Fuente:Comiendo Tierra
Juan Carlos Monedero
En Austria una nueva mayoría le ha parado los pies al fascismo. En
Italia, una nueva mayoría le ha dicho “no” al burocratismo autoritario
de Renzi. Austria ha debido acordarse de que Hitler era austriaco. Las
mujeres han salido a dar la cara. En Italia, se han debido acordar de
que colgaron a Mussolini boca abajo. Los jóvenes han salido a dar la
cara. Como ha escrito Pablo Bustinduy: ” El pueblo italiano ha derrotado
el intento de subvertir la Constitución antifascista de 1947, la que
dice en su Artículo 1: “L’Italia é una Repubblica democratica, fondata
sul lavoro.” Renzi significa traer a la política europea el márketing
latinoamericano. Un galán joven y sin ideología para aplicar la segunda
fase del modelo neoliberal. Menos Gramsci y más telenovelas. Después del
neoliberalismo de la fuerza, ahora el del maquillaje. Un neoliberalismo
con rostro amable que ha abducido a la izquierda socialdemócrata y
necesita frenar el poder del parlamento. Siempre después de haber
convertido la prensa en una sucursal de las torres Trump de turno.
Europa esta volviéndose a buscar. Una parte importante se encuentra
en la extrema derecha trayendo presagios de los años treinta. Pero otra,
más numerosa, entiende los riesgos y está aprediendo a articularse. Son
tiempos de aclarar el discurso, de dar herramientas para defender las
ideas y de sumar desde ahí hacia esa nueva mayoría. En los años treinta
también nos confrontamos. Aprendamos una lección: ser débiles con los
fuertes no ayudó. Llamemos enemigos de la democracia a los enemigos de
la democracia. Y perfilemos el futuro. Para que quien escoja sepa qué
está escogiendo.
No se trata de adaptarnos a lo que existe. Para ganar a Hofer en
Austria, para derrotar a Renzi en Italia, ha hecho falta tomar partido,
dar argumentos, enfadar a algunos para que otros entiendan la gravedad
del momento. Las nuevas generaciones necesitan tener una escuela donde
diferenciar los argumentos que emancipan y los que encarcelan. El
populismo de derechas solo agita los excesos del sistema. Lo que venga a
ocupar el lugar antaño llamado “izquierda” tiene que atreverse a
señalar con el dedo al corazón del sistema. Tanto en lo que funciona
como en lo que no funciona. Europa no aguanta su propia legalidad. Por
eso necesita dinamitarla envuelta en un traje de Armani. Y por eso los
verdaderos antisistema son los que envuelven en cualquier forma de “gran
coalición” -incluida la mediocre coalición hispánica- el fin de la
política. Cuando se abusa de la indignación moral suelen desaparecer los
argumentos.
Renzi llegó al poder sin elecciones, apoyado por la Troika, la
patronal y los medios de comunicación. Y la vieja izquierda. Democracia
sin elecciones. Como ocurrió con Papademos en Grecia o con Monti también
en Italia. Como pasó en España con la reforma del artículo 135 de la
Constitución. Trump ganó después de que el Partido Demócrata hiciera
trampas para sacar a Bernie Sanders. Fillon sale elegido en las
primarias de la derecha porque el Partido Socialista le ha puesto la
alfombra roja. Rajoy gobierna con menos del 30% de los votos porque el
PSOE es un animal herido que prefiere morir antes que perder la vida. La
extrema derecha, donde gana, lo hace porque la izquierda que ha sido
hegemónica se ha convertido en una empresa que tiene que pagar
dividendos a sus socios y empleados. Y no duda. O rearmamos nuevas
mayorías o regresa el fascismo, eso sí, aseadito. De momento, en Austria
han sido las mujeres las que han estado a la altura. Y la gente joven
que intuye que hay vida más allá del centro comercial.
En España, la reconstrucción de esa mayoría tiene que venir de
revisitar lo que significó el 15M. No con esa mirada boba que dice que
todo en el 15M fue maravilloso. Lo suele decir gente que no estuvo allí.
Mucha gente que estuvo en el 15M ha votado a sus verdugos de la
derecha. Hay que ir más allá. Lo más grandioso del 15M es que repolitizó
a la sociedad española y la sacó de la resignación. Abrió una grieta. Y
es en esa grieta donde debe colocarse la nueva política, para hacer
fuerza, sembrar corresponsabilidad, salir de esa solemnidad idiota de la
sala de reyes visigodos del Congreso de los Diputados y regresar a una
calle y un Parlamento donde esté también la vida. No hay contradicción
entre la calle y el Parlamento: basta con recordar que es la calle quien
pone a los políticos del Parlamento.
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