Ignacio Ramonet
Rebelión. 8/12/16
 La muerte de Fidel Castro ha dado lugar -en 
algunos grandes medios- a la difusión de cantidad de infamias contra el 
Comandante cubano. Eso me ha dolido. Sabido es que lo conocí bien. Y he 
decidido por tanto aportar mi testimonio personal. Un intelectual 
coherente debe denunciar las injusticias. Empezando por las de su propio
 país. 
 Cuando la uniformidad mediática aplasta toda diversidad, 
censura cualquier expresión divergente y sanciona a los autores 
disidentes es natural, efectivamente, que hablemos de ‘’represión’. 
¿Cómo calificar de otro modo un sistema que amordaza la libertad de 
expresión y reprime las voces diferentes ? Un sistema que no acepta la 
contradicción por muy argumentada que sea. Un sistema que establece una 
’verdad oficial’ y no tolera la transgresión. Semejante sistema tiene un
 nombre, se llama : ‘tiranía’ o ‘dictadura’. No hay discusión. 
 Como muchos otros, yo viví en carne propia los azotes de ese sistema... en España y en Francia. Es lo que quiero contar. 
 La represión contra mi persona empezó en 2006, cuando publiqué en España mi libro « Fidel Castro. Biografía a dos voces » -o « Cien horas con Fidel »-
 (Edit. Debate, Barcelona), fruto de cinco años de documentación y de 
trabajo, y de centenares de horas de conversaciones con el líder de la 
revolución cubana. Inmediatamente fui atacado. Y comenzó la represión. 
Por ejemplo, el diario « El País » (Madrid), en el que hasta 
entonces yo escribía regularmente en sus páginas de opinión, me 
sancionó. Cesó de publicarme. Sin ofrecerme explicación alguna. Y no 
sólo eso, sino que –en la mejor tradición estalinista- mi nombre 
desapareció de sus páginas. Borrado. No se volvió a reseñar un libro 
mío, ni se hizo nunca más mención alguna de actividad intelectual mía. 
Nada. Suprimido. Censurado. Un historiador del futuro que buscase mi 
nombre en las columnas del diario « El País » deduciría que fallecí hace una década... 
 Lo mismo en « La Voz de Galicia »,
 diario en el que yo escribía también, desde hacía años, una columna 
semanal titulada « Res Publica ». A raiz de la edición de mi libro sobre
 Fidel Castro, y sin tampoco la mínima excusa, me reprimieron. Dejaron 
de publicar mis crónicas. De la noche a la mañana : censura total. Al 
igual que en « El País », ninguneo absoluto. Tratamiento de apestado. Jamás, a partir de entonces, la minima alusión a cualquier actividad mía. 
 Como en toda dictadura ideológica, la mejor manera de ejecutar a un 
intelectual consiste en hacerle ‘desaparecer’ del espacio mediático para
 ‘matarlo’ simbólicamente. Hitler lo hizo. Stalin lo hizo. Franco lo 
hizo. Los diarios « El País » y « La Voz de Galicia » lo hicieron conmigo. 
 En Francia me ocurrió otro tanto. En cuanto las editoriales Fayard y Galilée editaron mi libro « Fidel Castro. Biographie à deux voix » en 2007, la represión se abatió de inmediato contra mí. 
 En la radio pública « France Culture »,
 yo animaba un programa semanal, los sábados por la mañana, consagrado a
 la política internacional. Al publicarse mi libro sobre Fidel Castro y 
al comenzar los medios dominantes a atacarme violentamente, la directora
 de la emisora me convocó en su despacho y, sin demasiados rodeos, me 
dijo : « Es imposible que usted, amigo de un tirano, siga expresándose en nuestras ondas.
 » Traté de argumentar. No hubo manera. Las puertas de los estudios se 
cerraron por siempre para mí. Ahí también se me amordazó. Se silenció 
una voz que desentonaba en el coro del unanimismo anticubano. 
 
En la Universidad Paris-VII, yo llevaba 35 años enseñando la teoría de 
la comunicación audiovisual. Cuando empezó a difundirse mi libro y la 
campaña mediática contra mí, un colega me advirtió : « ¡Ojo ! Algunos responsables andan diciendo que no se puede tolerar que ‘el amigo de un dictador’ dé clases en nuestra facultad...
 » Pronto empezaron a circular por los pasillos octavillas anónimas 
contra Fidel Castro y reclamando mi expulsión de la universidad. Al poco
 tiempo, se me informó oficialmente que mi contrato no sería renovado...
 En nombre de la libertad de expresión se me negó el derecho de 
expresión. 
 Yo dirigía en aquel momento, en París, el mensual « Le Monde diplomatique », perteneciente al mismo grupo editorial del conocido diario « Le Monde ».
 Y, por razones históricas, yo pertenecía a la ‘Sociedad de Redactores’ 
de ese diario aunque ya no escribía en sus columnas. Esta Sociedad era 
entonces muy importante en el organigrama de la empresa por su condición
 de accionista principal, porque en su seno se elegía al director del 
diario y porque velaba por el respeto de la deontología profesional. 
 En virtud de esta responsibilidad precisamente, unos días después de la
 difusión de mi biografía de Fidel Castro en librerías, y después de que
 varios medios importantes (entre ellos el diario « Libération ») empezaran a atacarme, el presidente de la Sociedad de Redactores me llamó para transmitirme la « extrema emoción » que, según él, reinaba en el seno de la Sociedad de Redactores por la publicación del libro. « ¿Lo has leído ? », le pregunté. « No, pero no importa -me contestó- es una cuestión de ética, de deontología. Un periodista del grupo ‘Le Monde’ no puede entrevistar a un dictador.
 » Le cité de memoria una lista de una docena de auténticos autócratas 
de Africa y de otros continentes a los que el diario había concedido 
complacientemente la palabra durante décadas. « No es lo mismo -me dijo- Precisamente te llamo por eso : los miembros de la Sociedad de Redactores quieren que vengas y nos des una explicación. » « ¿Me queréis hacer un juicio ? Un
 ‘proceso de Moscú’ ? Una « purga » por desviacionismo ideológico ? Pues
 vais a tener que asumir vuestra función de inquisidores y de policías 
políticos, y llevarme a la fuerza ante vuestro tribunal. » No se atrevieron. 
 No me puedo quejar ; no fui encarcelado, ni torturado, ni fusilado como
 le ocurrió a tantos periodistas e intelectuales bajo el nazismo, el 
estalinismo o el franquismo. Pero fuí represaliado simbólicamente. Igual
 que en « El País » o en « La Voz », me « desaparecieron » de las columnas del diario « Le Monde ». O sólo me citaban para lincharme. 
 Mi caso no es único. Conozco -en Francia, en España, en otros países 
europeos-, a muchos intelectuales y periodistas condenados al silencio, a
 la ‘invisibilidad’ y a la marginalidad por no pensar como el coro feroz
 de los medios dominantes, por rechazar el ‘dogmatismo anticastrista 
obligatorio’. Durante decenios, el propio Noam Chomsky, en Estados 
Unidos, país de la « caza de brujas », fue condenado al ostracismo por 
los grandes medios que le prohibieron el acceso a las columnas de los 
diarios más influyentes y a las antenas de las principales emisoras de 
radio y televisión. 
 Esto no ocurrió hace cincuenta años en una 
lejana dictadura polvorienta. Está pasando ahora, en nuestras 
‘democracias mediáticas’. Yo lo sigo padeciendo en este momento. Por 
haber hecho simplemente mi trabajo de periodista, y haberle dado la 
palabra a Fidel Castro. ¿ No se le da acaso, en un juicio, la palabra al
 acusado ? ¿Por qué no se acepta la versión del dirigente cubano a quien
 los grandes medios dominantes juzgan y acusan en permanencia? 
 ¿ Acaso la tolerancia no es la base misma de la democracia ? Voltaire definía la tolerancia de la manera siguiente : « No
 estoy en absoluto de acuerdo con lo que usted afirma, pero lucharía 
hasta la muerte para que tenga usted el derecho de expresarse. » La dictadura mediática, en la era de la post-verdad, ignora este elemental principio. 

2 comentarios:
Que digo que infamias tales como la de los homosexuales a la cárcel y el bloqueo hacia afuera, también.
Está más claro que el agua, son los mismos métodos, los mismos argumentos, en cuanto tocas al poder establecido, o a algo que no le gusta a ese poder, la condena a la desaparición. Afortunadamente no es la física, pero no sabemos que es peor. La física te hace mártir, la otra te hace desaparecer.
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