Colectivo Prometeo
Todo parece indicar, si utilizamos la razón, que cualquier
salida a un conflicto por la vía diplomática es mucho mejor para todos que ser
el vencedor en una guerra. En primer lugar porque en una guerra todos pierden,
incluso los que no estén inmersos directamente en ella. En segundo lugar,
porque incluso el que se alce con la “victoria”, habrá dejado atrás semejante
reguero de destrucción, hambre y muerte, incluso entre los suyos, que poco
habrá que celebrar y mucho que enterrar y llorar.
Y si las cosas son así, ¿por qué no se destina a la Paz el esfuerzo negociador y a las necesidades de la ciudadanía la ingente cantidad de recursos económicos dedicados a armamento y financiación de la guerra?, un dinero tan necesario para la educación, la salud, la dependencia o la investigación y planificación de una economía más justa y sustentable frente a la emergencia climática y la limitación de recursos del planeta.
El filósofo y politólogo estadounidense, Noam Chomsky, dice
con respecto a la guerra de Ucrania que “EE UU no quiere una salida diplomática
en el país”. En una entrevista reciente señala que la “superpotencia por
excelencia” no descarta el inicio de una guerra nuclear “a través de la guerra
en Ucrania con Rusia”. Y no es la primera vez que en su análisis destaca que
Occidente, en su afán de acorralar a Rusia, juega con la vida de los ucranianos
y el hambre en todo el mundo.
Chomsky coincide con muchas otras voces que claman por la
diplomacia y el cese de la guerra en Ucrania porque además del sufrimiento humano
que allí se está produciendo, tiene consecuencias económicas que nos afectan a
todos y por encima de todo, “es una noticia terrible para la lucha contra el
calentamiento global”. Es cierto, pese a las consecuencias climáticas que
estamos sufriendo de la descarbonización ni se habla, ni de la rebelión de los
científicos, denunciando el punto de no retorno y el riesgo de extinción de la
vida en el planeta, hace escasas semanas.
Vivimos un momento muy confuso en el que se impone un cambio
de paradigma; pero en lugar de abordarlo y afrontar lo que se está empezando a
llamar “crisis civilizatoria” y que requiere de análisis y pedagogía para un
cambio social profundo, la visión y las decisiones de los gobernantes son
cortoplacistas y de huida hacia adelante.
El 12 de mayo, día de la sobrecapacidad de la Tierra, se
publicaba que en España ya habíamos entrado en números rojos, es decir,
habíamos agotado todos los recursos naturales de los que disponíamos para este
año. De seguir así, necesitaríamos disponer de 2,8 planetas para satisfacer
nuestro ritmo de demandas.
El informe de la Red de Huella Global realizado en 2022
computa datos hasta 2018 y, aún así, el ritmo de consumo de un ciudadano
español medio ha generado un déficit ecológico de -2,8 hag (hectáreas globales
por persona). La causa de ese déficit está en que la capacidad de
regeneración biológica del planeta se
encuentra el 1,5 hag y España tiene una huella ecológica de 4,3 hag.
Resumiendo, nuestro país ya agotó el presupuesto ecológico
anual y ha gastado más recursos naturales de los que la Tierra es capaz de
volver a generar en un año y la fecha de dicho agotamiento se ha vuelto a
adelantar con respecto a 2021. El mencionado informe señala a España como “uno
de los países que más rápido entra deuda de recursos con la Tierra”.
Chomsky critica con dureza la irresponsabilidad de los
gobernantes ante esta situación, porque nos estamos enfrentando a más guerras
que la de Ucrania, (además de las que se desarrollan en las otras ucranias; por
ejemplo, EE UU está ordenando el envío de cientos de soldados a Somalia para
combatir a Al Shabab). Pero su crítica también se enfoca en la guerra de la
emergencia climática. Critica a Biden por su política de perforación para la
extracción de crudo, a Europa por su afán de construir más gaseoductos, y a
China por planear elevar la producción de carbón cuando se necesita eliminar el
uso de energías fósiles para frenar el calentamiento global.
Con razón concluye que “lo que impulsa la política no es la
seguridad, al menos no la de la población, la cual es, cuando mucho, una
preocupación marginal. Lo mismo puede decirse de las amenazas a la existencia”.
Y es que, tal como insisten los científicos, aunque hubiese
infinitas reservas de energías fósiles su uso tampoco sería posible sin avocar
a una extinción inminente de la vida en el planeta.
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