domingo, 7 de enero de 2024

Un Año Nuevo con perversiones viejas




Remedios Copa
Colectivo Prometeo

Poca esperanza nos deja el triste año que recién estrenamos. Se mire por donde se mire, cualquier esperanza de un mundo mejor, siquiera un año mejor, de inmediato se desvanece.

Se constata el crecimiento indecente de una avalancha de maldades, desavenencias, odio, injusticias, agresiones, guerras y genocidios sin que ninguna Institución de peso tenga la decencia de imponer de manera contundente la razón, el alto el fuego, la vuelta al diálogo y el imperio de la Justicia, la Equidad, la Sororidad y la Paz.

Muy al contrario, todo lo que nos invade por redes sociales y la gran mayoría de los canales de comunicación, incita al odio, a la intolerancia de cualquier diferencia o discrepancia y, por si fuera poco, crece la indiferencia frente a la injusticia, la pobreza, el sufrimiento ajeno y los verdaderos problemas sociales que sí deberían ser el centro de nuestras preocupaciones y objetivo de nuestros esfuerzos.

Cuando las vidas humanas ya no importan y se convierten en objeto de mercadeo económico, el ser humano está perdido. Cuando el valor de la vida de un ser humano se mide por su estatus económico y social y no por sus capacidades y valores humanos, la sociedad está enferma. Pero cuando un gobernante se refiere a ciudadanos de un territorio del que se quiere apoderar como “animales humanos” a los que hay que vencer y desalojar, o mejor aún y dicho sin paños calientes, eliminar, (porque entorpecen los intereses económicos y políticos de otro, u otros países), la humanidad está perdida.

Nunca las ciudades lucieron con tantas luces, moda a la que cada vez se suman más políticos con responsabilidades de gobierno en ellas, pero no es menos notoria la falta de luces en sus cabezas y de luz en los corazones de los administrados.

No en vano muchas de las cada vez menos personas que gustan de recabar información veraz y se siguen esforzando por conocer la “verdad” de ambos lados y ejercitar la reflexión que les permita tener criterio y pensamiento propio, traen estos días a colación a Hannah Arendt, una de las filósofas más influyentes del siglo XX, de religión judía, alemana de nacimiento y posteriormente nacionalizada estadounidense, cuya vasta obra nos ha dejado un legado en temas relacionados con la violencia, la política, el autoritarismo, el mal, la libertad y la revolución.

Cuando Hannah Arendt habla de la “banalidad del mal” se está refiriendo al concepto de maldad por el que algunas personas pueden ser manipuladas por conceptos frívolos de “lo bueno” y “lo malo”. Es una banalidad que no minimiza en absoluto la crueldad de sus efectos. En realidad la expresión acuñada por Arendt se refiere a la forma en que algunos individuos actúan asumiendo las reglas del sistema del que forman parte sin reflexionar sobre sus actos, considerando así que el mero cumplimiento de las órdenes de las que participan les exime de las consecuencias de su comportamiento.

El concepto “banalidad del mal” es la denuncia de una construcción en la que el poder totalitario crea sujetos incapaces de pensar sobre el sentido moral de sus actos. A pesar de la gravedad de los actos cometidos por algunos personajes históricos, eran “personas normales”  a pesar de dichos actos; de ahí la importancia de calibrar la responsabilidad individual en el conjunto de resultados provocados.

Mirar para otro lado, enviar armas y apoyar a países en guerra que no respetan el Derecho Internacional y los Derechos  Humanos fundamentales de la población civil, o a gobernantes genocidas, no nos hace inocentes ni nos exime de la responsabilidad por lo que allí sucede. A ésta reflexión vale la pena invitar para evitar que las luces de los festejos de los pudientes del planeta nublen nuestra conciencia y cieguen nuestra responsabilidad en lo que está ocurriendo en el mundo.

No podemos fiarlo todo a los demás. Nuestra responsabilidad no termina cuando depositamos el voto en las urnas; pensar que ahora todo es responsabilidad del otro, (el electo/a), es olvidar la responsabilidad de vigilancia, participación y exigencia de rectificación ante políticas injustas o ante la mera inacción de los responsables del sistema ante un hecho concreto.

Cuando vivimos inmersos en un sistema que nos inunda a diario por todo tipo de medios con escenas de violencia sean de hechos reales o meras creaciones audiovisuales, descrédito de determinadas etnias o colectivos, negación sistemática de ciertas realidades obvias, nuestra sensibilidad se atrofia y nos volvemos proclives a compartir los relatos oficiales del sistema y, poco a poco, a tolerar hasta lo más intolerable. Si no estamos atentos nos puede ocurrir como a la ranita en la tartera del agua, el agua se va calentando poco a poco y cuando la temperatura se le hace insoportable sus piernas ya no tienen la fuerza suficiente para saltar de la tartera.

Esta mañana, cuando releía el relato de la rebelión de los pilotos israelíes en el año 2003, cuando se negaron a obedecer las órdenes del Gobierno de Ariel Sharon para bombardear la Franja de Gaza, pensaba en Hannah Arendt y en aquellos 27 militares, y en como el tiempo es capaz de relajar la percepción de las atrocidades que se pueden llegar a cometer, sin sentir la responsabilidad moral de los actos y el alcance de las consecuencias de obedecer órdenes inmorales.

El capitán Asaf hizo una declaración a The Guardian en la que afirmaba que “alguien tomó la decisión de matar a gente inocente. Esto significa que somos terroristas. Esto es venganza”. Tanto él como los demás que se negaron a participar en los ataques a Gaza firmaron una carta en la que constaba: “Nosotros, veteranos y pilotos en activo que hemos prestado servicios y aún servimos al Estado de Israel, nos oponemos a cumplir órdenes ilegales e inmorales en los territorios”.

También en  2014 hubo otra reacción desobedeciendo las órdenes de ataques indiscriminados contra la población civil de Gaza; “Somos reservistas israelíes. Nos negamos a servir” afirmaban en su escrito 50 ex soldados israelíes. Pero tomas de conciencia y declaraciones como esas o las del teniente coronel Avner Raanan afirmando “Se oye en las calles de Israel: la gente quiere venganza. Pero no deberíamos comportarnos así. No somos una mafia”. Lástima que actualmente esa sensibilidad y el respeto por los DD HH hayan hecho mutis por el foro y cuando la ofensiva israelí en el sur de Gaza arrinconó a la población palestina en una trampa mortal, nadie se revelara ni se cuestionara la orden.

 

 

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