Foto: Juan Carlos Hidalgo ( Efe) |
Fuente: Cuarto Poder
Manolo Monereo
Diputado Unidos Podemos Córdoba
Miembro FCSM
Para Miguel Riera, viejo y
joven topo, amigo siempre.
joven topo, amigo siempre.
Nuestro maestro Alfonso Ortiz
lo ha repetido insistentemente desde hace más de 40 años. La historia
de España de los siglos XIX y XX es una sucesión de golpes de Estado, de
guerras civiles y de restauraciones. En el centro, nuestra progresiva
colocación como país semidesarrollado en una Europa que nos condena a
ser periféricos y subalternos. Pensar históricamente es hoy más
importante que nunca y significa ir contra corriente. La posmodernidad
“licuada” que nos domina nos roba la historia y nos condena a la
insignificancia, a la banalidad de lo noticiable y a la normalización de
lo existente.
¿Cuál
sigue siendo hoy el problema real de nuestro país? El de sus clases
dirigentes, el de sus élites económicas, financieras y empresariales,
caracterizadas desde siempre por la ausencia de un proyecto autónomo de
Nación capaz de integrar a las clases subalternas y a los pueblos del
territorio, dependiente siempre de las grandes potencias y lucrándose
siempre del Estado, de un Estado instrumento de dominación y de control
de las poblaciones. El fundamento, el mismo desde siempre: un
nacional-catolicismo extremadamente reaccionario, antimoderno y
ferozmente antidemocrático. Guerras civiles, golpes de Estado y
restauraciones convertidas en costumbre nacional de los grupos de poder
asociados a la casa de los Borbones. Cada vez que aparecía la
posibilidad de una democracia verdadera, es decir, de la República,
pronunciamientos, golpes de Estado y restauración. El objetivo, el de
siempre: garantizar sus privilegios, incrementar radicalmente sus
beneficios, asegurarse la impunidad y el control del sistema político.
El
capitalismo español vive una “crisis orgánica”, como otras veces. Es
estructural y sobreestructural a la vez; afecta al modo de insertarse
España en la Unión Europea, a las relaciones de producción básicas, a la
correlación de fuerzas entre las clases y al régimen político en su
conjunto. Desde que comenzó la crisis, las clases económicamente
dominantes impulsan una reestructuración radical económico-social y una
recomposición a fondo del sistema político. Es tan claro, tan obvio, que
casi nunca lo tenemos en cuenta. Reestructuración económica significa
aquí y ahora lo siguiente: adaptarse sumisamente a la nueva división del
trabajo que nos impone la UE en proceso de redefinición. Lo que eso
significa lo tenemos delante de nuestros ojos, un país especializado en
el turismo y en la construcción, con un gigantesco sector servicios, con
una industria extremadamente dependiente y con un sector primario
bloqueado. En un país así configurado no habrá nunca trabajo digno y con
derechos, se incrementarán las desigualdades y veremos cómo el paro y
la precariedad se convierten en permanentes. Los escasos derechos
sociales irán desapareciendo y el sistema de pensiones estará amenazado.
¿Dónde está la clave? En un modelo productivo basado en una devaluación
permanente de la fuerza de trabajo, es decir, un modelo que exige la
desaparición de los derechos laborales, sindicales y la precariedad de
nuestra vida. Este es —llevo años señalándolo— el debate que
sistemáticamente se oculta y se silencia.
Para consolidar este
modelo productivo se necesita un nuevo modelo de poder, un nuevo sistema
político y de partidos. La dificultad es extrema, ¿cómo conseguir que
los ciudadanos y ciudadanas acepten democráticamente vivir peor, perder
derechos y renunciar a libertades históricamente conquistadas? Este es
el problema central. Ya en el 2013 el Banco JP Morgan, en un conocido
informe, advertía de que las reformas estructurales impuestas a las
poblaciones necesitaban ir más allá hasta conseguir cambios en las
constituciones para hacerlas más adecuadas al capitalismo financiero
dominante. En concreto, denunciaban unos sistemas constitucionales que
dotaban de demasiados derechos a los trabajadores, que garantizaban
excesivo peso a los sindicatos y sobreprotegían a las clases
trabajadoras. Hay que insistir y repetirlo de nuevo: la orientación
prevalente en esta fase es que las poblaciones acepten una gigantesca
redistribución de renta, riqueza y poder en favor de los grupos
financieros y empresariales dominantes. Hay que entenderlo: el dato
específico, singular, del capitalismo realmente existente hoy es su
radical incompatibilidad con la democracia constitucional y con la
soberanía popular.
Algunos lo hemos venido señalando desde el
comienzo de la crisis. El factor que aparecía con más fuerza era una
contradicción muy significativa entre los grupos de poder dominantes y
la clase política, es decir, el PP y el PSOE. Al fondo, Podemos, que se
había convertido en una fuerza capaz, no solo de bloqueo, sino también
de alternativa y —hay que decirlo— a contracorriente de lo que estaba
ocurriendo en los países de la Unión Europea; no era la primera vez que
esto ocurría en nuestra historia reciente. Este era el “gran juego
político” que se inició en diciembre de 2015. La propuesta que
impulsaban los poderes fácticos era clara, rotunda, imperativa: gobierno
de gran coalición en torno al PP, PSOE y Ciudadanos. El objetivo —ya lo
dije antes— era la reestructuración económica y la recomposición del
sistema político. Lo fundamental, derrotar a Podemos, es decir,
dividirlo, romperlo y cuestionar sus liderazgos básicos. Estaba escrito
en las estrellas desde hacía siglos: aceptación de la restauración en
proceso o destrucción de un adversario convertido en enemigo. Es la
historia de Podemos desde que nació.
Ni Rajoy ni Sánchez estaban por la labor, y Rivera,
a lo suyo: correveidile de los que mandan y no se presentan a las
elecciones. El secretario general del PP sabía que apartarse del poder y
ceder era poner fin al PP que habíamos conocido e iniciar un camino que
terminaría entronizando a Rivera como el hombre de la situación, sin
garantías ni base social propia. Hizo lo que mejor sabe hacer: aguantar
el tipo, medir los tiempos y esperar que el contrario se equivoque. Pedro Sánchez
seguía un guión singular y —hay que reconocerlo— audaz. Se podría
explicar así: puesto que el problema es Podemos, gobernar con el PP es
dejarle el espacio libre al partido de Pablo Iglesias;
luego hay que polarizarse con el PP y disputarle la hegemonía a Podemos.
De ahí surge la propuesta PSOE-Ciudadanos. Cada uno buscaba dirimir y
crear espacio: uno a su izquierda y el otro por su derecha.
Pablo
Iglesias —porque fue él quien tomó la responsabilidad y decidió la
táctica— se la jugó y empezó a maniobrar sabiendo que el objetivo real
era golpear a Podemos, erosionarlo electoralmente y dividirlo, sobre
todo en el Congreso de los Diputados. Nunca fue en serio Sánchez en su
ofrecimiento de gobernar a Podemos. Nunca. Al final, el asunto llegó
donde estuvo desde el primer momento: o aceptar un gobierno
PSOE-Ciudadanos o elecciones generales, culpabilizando de ellas a Pablo
Iglesias. Él, solo él, sería el culpable de nuevas elecciones.
Personalizar todo el mal en él fue parte esencial de esta estrategia que
marcó una etapa y que se quedaba como guión del futuro: el problema de
Podemos es Pablo Iglesias.
Los resultados del 26 de junio
sirvieron para clarificar el mapa político. Los poderes reconocieron que
Mariano Rajoy tendría que conducir la recomposición del sistema
político, es decir, de la restauración. Pedro Sánchez volvió a tener
unos malos resultados electorales. Con terquedad volvió a su discurso de
siempre: se pierden votos y diputados, pero seguimos siendo la segunda
fuerza política del país y, además, Unidos Podemos tiene un resultado
peor de lo esperado, luego a polarizarse con el PP —”no es no”— y
revertir la tendencia. Podemos, Unidos Podemos, consiguió —era lo
fundamental— unir todo lo que estaba a la izquierda del PSOE y organizar
un bloque complejo y denso, territorialmente y socialmente arraigado.
Los resultados no acompañaron a las expectativas, pero se tenía un grupo
parlamentario de 71 diputadas y diputados y 21 senadoras y senadores.
Unidos Podemos no solo era la única fuerza democrática y de izquierdas
que crecía en Europa, sino que seguía siendo verosímilmente alternativa
de gobierno y de poder.
Lo que vimos después fue algo solo comparable a la liquidación política de Adolfo Suárez:
la intervención por los poderes fácticos del Partido Socialista hasta
conseguir la dimisión de su secretario general. Sánchez no se dio cuenta
de que el juego se había terminado y de que los poderes reales exigían
el cumplimiento de lo ordenado desde hacía más de un año:
reestructuración económica y restauración política. La línea de
demarcación fue de nuevo señalada, el nacional-constitucionalismo. A un
lado, los partidarios de la monarquía borbónica y su régimen. Al otro,
el antisistema, el caos, la anarquía. Pedro Sánchez no aceptó sin más
estas condiciones y fue defenestrado por una alianza entre los medios de
comunicación y una parte de su dirección política. Hay que cualificar
esta alianza. Estamos hablando de medios cada vez más controlados por
los poderes financieros y de la dirección de un partido anclado en los
poderes y dependiente de ellos. Esto tampoco debería asombrarnos
demasiado. Es una característica de la UE: el enorme poder del capital
financiero y su creciente control sobre una clase política corrupta, sin
raíces ni ideología. Los resultados están ahí: desmantelamiento del
Estado social, devaluación de la democracia, pérdida de soberanía,
crisis de la forma-partido y, más allá, de la política en sentido
estricto entendida como autogobierno de las poblaciones.
En estos
meses estamos viendo en la práctica un gobierno de gran coalición
dirigido y organizado por Rajoy y su vicepresidenta política, Soraya Sáenz de Santamaría.
No está siendo fácil. El PP es un partido muy de derechas, poco
habituado a los pactos, con una tendencia permanente a mandar.
Convertirse en partido de régimen será muy difícil para él. En ello
andan con la sobreactuación permanente de Ciudadanos y un PSOE que
intenta levantar cabeza desde lo que podríamos llamar una oposición
útil, que obtiene resultados por pequeños que sean. Las dudas de Pedro
Sánchez son comprensibles, su partido está sólidamente ligado a los que
mandan y no se presentan a las elecciones y —es el problema real— ya no
hay en él, en su interior, fuerzas capaces de regenerarlo y oponerse a
un aparato despolitizado y temeroso de perder privilegios y prebendas.
Tendrá que escoger entre ser minoría o montar una nueva organización.
Cabe otra opción: echarse a un lado y esperar mejores tiempos.
Hay
dos tareas inmediatas: la cuestión catalana y la neutralización de
Podemos. Lo que más daño le ha hecho al régimen ha sido la tendencial
convergencia entre cuestión social y cuestión nacional, en la
perspectiva de construir un nuevo país y un nuevo Estado. Este nudo
tenía y tiene que ser roto. El ejemplo vasco es paradigmático. Un
acuerdo PNV-PSOE para gobernar Euskadi y negociar con Madrid. Es más, la
vicepresidenta intenta pactar los presupuestos con el PNV y volver al
viejo esquema del bipartidismo imperfecto, es decir, la alianza con las
minorías nacionalistas. En Cataluña la cosa es más difícil porque hay
que buscar interlocutores y fuerzas políticas susceptibles de construir
un escenario que acompañe al proceso restaurador en el resto del Estado.
La neutralización de Podemos ha avanzado mucho, muchísimo. Lo ocurrido
en estas semanas ha cubierto las expectativas de las fuerzas del régimen
y del tripartido convergente: ruptura del equipo dirigente, silencio
sobre la política real -la que afecta a las personas y a sus gravísimos
problemas- y confrontación por el poder interno. La conclusión que se
intenta imponer como marco es que todo está en crisis, incluso la
alternativa de renovación y el cambio democrático. Lo que se intenta
transmitir: no hay esperanza, solo queda aceptar lo existente; no hay
salvación en lo colectivo; la política para los que viven de ella y cada
uno a lo suyo.
No hay que dejarse engañar por las apariencias. El
debate está donde estaba en estos meses y donde siempre ha estado, en
la política de verdad, la que define el futuro. Pero lo que se dice y
nunca se verbaliza ni se publica es otra cosa, que los poderes han
ganado ya y no hay margen para la ruptura democrática; que hay que
dejarse de maximalismo y aceptar que en estas sociedades no son posibles
los cambios sustanciales y que siempre hay que acompañar a los poderes,
disputándoles sus márgenes para parecer útiles y realistas. Que un
partido de masas, sólidamente enraizado en la sociedad y en el conflicto
social es cosa del pasado y que ahora mandan las nuevas tecnologías y
la sociedad-red. No se puede hacer mucho cuando se gobierna, casi nada.
Los límites que impone la Europa alemana del euro son tan grandes que
solo cabe la política de las pequeñas cosas, de gestos y de gestión
hábil e inteligente de los medios. Se podría continuar. Deberíamos
debatirlo en público y que las inscritas e inscritos decidan. Esa es la
democracia que defendemos y proponemos.
La grandeza de Podemos y
sus gentes es que en su próxima asamblea lo que dirimirá el debate real,
el sustancial, será restauración o ruptura democrática; democratizar la
sociedad, el Estado y el poder o ser una fuerza política más,
subalterna a los que mandan y sumisa a los poderes económicos foráneos y
propios; cambiar la sociedad y la política o ser cambiado por ellas.
Restauración y ruptura van siempre de la mano, están —por así decirlo—
en la realidad de las cosas, en las fuerzas políticas y sociales y en
las cabezas de los dirigentes, siempre como posibilidad y tentación. La
política de verdad no es solo análisis, propuesta, táctica; es lucidez y
coraje moral, definición y decisión, punto de vista y carácter.
La paradoja es muy fuerte, fortísima. Todos son de Pablo Iglesias, desde Íñigo Errejón a Clara Serra, pasando por Eduardo Maura, Moruno y Sergio Pascual.
Ternura hasta las lágrimas. En medio, una ofensiva general contra
Podemos y su secretario general. Yo, menos poético, titánico y amoroso,
que vengo de una tradición que no cree “ni en dioses ni en reyes ni en
tribunos” apoyaré a Pablo Iglesias si sigue haciendo la política que
hasta ahora ha hecho, si construye una dirección coherente con el
proyecto y democratiza realmente la organización.
3 comentarios:
Hace falta dedicar nuestra atención a los problemas de la gente no a lo problemas internos de organización, eso no le interesa a nadie.
"En medio, una ofensiva general contra Podemos y su secretario general. Yo, menos poético, titánico y amoroso, que vengo de una tradición que no cree “ni en dioses ni en reyes ni en tribunos” apoyaré a Pablo Iglesias si sigue haciendo la política que hasta ahora ha hecho, si construye una dirección coherente con el proyecto y democratiza realmente la organización."
Yo también.
Pero con la culpa de todos los poderes o no.
En Podemos son muchisimos, y tanta gente marea, por tanto hay que dividirse como siempre hemos hecho en la izquierda.
Como siempre cuando nos juntamos cuatro somos demasiado y tenemos que dividirnos.
Si Pablo Iglesias se empeña en llevar adelante su liderazgo haciendo que Podemos tenga que elegir entre el partido y el se equivoca total mente. Porque ganara, pero se dejara la mitad de Podemos a tras aunque parezca que no ha pasado nada. Ni se ha ido nadie.
Si quiere llevar Podemos adelante tendrá que ser capaz de integrar a todas las ideas de la organización, fundirlas y ser su voz.
No parece que vaya por este camino va cortando la cabeza de los que no piensan como el, mientras va pidiendo perdón.
De "guerras civiles" NADA DE NADA. Esa terminología es una burla a la inteligencia. Burla pensada, editada y difundida para las masas, en la que la responsabilidad de los verdaderos autores y responsables de los genocidios y de la posterior dominación quedan exentos no solo de toda responsabilidad sino siquiera de mención publica. Usurpando tras las bambalinas todo el control de la piara social.
No es "guerra civil" (termino militar falsariamente usado para tergiversar la realidad), es guerra militar. Y más concretamente, de unas elites capitalistas que compran a parte de la población (la moralmente más miserable) para establecer una sociedad capitalista del crimen y normalizarla como algo bueno y positivo. Es una lucha de clases entre el siervo, el lacayo, el pisado y oprimido, el torturado, herido, humillado y vejado que comienza, como siempre, el mafioso y criminal capitalista burgués-aristócrata-monárquico (autárquico)-señor de la guerra feudal- terrateniente-vasallo para establecer una sociedad esclavista (a través del Capital y otras herramientas de control de masas) donde puedan mantener caprichos y poderes que les serian imposibles de alcanzar si no usurpasen el poder y eliminasen la inteligencia, dignidad y fraternidad de los millones a los que pretenden como "recursos humanos" para su Paraíso terrenal, acojonandolos in secula seculorum. Terrorismo de primer orden.
No es una "guerra civil", es una guerra de manipulación de los civiles perpetrada por las clases militares que en España, y otros muchos lugares del mundo incivilizado, siempre están directamente ligadas a la fuerza bruta de los ejércitos imperiales y las clases capitalistas pretendidamente dominantes.
Cualquiera que use el concepto "guerra civil" tendenciosa y fraudulentamente miente y criminalmente manipula la verdadera histórica para que los criminales señoritos y caballeros puedan seguir creyéndose tales mientras asesinan en masa y explotan por sistema a seres humanos "compatriotas" que mantricamente dicen amar y defender a través de los usurpados medios de desinformación.
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