lunes, 18 de abril de 2022

Necesitamos alternativas nuevas




Remedios Copa
Colectivo Prometeo

No haber iniciado un decrecimiento sensato y programado, tal como recomendaban los expertos ya por los años 70, nos está llevando a la quiebra del sistema capitalista y a que el colapso civilizatorio nos empiece a enseñar los dientes.

Esa tarea de decrecimiento racional que no se hizo a su debido tiempo la está imponiendo el planeta con la crisis provocada por la escasez de determinados recursos finitos, cuyo consumo insensato nos está sumergiendo en una espiral que estrangula todo el sistema. Y lo verdaderamente grave es que los gobiernos siguen sin afrontar medidas serias y urgentes frente a la verdadera emergencia que amenaza a la humanidad.

La crisis energética está siendo la primera en poner en jaque a todo el sistema productivo, rompiendo la cadena de suministros y provocando una amenaza de desabastecimiento de alimentos para lo que ya se dictaron medidas que pueden llegar a  limitar el acceso a determinados productos en los supermercados. Pero las restricciones no se van a limitar a eso.

Estamos hablando de la posibilidad de racionamiento ante la escasez de determinados alimentos, pero según los expertos en el campo de las energías, pronto nos encontraremos con la necesidad de tomar medidas restrictivas en el uso de la energía.

Cuando se habla de escasez, podemos pensar en dos formas de afrontar la situación. Una sería por el precio, basada en la ley de la oferta y la demanda del mercado; con la ley del mercado, subiría el precio de determinados bienes pero sin poner tope al consumo. Con esta opción, quienes tengan dinero podrán seguir disfrutando del bien en cuestión mientras siga existiendo en el mercado, pero la gran mayoría de la sociedad estaría marginada de su consumo desde el momento en que su precio se eleva.

La otra sería un racionamiento equilibrado que permita a todos participar del acceso limitado a un bien escaso pero necesario para la vida.

Existe discusión sobre la conveniencia de una u otra medida cuando el bien es escaso y, según la opción que se tome, sobre todo cuando dicho bien resulte vital, podremos hablar de especulación feroz y acaparamiento por parte de unos pocos y carencia y sufrimiento para la mayoría de la población,  o bien, la opción de equidad y justicia social en el acceso a los bienes vitales disponibles en el planeta.

Tanto de una opción como de la otra, ha llegado la hora del debate social para hacerle frente de la manera más solidaria posible, sin olvidar que habremos de prepararnos para el reparto de lo escaso y la posibilidad de que la extinción de determinados insumos no nos pille sin haber previsto la alternativa para poder vivir sin ellos.

Muchas de las carencias a las que nos vamos a tener que enfrentar forzosamente se podrían solventar con la vuelta a modelos de economía y formas de producción sostenibles y respetuosas con el medioambiente, que contribuyan a recuperar los ecosistemas naturales y aprovechar el ciclo de producción tradicional en el que la rotación de unos cultivos deja la tierra preparada para otras variedades y contribuye a la garantía de la soberanía alimentaria, que es la necesidad vital.

Es un problema que la agricultura y  ganadería tradicional, que es la menos contaminante y la más sostenible, estén tan denostadas y su práctica y sabiduría se hayan perdido en gran medida. Hace falta mucha pedagogía, recuperación de saberes y dignificación del trabajo agrícola y ganadero. La falsa creencia de que la gente que trabaja y vive del campo es menos culta y avanzada, o menos sabia y feliz que la de las ciudades es un estigma que urge erradicar.

Cuando la crisis de todo nos pegue de lleno en plena cara y no podamos acceder a los alimentos,  veremos si el trabajo agrícola y ganadero, impulsado de forma natural y sostenible, es importante o no para garantizar nuestra soberanía alimentaria. Pero por ahora solo parecen importantes los poseedores de macrogranjas y monocultivos intensivos, precisamente los que más contaminan y no contribuyen a solucionar los problemas a los que nos enfrentamos. Por supuesto que habremos de  repensar la economía en todos los ámbitos, porque todos están afectados.

Vivimos momentos que requieren conocer otros enfoques en la economía y también, llevar esos nuevos enfoques a la política económica y hacerlo con urgencia. Hace más de 10 años que un grupo de economistas criticó duramente la formación que las universidades imparten a los economistas, como si solo existiera una orientación económica y un pensamiento económico ortodoxo y netamente capitalista.

Actualmente se aboga, para su formación, por el compromiso en la construcción de estructuras económicas y sociales más justas, la erradicación de la pobreza, el desarrollo humano y sostenible y el ejercicio de los Derechos Humanos, pero pese a los intentos por el cambio y por introducir una teoría más crítica en los estudios de Economía, en la mayoría de universidades continúa siendo inadecuada e insuficiente para entender la realidad que nos rodea.

Por mucho que nos empeñemos en no querer verlo, el ciclo de la abundancia de recursos se está agotando y exige cambiar el paradigma actual. El crecimiento continuo, base del capitalismo actual toca a su fin y ,aunque las garras de la fiera que se hunde ya nos están arañando, no se ha generado ni debatido en serio otro paradigma que permita hacer frente a este decrecimiento forzoso.

Es la hora de repensar nuestra economía y sistema de vida para poder administrar el decrecimiento de los recursos diseñando un Decrecimiento sostenido y sostenible; una urgencia en la que cada minuto cuenta.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias por tu artículo, que nos recuerda los límites recursivos, y como la voracidad de este capitalismo insensato nos llevará al caos.
Solo una sociedad socialista donde se planifique éticamente la producción nos salvará del ecocidio.
Remedios nos diagnostica la situación con gran fidelidad.