Jorge
Alcázar
FCSM y Colectivo Prometeo
Desde que las encuestas muestran a Podemos como una fuerza potencial
de cambio y ruptura del bipartidismo, voces de aquí y allá hacen
pronósticos, quejas, rogatorias y vaticinios. Se ha instalado dentro
de las estructuras de poder enraizadas en los grandes partidos
políticos, una tendencia perversa para valerse de Podemos a la hora
de quitarse el miedo e intentar regenerar aquello que los
acontecimientos han puesto de manifiesto que está podrido y
decrépito, y que la sociedad española ha empezado a interiorizar
como tal.
Lo último en esta
moda nos viene del lado de la socialdemocracia y de sus seguidores,
así como de cierto sector de la izquierda, empecinado en llevar a
cabo políticas de la confusión y del esperpento ideológico. En
fechas recientes, algunas voces destacadas de estos lugares inciertos
han venido a señalar, de forma velada o con total descaro, que la
consumación del poder pasa por recuperar al PSOE para poder
organizar un “frente de izquierdas”. Lo anterior puede obedecer a
dos causas: 1) estos señores y señoras son presas de una confusión
terrible, o 2) son cantos de sirena que de forma desesperada el poder
real está utilizando para hacer descarrilar un proyecto que los
puede arrojar del poder y de los privilegios que desde hace demasiado
tiempo ostentan.
La regeneración
del PSOE como fuerza transformadora pertenece al terreno de la
ciencia ficción política, social y económica. El movimiento de
cambio que parte de la sociedad española ha impulsado arroja
productos como el de la formación liderada por Pablo Iglesias, pero
lo que los señores “conciliadores” no ven o no quieren ver es
que Podemos no es la enfermedad que aqueja al poder
institucionalizado en España, desde la Transición o incluso antes,
si no que es un síntoma agudo de otra cosa mucho más seria. Esa
parte de la sociedad que hoy se levanta y aupa a través de
formaciones como IU, Podemos, Equo, etc., o que todavía se
manifiesta a través de la abstención electoral, tiene unas
pretensiones que van mucho más allá, y que están ligadas al
hartazgo que representa el bipartidismo, con todas sus connotaciones,
corruptelas, aparato, régimen y políticas de hechos consumados.
Si nos preguntamos qué quiere esa masa social que con sus votos
amenaza el status quo existente, la respuesta por obvia parece
estúpida: acabar con el status quo existente; y son muchos
los argumentos y hechos que formalizan ese estado de cosas que desde
la Transición hasta aquí han acontecido en la política y la
sociedad española. Entonces, ¿cómo es posible hacer querer
participar de la acción a un elemento de la reacción? Es imposible
que una formación política que ha gobernado España durante lustros
ubicada en las antípodas de su programa aparente y de las
necesidades sociales y ciudadanas, participe del cambio; es
absolutamente inviable que el PSOE, esa formación que impuso junto a
su verdadero socio, el PP, la reforma del artículo 135 de la
Constitución, priorizando el pago de la deuda antes que las
necesidades de las personas, forme parte de un proyecto de
regeneración; ¿cómo será posible que un engranaje imprescindible
del bipartidismo y del modelo existente, sea herramienta de cambio?;
es del todo inverosímil que aquellos que han creado lenguaje
mediante expresiones como “puerta giratoria”, haciendo de esto un
modus vivendi para sus carteras, o creando una red clientelar
a su alrededor (véase Andalucía), quieran vestirse de legitimidad y
ética e impulsar una renovación del sistema político; o acaso no
es propio de una fantasía desquiciada que un partido político
llamado socialista, obrero y español que ha expoliado los recursos y
las empresas de todos y todas nosotros, regalándoselas a sus cuatro
amiguetes del poder a través de procesos de privatización
desvergonzados, quiera erigirse como salvador de la patria
defendiendo el socialismo. Cómo pretender hacer partícipe del
cambio a una formación que se participó y participa en el diseño
de una UE que hoy es cárcel y condena de millones de españoles y de
europeos, construyendo una Europa de mercachifles, Rockefellers y
burócratas.
No, el PSOE y la socialdemocracia nunca podrán formar parte de un
proceso de construcción que desemboque en nuevas formas de hacer
política, economía y sociedad, pues precisamente son éstos y lo
que representan, aquello contra lo que nos estamos levantando y por
lo que intentamos organizarnos y confluir. Hoy, millones de españoles
y españolas intentan construir un futuro, el suyo y el de los demás,
que les es negado, y la socialdemocracia, con el PSOE a la cabeza,
representa un pasado casposo, negro y reaccionario. Cosa diferente es
que desde esos lugares inciertos, bien por intereses bien por miopía,
se piense en la posibilidad de conformar un bloque de izquierdas,
cual sopa de letras y siglas, amorfa y descafeinada, cuyo fin último
fuese el de dar un fruto estéril que cambiase todo para no cambiar
nada. Y por aquí no se pasa.
Por lo tanto, cuidado ante aquellos que formulan la igualdad Podemos
+ IU + PSOE = VICTORIA, sin entender las mínimas reglas del nuevo
álgebra social que acontece y se construye, pues pírrica victoria
sería esta. El proceso de cambio iniciado por las sociedades
europeas, y en particular por la española, debe ir más allá,
rompiendo en el camino con los viejos estigmas del pasado y con esas
rémoras históricas que no han representado sino retroceso y
traición para la única clase transformadora: la de los y las
trabajadores. El cambio pasa por apartar del camino a todas aquellas
fuerzas de la reacción que lograron consolidar un régimen
postfranquista que nos vino a decir “aquí no ha pasado nada”, y
por construir, con herramientas del futuro, nuestro propio futuro.
Así que, señores y señoras de la socialdemocracia, seres de los
lugares inciertos que época tras época, lucha tras lucha, han
venido a impedir el avance de las nuevas formas sociales, políticas
y económicas, apártense del camino, que hoy no nos son necesarios.
1 comentario:
Es recurrente pero quiero dejarlo claro; la falsa bandera de la socialdemocracia no solo no es necesaria sino que es el enemigo y, por tanto, alguien que pretende nuestro sufrimiento.
¿Desde cuando el opresor ha sido necesario?, ¿cuándo ha sido el momento en el que nos hemos creído que el progreso es imposible sin los latigos y las cadenas?
¡¡¡Por dios bendito!!! No caigamos en el fascismo!, no caigamos en creer que el sufrimiento de muchiísimos como objeto de ser del placer de unos pocos es necesario para progresar, pues eso es cómo afirmar que para ganar las Olimpiadas de Atletismo uno ha de cortarse las dos piernas y los dos brazos.
Vamos, el surrealismo elevado a la enésima potencia.
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