El Bosco ( o taller): " El Prestidigitador" |
José A. Naz Valverde
Colectivo Prometeo
“Llegará un día en que ustedes Francia,
Rusia, Italia, Inglaterra, Alemania todas ustedes, naciones del continente, sin perder sus cualidades
distintivas y vuestra gloriosa individualidad, se fundirán estrechamente en una
unidad superior, y constituirán la fraternidad europea”. Victor Hugo. Congreso
de la Paz, 18 de agosto de1849
No nos engañemos, no nos engañamos. La UE que se formaliza en Maastricht en 1992 no tiene nada que ver con la “fraternidad europea” que propugnaba Víctor Hugo; aunque se planteara para no repetir el fascismo ni la guerra y pensando en asegurar los derechos humanos.
Desde su primer antecedente la Comunidad Europea del Carbón y del Acero ( tratado firmado el 18 de Abril de 1951 entre Francia, Alemania, Bélgica, Italia, Luxemburgo y Países Bajos), queda claro que se trata de un acuerdo económico fundamentalmente.
El nombre que toma posteriormente, tampoco
deja mucho lugar a la duda: Comunidad Económica Europea (CEE). En Maastricht los
12 países firmantes acuerdan tres cosas básicas: la moneda única (el euro), el
banco central europeo, una seguridad única. Todas las reformas de los tratados
y las ampliaciones han ido acentuando la moneda única, las directrices
económicas de mercado regido por los países más ricos, fundamentalmente
Alemania o Francia y bajo la batuta del Banco Central Europeo. Aunque cada vez
aparece más en los textos aquello de “principios democráticos”, desarrollo de
los pueblos, de facto la UE funciona como un gran mercado controlado por
Alemania, con grandes desigualdades entre los países socios, pero todos
sometidos a los mismos criterios mercantilistas y financieros, pero sin
proponer una fiscalidad única. Desde el primer momento se aprobó la “libre
circulación de capitales” que, al no existir una unidad fiscal, permite la
deslocalización de empresas en función de los beneficios fiscales. Todo este
tinglado económico se encuentra, además, mediatizado y en gran parte
influenciado por los cientos de lobbys de las grandes corporaciones que actúan
en Bruselas.
Pero desde la denominada Constitución Europea, frenada por el referéndum en Francia en 2005, pero metida de hecho con el Tratado de Lisboa (2007), se reafirma el poder de instituciones sin control democrático, como el BCE, se introduce la privatización de los servicios y se pone más hincapié en la protección de las fronteras, eufemismo de políticas contra la inmigración.
Los Estados pierden su autonomía económica y de mercado, pero la Unión Europea mantiene e incrementa sus lazos de dependencia con EEUU. Esto es ahora más que evidente en lo que se refiere a la “política común de Seguridad”, principio que aparece en los Tratados con el fin de garantizar la soberanía e independencia de la UE frente a otros agentes internacionales.
De hecho, la guerra de Ucrania es un
ejemplo, la política exterior de la UE funciona claramente como si se tratara
de una colonia de EEUU, bajo el instrumento de la OTAN. El posicionamiento y
las actuaciones en el conflicto Rusia- Ucrania no responden a los intereses de
los países europeos, sino a las directrices de EEUU. Más incomprensible y
“sangrante” (40.000 muertos) es la postura ante el genocidio de Israel sobre el
pueblo Palestino. Nos encontramos en estos momentos con la paradoja de ver
convertida una asociación de países creada para la paz y el desarrollo de los
pueblos en una coalición de guerra, al servicio de los intereses económicos y
geoestratégico de EEUU, pero en contra de las propias economías europeas y
poniendo en peligro nuestra propia seguridad. Y en un contexto político interno
que, debido a las políticas austericidas y antisociales que vienen
implantándose en los últimos años, está provocando un gran avance de los
partidos de ultraderecha, que pueden marcar el rumbo de Europa a partir del
próximo domingo.
Esto sólo se puede
intentar enmendar con la participación masiva y consciente del electorado
europeo. Pero la propia opacidad y falta de comunicación de las instituciones
de la UE con las poblaciones de los países miembros conduce a todo lo
contrario: desconocimiento de la influencia directa de las políticas de esta
institución en nuestras vidas cotidianas y de la importancia para nuestro
bienestar. Por ello la participación es muy baja (las últimas por debajo del
50%) y la opción de quienes participan se toma en la mayoría de los casos con
poca , y en muchos casos sesgada, información.
El único aspecto
positivo en estas elecciones es que se trata de un distrito único, por lo que
todos los votos cuentan y no se pierden.
Por tanto, si somos
ciudadanos y ciudadanas conscientes de
la situación que brevemente he descrito, debemos mostrar nuestra preocupación
yendo a votar. Y si compartimos las ideas humanistas de Victor Hugo y queremos
una Europa social y humana, debemos elegir la papeleta del partido y las
personas que con más claridad y firmeza se posicionen por la paz, contra las
políticas neoliberales, contra el racismo y el cambio climático, por la
igualdad y los derechos humanos para todas las personas.
Este simple acto de
votar no cuesta un gran esfuerzo y es imprescindible para nuestro futuro. A
partir de ahí, si conseguimos parar el monstruo que se está generando, queda un
gran trabajo individual, pero sobre todo colectivo, de humanización y respeto por
la vida en paz y con bienestar.
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