos imaginativos para solucionar conflictos como los de Ucrania. Los intereses geoeconómicos, comerciales y energéticos de Rusia y Europa son convergentes y tienden a complementarse en el tiempo. Desarme, con objetivos claros y verificables. En su centro, una Europa desnuclearizada. Seguridad mutua, que permita a Rusia y a Europa diseñar políticas que fomenten la colaboración, defensa de bienes públicos comunes y disminuyan planificadamente los riesgos.

La “Europa Común” con Rusia y no contra ella. Un gran pacto Euroasiático que ponga fin a la definición-trampa del viejo Mackinder; dicho de otro modo, dar por terminada la ocupación y el control que EEUU ejerce sobre nuestro continente común. Esta sería la auténtica autonomía estratégica de Europa transformada en sujeto soberano y actor singular de un mundo que transita hacia un orden más plural, más representativo, más igualitario. ¿Utopía? Es posible. ¿El problema? Que no tiene otra alternativa que no sea la guerra.

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