Joan Avinyó i Parés
Solo,
sin el apoyo de su propio Gobierno, sin rumbo y sin capacidad de
reacción mientras las calles de Barcelona, y otras ciudades de
Cataluña, son escenario de duros enfrentamientos entre manifestantes
radicales y las fuerzas de seguridad, sobre todo los Mossos. Esta es
la situación en la que se encuentra el presidente de la Generalitat,
Quim Torra, que ayer culminó en el Parlamento cuatro días nefastos,
compendio de una legislatura para el olvido. Es hora de que el
presidente haga uso de la prerrogativa que le otorga el cargo a él
en exclusiva, la de convocar elecciones, y llame a los catalanes a
las urnas ante la situación de excepción abierta tras la dura
sentencia del Tribunal Supremo a los líderes del “procés” y su
incapacidad para gestionarla. Cuanto antes convoque Torra las
elecciones mejor.
Aunque
quizá la decisión de convocar a los catalanes a las urnas -sobre el
papel, única e intransferible del presidente- no la acabe tomando
Torra, sino su predecesor, Carles Puigdemont. Torra fue sincero desde
su toma de posesión, cuando admitió que era un presidente vicario
de Puigdemont. Esta anomalía de inicio convirtió un activista en
jefe del Gobierno y, a lo largo del tiempo, Torra ha ido dilapidando
el escaso capital político con el que llegó a la Generalitat.
Esta
semana, cuando la gravedad de la crisis exigía liderazgo firme, el
presidente cedió a su alma de activista y, hay que afirmar sin
rodeos, no ha estado a la altura de la gravedad del momento. Tardó
72 horas en condenar la violencia y, cuando lo hizo, fue de mala
gana, en una comparecencia pasada la madrugada, cuando el centro de
Barcelona literalmente quemaba; ha ejercido un peligroso abandono de
funciones, ausentándose de una reunión para acudir a la marcha por
la libertad o no asistiendo a un encuentro del gabinete de crisis
convocado para ayer; ha animado desde las redes a asistir a las
concentraciones en Barcelona pese a que ya había violencia en las
calles. Y ayer, en el Parlamento, protagonizó un intento de escapada
hacia delante que no hizo más que evidenciar su soledad.
Torra
propuso volver a ejercer el derecho de autodeterminación esta misma
legislatura, es decir, convocar de nuevo un referéndum. Lo hizo sin
el conocimiento de sus compañeros de Gobierno y de espaldas a ERC y
al PDECat, que desconocían los planes del presidente. Plantear de
nuevo, como objetivo de esta legislatura, un referéndum de
autodeterminación es irresponsable, en plena crisis abierta por las
consecuencias del 1-O. Hacerlo por libre, en la tribuna del
Parlamento y sin hablarlo ni con sus socios es la evidencia palpable
de que esta legislatura no da más de sí y debe terminar cuanto
antes. La oposición en pleno, incluida la CUP, coincide en pedir la
dimisión de Torra. Su relación con ERC está bajo mínimos. La
amalgama de corrientes que es “Junts per Catalunya” tiene
actitudes encontradas al respecto. Con los Presupuestos sin aprobar,
Cataluña sin rumbo y un presidente desbordado, sin proyecto ni
estrategia, es hora de dar la palabra a los catalanes.
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