Foto: " Fuerzas Vivas" primeras décadas siglo XX.Somatén |
Julio Anguita
Héctor Illueca
Manuel Monereo
La irrupción de Vox
en el Parlamento de Andalucía, esperada pero no con tanta presencia, ha
provocado una serie de sentimientos y actitudes que han ido desde la
estupefacción hasta la inquietud, pasando por airadas reacciones. Las precipitadas y desafortunadas convocatorias
para manifestarse contra estos resultados no solo le han hecho un flaco
favor a la democracia, sino que le han proporcionado a este partido una
excusa para asignarse la palma del martirio. Más protagonismo regalado a
dicha fuerza política por quienes se reclaman de un frentismo
antifascista.
Creemos que debemos acercarnos a este
asunto con la serenidad necesaria para la reflexión, que si es
imprescindible siempre, en el asunto que nos ocupa lo es más aún.
Y
lo primero a considerar y constatar es la excesiva inclinación, por
parte de medios de comunicación y comentaristas políticos, a poner el énfasis en los resultados obtenidos por la extrema derecha.
Al fin y a la postre, esta fuerza política es solamente la infantería
de un bloque en fase de cristalización avanzada, constituido por el PP y
Ciudadanos. No hay nada más que oír las declaraciones, los discursos y
las propuestas de Casado y Rivera desde hace tiempo. Y junto a ellos la
fundación FAES y el propio Aznar como intelectuales orgánicos de esta nueva CEDA en construcción.
Nada falta: declaraciones de miembros de la jerarquía eclesiástica
congratulándose de los resultados electorales en Andalucía, medios de
comunicación que desde hace bastante tiempo han transformado los
informativos en partes de guerra de los golpistas de 1936. Y, junto a
ello, sentencias judiciales que rezuman las viejas esencias de la misoginia franquista.
El matiz diferenciador de Vox estriba en la falta de complejos
para explicitar el discurso que los llamados “constitucionales”, PP y
Ciudadanos, apuntan, insinúan o mantienen con sus silencios y evasivas.
Por otra parte, esta facción de la derecha que ha emergido no es en todo
exactamente homologable con las fuerzas de extrema derecha que crecen
en gran parte de la UE. Éstas viven en países que, se quiera o no, han
conocido y debatido con el Protestantismo, la Ilustración, el
Kulturkampf, el Liberalismo o el Modernismo. La extrema derecha española
es, en gran parte, producto del misoneísmo español más castizo.
Instalada
en el autismo intelectual de la Contrarreforma, ha tenido su hábitat
político en la permanente alianza entre el Trono y el Altar. La extrema
derecha patria ha sido, y es, la actualizadora del odio al pensamiento libre que instituyera Fernando VII.
Y si es cierto que en la Europa cincelada por la Ilustración el Mein
Kampf y sus diversas excrecencias trajeron el holocausto, no es menos
cierto que hoy hacer apología del nazismo o del fascismo está prohibido y
penado. Aquí en la piel de toro, los crímenes de la dictadura
franquista gozan de una desmemoria cultivada e interesada. Por no hablar
de los permanentes falseamientos de los hechos históricos e incluso de
la Historia de España en su conjunto.
Pero
si hay algo en lo que el bloque de derechas no tiene fisura ni matiz
alguno es en el sustrato social cuyos intereses representa y defiende,
en la identificación plena con la intangibilidad sempiterna de la
propiedad de los latifundios, el poder de las hidroeléctricas, la
accesibilidad al goce y disfrute exclusivos de las prebendas contenidas
en los Presupuestos Generales del Estado, la simbiosis, familiarmente
heredada, con las Administraciones Públicas, la evasión fiscal como
hobby y señal de distinción, o en la corrupción endémica y el silencio cómplice con los reales y con los supuestos delitos fiscales que afectan a la Corona.
La extrema derecha europea, por convicción o por camuflaje, no tiene
más remedio que adornar sus programa y discursos con propuestas y
medidas de índole social. La extrema derecha española es neoliberal sin
ambages y sin afeites.
Y también desde la serenidad es
conveniente e inevitable hacerse dos preguntas ¿Por qué la extrema
derecha ha cosechado este avance impensable hace poco tiempo? ¿Por qué
ha habido un nivel tan alto de abstención en lo que se entiende por
izquierda? Confesamos que para nosotros la verdaderamente inquietante es
la segunda. Sin embargo, entregarnos a un ejercicio simple de análisis
en estos críticos momentos sería instalarse en el empantanamiento
generalizado de la culpa que tan morbosa y masoquistamente anida en la izquierda.
Optamos por intentar responder a una pregunta ya clásica y por eso de
actualidad permanente: ¿qué hacer? Creemos que en las líneas de la
propuesta van implícitas la crítica y el modo de superar la situación.
Estamos ante una crisis generalizada no sólo de la globalización,
sino de la civilización industrial que la ha impulsado. Los límites al
crecimiento productivo impuestos por la sostenibilidad, así como el
superado pico del petróleo, obligan a una respuesta que sea producto de
las mayorías sociales capaces de evitar que nos sumerjamos en un nuevo feudalismo
en el que los Estados desaparecen de facto y las multinacionales
constituyen una gobernanza mundial con sus propias instituciones y
organismos. una humanidad fallida.
La
izquierda debe asumir el rol del discurso profético que consiste en
decir la verdad y a su vez proponer una alternativa de carácter
socialista a la producción, la distribución y el consumo. Y ello desde la concepción que liga la economía al territorio.
La izquierda debe asumir, desde su incardinación en el aquí y el ahora,
lo que es, lo que ha representado y lo que quiere representar. No valen
ya los equívocos.
Esa
propuesta, conjuntamente con la actitud que conlleva, supone que debemos
hacer un permanente ejercicio de firmeza coexistente con el análisis,
la elaboración y la participación colectiva y democrática. Los valores
que acompañaron al nacimiento de la izquierda, igualdad, justicia,
democracia y socialismo ni pueden velarse ni tampoco dilatarse para
otros momentos, etapas o fases. La ciudadanía, el pueblo trabajador,
necesitan de referencias indubitables. Propuesta, firmeza, ejemplo y justeza son los pilares sobre los que la izquierda debe construir su contraofensiva en esta hora.
Lo
primero: no hay proyecto político digno de tal nombre sin programa. Y
éste no es solamente el conjunto de acciones, medidas y actividades
conducentes a su implantación, sino que debe ser visualizado a través de
las alianzas sociales que lo sustentan y apoyan. Pero esas alianzas no
pueden ser producto de una coyuntura electoral y a los únicos efectos de
la participación en las listas. Las alianzas requieren de tiempo
suficiente, programa elaborado colectivamente, ética y valores cívicos
incorporados al programa en medidas concretas, voluntad de sumar e
integrar. Las alianzas para la izquierda terminan justamente en
el sitio donde objetiva y socialmente comienza la situación a cambiar y a
ser superada.
Para
que un programa concite la adhesión, el apoyo y la participación social
crecientes necesita de fases y etapas. Y esas fases deben ser
explicadas con la mayor claridad posible. El horizonte contempla las
medidas más contundentes y de mayor calado. Pero nunca se llegará a
ellas sin el apoyo social mayoritario. Por eso se imponen medidas de
carácter urgente y prioritario que atajen los problemas inmediatos de
los sectores más desfavorecidos: salario mínimo, pensiones y
jubilaciones, vivienda, servicios sociales, etc. Sin un mínimo apoyo
desde el inicio, las medidas de carácter más ambicioso y necesario, así
como las de carácter cultural, convivencial y de normalización de la
diferencia, serán imposibles.
Lo segundo: nada es posible sin organización.
Pero no hay organización sin la participación que posibilite que cada
individuo del colectivo propio y aún el de otros cercanos sepa
exactamente el objetivo, el plan, las fases, las alianzas y los valores a
desarrollar en cada sitio. Ello implica que desde hoy mismo se debe
acometer el proceso. No se puede esperar ni tampoco centrarse en los
próximos comicios electorales. Al desarrollar el proyecto, no solo se
prepara el futuro sino que se hace el análisis del ahora, corrigiendo en
la práctica los errores.
Y
lo tercero: organización y programa han de insertarse en un proyecto de
país que genere las condiciones de una nueva hegemonía. Los derechos
sociales han sido pulverizados y la constitución territorial amenaza
siniestro total. La ciudadanía percibe que la monarquía constituye el
principal obstáculo para que el pueblo español pueda abordar los
problemas que ensombrecen su existencia. En este contexto, la celebración de un referéndum sobre la forma política del Estado
podría ser la única salida a una situación diabólica muy bien descrita
por Pérez Royo: reformar la Constitución es una necesidad histórica,
pero resulta imposible hacerlo a causa de la monarquía. Las fuerzas
populares que han emergido estos años no nacieron para derrotar a Susana
Díaz o para echar a Rajoy. Tampoco para frenar a Vox. Nacieron para ser la alternativa a un régimen inmerso en una transición profundamente regresiva. Nacieron para derrotar al neoliberalismo y fundar una nueva República.
No hay comentarios:
Publicar un comentario