Jorge Alcázar González
Manuel Montejo López
Frente Cívico “Somos
Mayoría”.
Hoy,
11 de octubre, se celebra en toda Europa el día de acción contra el
TTIP, el CETA, el TISA y otros tratados de libre comercio que están
siendo negociados actualmente, y para promover políticas comerciales
alternativas que contemplen como prioritarios los derechos de las
personas, la democracia y el medio ambiente.
Las
negociaciones del TTIP entre la Unión Europea y EE.UU., secretas y
ocultas para la ciudadanía, nos permiten poco margen para conocer
las consecuencias que a corto y medio plazo tendrá sobre todos
nosotros la firma del tratado. Las que se van descubriendo, y
aquellas sobre las que más se está escribiendo, son las aquellas
que señalan al TTIP como un ataque
frontal contra los intereses de la ciudadanía,
dirigido a terminar con las ya exiguas barreras de protección que
los europeos y europeas poseemos frente al modelo económico y social
imperante en nuestras vidas.
Al
mismo tiempo, se advierte de que este tratado de libre comercio se
está diseñando al servicio de los intereses de las grandes
multinacionales, bajo el paraguas institucional que la Comisión
Europea ejerce a través de los diferentes grupos de trabajo creados
ad hoc
y que desarrollan los términos del acuerdo, pues salta rápidamente
a la vista el papel desempeñado por los organismos europeos y el rol
cada vez más acentuado que los lobbys de presión desempeñan en
Bruselas, ya que son estos últimos, al servicio de las
multinacionales y los grupos de inversión, quienes en connivencia
con los funcionarios de la CE, viene a perfilar un acuerdo comercial
que responde a intereses opuestos a los de la ciudadanía. En este
sentido, un reciente artículo publicado por The Guardian (08/05/14)
informaba de que en Bruselas había paridad efectiva entre grupos de
presión (30.000) y funcionarios de la UE (31.000), señalando que el
75% de las decisiones adoptadas en el Parlamento Europeo estaban
influenciadas, en una u otra forma, por los intereses privados de la
industria y el sector financiero, y denunciando con nombres y
apellidos, el tan conocido en nuestro país fenómeno de la “puerta
giratoria”.
Sin
embargo, ninguna atención se está mostrando, al menos en España, a
otro aspecto, si cabe más relevante: el geopolítico.
Hace
unos días se hacía público el rechazo al TTIP por parte del SPD
alemán. Lo que en principio podría suponer una buena noticia para
las posiciones de rechazo al tratado, al tratarse del socio de
gobierno de Angela Merkel en el gobierno alemán, puede no ser más
que una señal de lo que realmente se están jugando diferentes
poderes en este oscuro tratado. No deja de ser una evidencia que, en
los últimos años, la socialdemocracia alemana no se ha distinguido
ni mucho menos por su defensa del Estado de Bienestar ni los derechos
sociales de la población alemana. Desde la Agenda 2010 de Schröder,
con los sucesivas reformas Hartz que precarizaron el mercado laboral,
hasta el apoyo a las políticas de austeridad de la canciller Merkel,
el SPD ha sido un apoyo fundamental en el triunfo del proyecto
neoliberal en Alemania y en toda Europa.
Además,
el
TTIP favorecerá fundamentalmente a las multinacionales más
competitivas de Europa (la “Mesa Redonda de los Industriales
Europeos” o ERT que reúne a los dirigentes de cerca de 50
multinacionales europeas y en la que predominan empresas alemanas) y
a los países más exportadores, especialmente Alemania, mientras que
los otros más débiles, ya masivamente afectados por su ingreso en
la UE, serán definitivamente privados del control de sus funciones
vitales a través de mecanismos como el ISDS o la desregulación
normativa. Cabe
preguntarse, por tanto, por este repentino cambio de rumbo del
partido de Martin Schulz.
Ante
el debilitamiento económico y técnico de EE.UU y la emergencia de
los BRIC, en un contexto de crisis global del capitalismo, el
imperialismo norteamericano trata de buscar una solución, que pasa
inevitablemente por construir una nueva jerarquía internacional que
asegure su posición hegemónica frente a un doble eje, Rusia y China
por un lado y los BRIC por otro. El principal interés estadounidense
es de carácter geopolítico o geoestratégico. Y el motivo está
condicionado por la estrategia de China, caracterizada por la nueva
postura proteccionista del gobierno chino, sobre todo en lo referente
a la protección de sus propias marcas de alta tecnología para el
consumo nacional y las ambiciones monetarias que persiguen rivalizar
con el dólar a través de la acumulación de la moneda
estadounidense, aunque este objetivo quede lejos todavía.
¿Cuál
sería entonces el papel reservado a Europa? El
TTIP,
y también el CETA
(Tratado
Económico y Comercial Integral entre la UE y Canadá), pretenden
priorizar los intereses de las grandes empresas sobre los Estados,
con la evidente pérdida de soberanía, nacional pero
fundamentalmente ciudadana, que esto conllevaría. Por tanto, la
firma del tratado induciría la necesidad adaptativa de terceros
estados (la UE) a estas nuevas reglas productivas. Los intereses
europeos quedarían reducidos a simples cuestiones mercantilistas,
sin ninguna ambición política para contrarrestar el dominio
americano, y en donde el papel desempeñado por los grandes estados y
sus grupos industriales y financieros, frente a los demás, sería
omnímodo.
Sin
embargo, esto choca frontalmente con la estrategia de amplios
sectores alemanes en torno al Euro. Si el sistema “neocolonial”
europeo dirigido por Alemania es parte integrante del sistema
imperial dirigido por EE.UU, la debilidad del Euro es una condición
indispensable para asegurar el control norteamericano pero una
Eurozona en permanente recesión (o incluso una posible salida de la
moneda única por parte de cualquier país) supondría una dificultad
añadida en todo este esquema. Es por esto que EE.UU. podría
plantear la necesidad de relajar la política de austeridad de
Alemania en Europa, tomando como ejemplo las medidas económicas del
gobierno americano, y la conversión del BCE al servicio del
Bundesbank en una suerte de Reserva Federal que satisfaga las
peticiones de Francia y Reino Unido. He aquí la contradicción para
Alemania.
El
TTIP supone un intento de EE.UU. para redistribuir el espacio global
en nuevas áreas económico-geopolíticas, es decir, la nueva “OTAN
económica y comercial” es un tratado entre una potencia
imperialista y unas instituciones europeas deslegitimadas, que rompe
la centralidad alemana para asegurarse una Europa lo suficientemente
débil como para carecer de una política autónoma. De esta forma,
la primera potencia mundial se asegura un aliado subalterno en su
nueva reconfiguración mundial.
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