Manuel Marrero Morales
Durante
décadas, una aspiración de los sectores progresistas en la educación
ha sido la reivindicación de "autonomía para los centros educativos".
Curiosamente, esta formulación, en cuanto tal, coincide con los
planteamientos de la derecha.
Nosotros aspiramos a que, tras los procesos de
información y debate social, se adopten acuerdos en los órganos
colegiados, de carácter diverso (organizativo, de jornada escolar, de
oferta educativa, de ideario, de línea pedagógica, de ciertos contenidos
curriculares,...) que redunden en beneficio del alumnado. Por el
contrario, la derecha, al formularla, parte de la concepción de que esa
autonomía la marca un hipotético sector mayoritario de la sociedad que
reproduciría los esquemas y valores imperantes en la misma para la
perpetuación del statu quo y de las clases sociales, a la par que
consolidaría la concepción de una sociedad dominada por la moral
católica y sus dogmas correspondientes.
Y
todo ello bajo la bandera de la "Libertad de enseñanza" que,
intencionadamente, confunden con la libertad de elección de centros (sin
importar que sean públicos o privados, preferentemente que sean estos
últimos) pero con la condición de que todo ello se siga haciendo con
dinero público. Algo, lógicamente, inadmisible, desde los que defendemos
que no se destine ni un sólo euro público para el negocio privado de la
educación, de la sanidad o de la dependencia.
Desde
los comienzos de la gestación de la contrarreforma educativa del PP,
que ha culminado con la aprobación de la LOMCE a pesar del rechazo
social mayoritario, un pequeño número de personas hemos lanzado al
debate social la propuesta de insumisión y desobediencia civil frente a
esta ley injusta que ataca la equidad. Y, además, lo hacemos amparados
en un argumento de autoridad que nos viene dado por el Preámbulo e la
Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, punto de partida
junto con las presiones de la clase obrera recién salida de la Segunda
Guerra Mundial, para asentar en la legislación civil la exigencia de
avanzar hacia sociedades más justas donde el reparto de la riqueza
pudiera ir consolidando avances que se han ido concretando en la
creación de servicios públicos y cuyo fruto es el denominado Estado del
Bienestar.La Confederación de Sindicatos de Trabajadores de la Enseñanza
STEs-INTERSINDICAL hacía pública esta propuesta de desobediencia civil
el pasado 29 de noviembre y la organización IU acaba de lanzar hace un
par de días una campaña de "Insumisión frente a la LOMCE". De ambas
iniciativas me congratulo. La cuestión no está en quién se apunte los
réditos de estas campañas sino en propiciar, con carácter urgente, que
la plataforma social que ha impulsado la Marea Verde en todo el Estado
Español discuta, acuerde y proponga un amplio repertorio de acciones que
conduzcan a dicha insumisión, de manera asumible y efectiva. Y que se
potencie ese debate en el conjunto de la sociedad. Por tanto, unidad
de acción y coordinación estable sobre las bases del consenso.
Es
evidente que entramos en una nueva fase de la lucha contra la LOMCE y
contra el conjunto de Reformas que, desde la Troyka y el Gobierno del
PP, nos están imponiendo a la mayoría social del Estado Español, a modo
de retrocesos sociales y pérdidas de derechos y libertades. Las
continuas movilizaciones de estos dos últimos años han favorecido que
hayamos ido sumando pensamientos, fuerzas y posiciones críticas frente a
estos ataques despiadados a todo lo público, que se está presentando
como una oportunidad para los negocios privados. Ahora estamos en
mejores condiciones para continuar la lucha.
La
autonomía para los centros debiera convertirse en bandera de esta nueva
fase de la lucha. Pero esa autonomía hay que llenarla de contenido,
sobre la base de acuerdos, productos del debate y del consenso.En los
territorios como Canarias, Andalucía, Catalunya o Euskal Herría, donde
los Gobiernos autónomos han dicho que la van a recurrir, habrá que
exigirles que, siendo consecuentes, se nieguen a aplicarla. Y a los
ayuntamientos, verdaderamente democráticos y defensores de lo público,
hay que plantearles la exigencia de que se sumen a esta insumisión y no
cedan suelo público para el negocio privado de la educación.Por parte de
los distintos sectores de la comunidad educativa, mediante procesos de
debate social, habría que acordar planteamientos en los órganos
colegiados de insumisión a dicha Ley. Y respecto al Profesorado,
comenzando por los equipos directivos, habrá que incrementar las
propuestas democráticas y participativas, pues la ley ampara a las
direcciones de los centros para que actúen como capataces, y habrá que
impulsar procesos en la dirección contraria: que los órganos colegiados
tengan capacidad decisoria y de adoptar acuerdos y no asuman ser
meramente informados: Autonomía de las comunidades educativas para
decidir.
Por
tanto, hay un amplio campo para la desobediencia civil y la
insumisión.Está claro que un primer acuerdo a alcanzar es que la
Religión Católica, como plataforma de adoctrinamiento, no tenga cabida
en los centros sostenidos con fondos públicos y por tanto deba pasar al
lugar que le corresponde: la esfera privada. Este acuerdo en lo social
debe tener unas inmediatas repercusiones en la legislación: denuncia de
los Acuerdos entre el Vaticano y el Estado Español y la plasmación en
la Constitución del carácter laico del Estado Español, que acabe con los
privilegios de algunos sectores y nos haga a todas las personas, de
forma efectiva, iguales ante la ley.
Dado
el carácter extremadamente ideológico de esta Ley y lo que significa de
involución y sumisión ciega a los dictámenes de la Iglesia Católica, la
obligatoria oferta de la religión católica como materia evaluable,
precisamente la asignatura de religión católica se debe convertir,
-amparados en la autonomía de los centros para decidir-, en un elemento
central de esta fase de la lucha con el método de la desobediencia civil
frente a la LOMCE: no ofertar religión en los centros públicos, que
debieran tener la capacidad de declararse "laicos" a través de sus
Consejos Escolares. Y esto debe hacerse con el acuerdo mayoritario de
los sectores de las comunidades educativas. Por tanto, desde la
insumisión frente a la LOMCE, reclamamos la gestión y el control
democráticos, que traerán consigo la autonomía para los centros
educativos y el carácter laico para la educación. La democracia no hay
que delegarla, hay que ejercerla.
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