Manuel Cañada
Militante de los Campamentos Dignidad de Extremadura
Miembro del FCSM
Militante de los Campamentos Dignidad de Extremadura
Miembro del FCSM
“Señora,
no se ponga usted así, que yo soy un trabajador”, dice el empleado de
Endesa, al que han mandado esa mañana a cortar la luz a una familia.
“¿Qué tú eres un trabajador? Tú lo que eres es un pelota, un
desgraciado, lo más arrastrado que se puede ser. Lo que te deseo es que
vivas muchos años con un babatel que te llegue hasta las rodillas y que
tus hijos pasen lo mismo que tú estás haciendo pasar a los míos”. Quién
así contesta, a bocajarro junto al cuadro de luz, dominada por la
angustia, es Pilar Rodríguez, vecina de Villafranca de los Barros.
Pilar tiene 47 años, es una trabajadora en paro, madre separada de la
que dependen tres hijos. Este es su domicilio desde que se casó, hace 24
años, y hasta que la crisis les hundió en la penuria extrema nunca
habían dejado de pagar la luz y el agua. Hasta ahí, es un relato común a
los cinco millones de personas que sufren en España eso que la
neo-lengua hipócrita de la beneficencia llama pobreza energética. Pero
el caso de Pilar es insólito. Desde hace seis años tiene una auténtica
batalla por el derecho a la luz y al agua. Treinta veces le han cortado
la luz y treinta veces la ha vuelto a enganchar; nada menos que cuatro
guardias civiles tuvieron que custodiar a los empleados de Acciona en
uno de los últimos cortes de agua. Y a causa de su lucha tenaz Pilar ha
sufrido arresto domiciliario y en este momento tiene pendientes cuatro
juicios.
“Yo
no había visto una llave inglesa en mi vida. Y me he acabado haciendo
una especialista. Mi amiga Mari dice que debería llevar el curriculum a
Acciona, que ya sé más que los que están trabajando allí. Yo me repetía
que si una persona puede hacer esto, yo también. Me sentaba, abría las
dos puertas del cuadro de la luz y lo empezaba a estudiar. Y no paraba
hasta encontrarle la lógica. Ya está, tengo que enganchar donde va el
borlón”. Pilar muestra con orgullo su “caja de herramientas de la
pobreza energética”, los destornilladores, las tijeras de afilar los
cables, los fusibles. “¿Tú sabes por qué se hacen estas cosas? Tú ves a
tus niños, sabes el dinero que tienes, nada más que estás a expensas de
los amigos o de la caridad, te quema la desesperación. Miro los ojitos
de mi Pedro, ¿cómo no voy a hacer eso por mis hijos?”.
Nuestra
intrépida fontanera y electricista nació en Zafra. Sus padres, “braceros
de toda la vida”, como ella dice con orgullo, consumieron sus años
trabajando para la marquesa de Solanda. En el año 1980 fueron despedidos
de la finca, junto a todos los jornaleros, y la familia se mudó a
Villafranca, a la casa de la abuela. A los cuatro años murió el padre y a
los hijos les quedó “una miseria de paga”, 24.000 pesetas, recuerda
Pilar. Desde los 15 a los 19 años, estuvo cosiendo con una modista
profesional. “La tarea la hacíamos nosotras como peonas, a cambio de
enseñarnos”. Aprendió el oficio y se echó a trabajar por su cuenta.
“Luego me casé y ¡a hacer leches la costura! Me junté con tres niños y
hasta que se hicieron algo mayores me dediqué a ellos y a mi madre”.
Después, durante bastante tiempo, se ocupó abrillantando suelos y, años
más tarde, junto al marido, montó una empresa de distribución de
productos químicos y de limpieza. El temblor de 2008 les pilló de lleno.
La empresa intermediaria les dejó a deber 27.000 euros y, aunque
ganaron el juicio, el dueño se declaró insolvente y a ellos les arrastró
a la ruina. A partir de ahí, la muerte de la madre, la separación, la
catástrofe.
“Cuando nos cortaron el agua por primera vez, la
pagamos con la beca de mi hija. Solo debíamos una factura. Así fuimos
trapicheando durante mucho tiempo. Pagábamos cuando podíamos, otras
veces los mismos trabajadores hacían la vista gorda hasta ver si la
situación se normalizaba. Pero era imposible. Ya sabes: si como no pago,
y si pago no como. Después, cuando me separé, vinieron a saco, les daba
igual que fuera verano o que fuera invierno. Al empleado de Acciona le
pedí por caridad humana que me quedara el contador hasta que pudiera
pagar. Nada, todo en balde. Y entonces tuve claro que había que
engancharla”.
El escritor portugués Almeida Garrett se
preguntaba cuántas personas es necesario condenar a la miseria, a la
infamia, a la desgracia invencible, para producir un rico. Pilar y su
familia forman parte del ejército de pobres necesario para producir a
los Botines, a los Sánchez-Galán, a los March, a los Fainé, a los Prado
Eulate, a la escoria parasitaria de magnates que gobiernan nuestro país.
Y a su hueste de mayordomos en la política, los usuarios de las puertas
giratorias, los Aznar, González, Cabanillas, Folgados, Martin Villas,
Salgados, Tocinos, Amigos y Rocas.
“María, si me pasa algo, ni
se te ocurra tocarme, me empujas con ese palo grande”, le dice Pilar a
su hija, advirtiéndole del peligro. Es consciente del riesgo, pero no le
queda más remedio. “Lo más duro es al principio, cuando tienes que
cruzar el umbral de la pobreza absoluta. Pero ¿cómo he podido llegar a
esto?, te atormentas una y otra vez, si nos iba todo tan bien, si mi
hija hasta tenía un perfume para los fines de semana, si hasta había
quitado las puertas de la casa con la idea de reformar el piso. Al
principio piensas que la culpa es tuya, pero luego te das cuenta que
no”. Pilar lo ha intentado todo, ha hecho cursos de lo divino y de lo
humano, de cocina convencional y de repostería fina. “Si me sale
cualquier trabajino, de limpieza de fachadas o de lo que sea, yo no
pregunto cuánto me vas a pagar, voy y lo desempeño”.
Pero
Pilar tiene claro que si algo puede vencer a la resignación y a la
culpa es la dignidad. Sabe que otras familias no han sido capaces de
enfrentarse a la situación, que hay niños deprimidos y padres que vagan
martirizados del despacho de Cáritas al del alcalde, así
permanentemente, sufriendo el calvario semana a semana, mes a mes. “Al
principio, venían a cortarme la luz todos los viernes, luego cambiaron
los días y la hora. La puerta de casa estaba siempre abierta de par en
par, yo escuchaba cualquier ruido y pensaba “ya vienen a hacer algo”, y
bajaba. Mis niños no pueden estar sin luz ni agua. Y no vamos a vivir de
la caridad”. Pilar lo aprendió de sus padres, el único camino es vivir
de pie, nunca de rodillas. La dignidad es un campamento de la piel, la
última trinchera. Y en el amor a los hijos, a la familia, a los
compañeros, a tus iguales nace la fuerza para resistir, para vivir con
decoro: “Tú entras en mi casa, miras el frigorífico y da pena. Pero mis
hijos todos los días comen comida elaborada. Yo no compro prácticamente
nada, con mis guarrinos tengo comida para todo el año. Los despiezo,
hago mis paquetitos de carne troceada y entonces lo vas alargando, echas
el chorizo en tus lentejas, en tus garbanzos y tus hijos comen. Yo voy a
por bellotas al campo para echar de comer a los guarros. Te buscas la
vida porque tienes una desesperación muy grande, la de poner todas las
mediodías el plato encima de la mesa”.
El 21 de febrero de 2015
en Cádiz, un bebé de cuatro meses, Dylan, fallecía en un edificio
ocupado por la Corrala de la Bahía. Los políticos gobernantes mantenían
sin luz a las 28 familias que allí habitaban, a pesar de que en las
viviendas residía un gran número de menores. Hace unas semanas, el 14 de
noviembre, moría Rosa, una anciana de 81 años, vecina de Reus, víctima
de un incendio provocado por las velas con las que se alumbraba; Gas
Natural había cortado el suministro eléctrico hacía dos meses por
impago. Son sólo dos casos relacionados con el crimen social que se
oculta tras el eufemismo “pobreza energética”, que produce 7.000 muertes
prematuras al año, seis veces más fallecimientos que los ocasionados
por los accidentes de tráfico. ¿Cuándo se sentarán en el banquillo los
inductores de estas fechorías, los responsables de estos crímenes, ya
sea por acción u omisión consciente?
“¿A ti no te da vergüenza
no tener corazón?”. Fue la última vez que vinieron a cortarle la luz.
Después de una bronca monumental, el empleado de la compañía eléctrica
desistió. “Cuando vio a mi Pedro –que llegaba del colegio- subir
escaleras arriba, a ese hombre se le cayeron todos los achiperres. Creo
que ahí se dio cuenta de la gravedad y, desde entonces, en dos años, me
han respetado la luz”. Pilar sabe que la lucha está muy lejos de haber
terminado. Pero en este tiempo ha salido del hoyo y ha levantado un muro
de dignidad que la protege. Un muro de dignidad que la protege a ella, a
su familia, pero también a todos nosotros, incluso a los que se creen a
salvo de los estragos de la vileza. Menos mal que existen las Pilares,
las heroínas anónimas del pueblo. Su coraje, su ejemplo son el único
refugio seguro de la esperanza en estos tiempos de barbarie. Menos mal
que existen los que no tienen nada que perder.
1 comentario:
Llegamos a la situación de esclavitud porque comenzamos a aceptar como valida, e incluso como buena, la situación de "precariedad" (ese grande y criminal eufemismo para no hablar de dominación y explotación). Porque no defendimos la Justicia desde la primera injusticia y hasta el final
Y será la defensa veraz, eficaz, eficiente y practica de los correctos valores de igualdad (un hecho natural que el capitalista se empeña en negar negando la igualdad como humanos. Digno heredero del esclavismo), justicia, fraternidad y (búsqueda de la) verdad la que asegurará los Derechos Humanos. Ninguna institución capitalista y/o burguesa asegura los DD.HH. , salvo si la institución consiste en las Virtudes Humanas; el primer y ultimo reducto de lo que debemos ser y, por el momento, no somos como colectividad. El texto define las consecuencias más superfluas y dañinas del capitalista. Daros una vuelta por la África colonizada y observad con ojos inteligentes el crimen humano que los criminales capitalistas e imperialistas perpetran desde hace siglos. Es indescriptible. Y quizá, lo peor trate de que la única salida que vendan como "única" no consista sino en algo, si cabe, todavía peor; la asunción por parte del dominado de la propia ideología de clase dominante, haciéndolo participe de su esclavitud, siendo causa directa la erradicación grotesca de toda valoración justa de la libertad colectiva y fraternal de la mente del dominado
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