Antonio Pintor
Miembro del Colectivo Prometeo
Debo advertir que a mí no me gusta la navidad. Ni en esencia ni en apariencia. Me explico.
Miembro del Colectivo Prometeo
Debo advertir que a mí no me gusta la navidad. Ni en esencia ni en apariencia. Me explico.
Cuando hablo de esencia me refiero al mito de la “sagrada
familia”, que junto al de los “reyes magos” están en el origen de estos festejos.
No me gusta por la impostura que supone presentarlos como historias en vez de
mitos, como puede ser Hércules, el caballo alado Pegaso, las sirenas, etc. Con
el agravante añadido de ser la infancia el principal objetivo al que van
dirigidos. Inoculando en sus pequeños cerebros en desarrollo unas disparatadas “historias”
como si fueran ciertas.
Así nos encontramos con que instituciones que deberían
cuidar por la salud mental y el buen desarrollo físico e intelectual de los
pequeños, como son la familia, la escuela y la sociedad, colaboran para hacer
pasar por verdades lo que solo son cuentos, contribuyendo a formar una
población crédula y supersticiosa en lugar de ciudadanos críticos y racionales.
Si nos fijamos en la llamada
“sagrada familia”, lo menos que podemos decir es que se trata de una familia
muy peculiar. Pues tenemos una madre que aunque acaba de parir sigue siendo
virgen, un padre que no ha participado en el acto de fecundación, y al parecer
sigue en abstinencia sexual dada la supuesta virginidad de su esposa y un niño
que es al mismo tiempo hijo y su propio padre, ya que representa una de las
tres maneras en que se metamorfosea el dios cristiano. En fin, una historia
“muy razonable” y rigurosa, que se viene contando de manera reiterada desde
hace dos mil años, para formar ciudadanos racionales, críticos y difíciles de
manipular. ¿O quizás ocurra lo contrario?
De los “reyes magos” solo dos
consideraciones. La primera es que, independientemente de la edad, creer que
tres personajes montados en unos camellos son los repartidores de juguetes a
todos los niños del mundo, demuestra una falta de inteligencia preocupante. Y
la segunda que, más pronto que tarde, los niños descubren que los adultos, y en
especial los padres, no son dignos de confianza, sino unos mentirosos. Sin
entrar en consideraciones más profundas como la desigualdad de los regalos en
función del poder adquisitivo y no de la “buena o mala” conducta del
destinatario como nos pretenden hacer creer.
En cuanto a la apariencia, es decir, las manifestaciones externas del evento por parte de los adultos, el panorama no es más halagüeño
Durante el tiempo, convertido en
semanas o meses por los comerciantes, que dura la navidad, no puedo dejar de
rememorar aquella película de los setenta, interpretada por Jane Fonda:
“Danzad, danzad, malditos”, y cuyo argumento mostraba un ambiente de terrible
miseria, en los Estados Unidos durante la Gran Depresión, en el que personas
desesperadas se apuntan a un maratón de baile con la esperanza de ganar el
premio final en metálico y encontrar, al menos, un sitio donde comer, y mientras
los concursantes fuerzan su resistencia hasta la extenuación, una multitud
morbosa se divierte contemplando su sufrimiento durante días.
El imperativo de aquella
película podíamos aplicarlo al periodo navideño, sustituyendo danzar por
comprar. Así el lema con el que podemos definir estas fechas sería “Comprad,
comprad, estúpidos”, dada la vorágine compulsiva a comprar que se apodera de
las masas, que ayudada por una propaganda, muy hábil en manipular los
sentimientos, genera una presión social asfixiante con “licencia para comprar”
por una parte, al margen de las necesidades y posibilidades, y por otra,
“sentimientos de culpa” si no se participa en este disparate (negocio) del
regalo a tutiplén.
A las compras sin control se le
añade unos consumos exacerbados de productos, en muchas ocasiones, dañinos para
nuestra salud. Es como si durante
estas fechas se nos diese permiso para liberar nuestros impulsos de las,
habitualmente débiles, ataduras de la razón. Y el camino para conseguir la tan
cacareada felicidad que se pregona sea a través de comprar y consumir.
Destacando el consumo de alcohol y bollería típica para la ocasión como
elementos esenciales de la tradición. El esfuerzo realizado para luchar contra
el alcoholismo, el sobrepeso, la diabetes, el cáncer, las enfermedades
cardiacas, la ludopatía, etc. de pronto hacemos un paréntesis y lo mandamos
todo al garete en beneficio del mercado.
Otro ejemplo de consumo
disparatado, por no decir estúpido, lo tenemos en la lotería. España es el país
de Europa donde la población más dinero gasta en juegos de azar, mas de 30.000
millones de euros, de los que una parte importante se gasta en estas fechas. Lamentablemente desaparecen por unas semanas
la preocupación por la ludopatía que tanto sufrimiento causa en las familias.
Se llega al disparate de que el Estado promocione la participación, incluso
manipulando los sentimientos con anuncios como el de este año y la abuela
demenciada a la que todos le siguen la corriente. Digámoslo alto y claro, el
juego de la lotería está basado en los instintos más egoístas del ser
humano que lo impulsan a desear un
beneficio a costa de que otros pierdan. Un porcentaje insignificante gana y la
inmensa mayoría de los que participan pierden. Deberían sacar en los medios a
las personas que se han gastado en lotería lo que tenían que haber destinado a
cosas necesarias y se han quedado sin nada. Eso sería hacer pedagogía y no
mercantilismo. Como dice el refrán: “Quien juega por necesidad, pierde por
obligación” y aquí, se juega por necesidad.
Para finalizar solo señalar,
como reflejo del tipo de sociedad que somos, los iconos que de manera habitual
nos viene mostrando la televisión en la salida y entrada de año: Las sensuales
burbujitas de una bebida alcohólica y la insana bebida azucarada de la que se
venden un millón de envases diarios en el mundo. Todo ello endulzado con el turrón
que nos retrotrae a una añorada infancia y perfumado con colonias que actúan
como irresistibles feromonas. La ciencia, las artes, en definitiva la cultura y
la salud de las personas y el medioambiente lo dejaremos para otro momento.
Ahora toca devorar,
emborracharse, apostar, comprar, rezar, en fin, divertirse. Que ustedes lo
pasen bien. Yo, como decía Sinatra, lo haré “A mi manera”.
Córdoba 24 de diciembre de 2016
P.D: A mis hijos, Sonia, Antonio y Luis, por ser los más afectados, para
bien o para mal, con esta manera de ver las cosas y cuya coherencia con la
misma ha hecho que la mayoría de las veces mi regalo de navidad haya sido que
“no hay regalo”.
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