Julio Anguita
Colectivo Prometeo
[Nuestro querido compañero del Colectivo Julio está desarrollando en " El Economista" su pensamiento ante la actual situación política.Lo hace mediante una serie de artículos agrupados con el título común de " Resituarse".Os ofrecemos aquí los dos primeros, advirtiendo de que saldrán en las próximas semanas algunos más]
La evidencia se ha abierto paso de manera descarnada y hasta cruel.
El status, y hasta cierta progresía intelectual, no pueden asumir la
presencia de Unidas Podemos en el Gobierno de España. Esta línea roja
que el PSOE no puede traspasar, se ha hecho evidente para todo el mundo;
menos para una parte de la Izquierda que todavía sigue cautiva de
siglas, eslóganes y desmemoria.
La suerte está echada. Los dados han rodado y ahora toca ser
consecuentes con lo que Unidas Podemos sigue representando todavía para
el imaginario colectivo de varios millones de ciudadanos y ciudadanas:
la apuesta por un cambio económico, social, político y cultural en
profundidad. Y ser consecuente comienza por asumir de una vez por todas
que con el PSOE, que nació en el Congreso Extraordinario de 1979, no
caben otros acuerdos que los referentes a cuestiones coyunturales y muy
específicas. Por eso, seguir insistiendo en una alianza estratégica en
aras de la construcción de una alternativa económica, social,
medioambiental y moral a la crisis presente es la peor de las quimeras.
Repasemos la historia desde 1974 acá.
Desde
1982 la izquierda no ha sido capaz de construir un proyecto estratégico
que le permitiese huir de tener que optar entre la amañada antinomia de
una izquierda "moderna" (el neoliberalismo europeísta del PSOE) y una
derecha heredera del franquismo. Y las pocas veces que ha intentado
ponerlo en marcha, ella misma se ha encargado de neutralizarlo. Salirse
de lo pautado da vértigo, pero quedarse en ello conduce a la anomia.
Pedir ahora que se pacte con Sánchez un programa que justifique el apoyo
a su investidura es, por enésima vez, seguir instalados en la
irrealidad. ¿Cuándo ha cumplido el PSOE los acuerdos programáticos
firmados? ¿Se ha olvidado ya la experiencia andaluza con Susana Díaz?
Lo
que subyace en el fondo de la propuesta no es otra cosa que el pánico a
una nueva consulta electoral y sus hipotéticas consecuencias negativas.
Y así seguimos instalados en el círculo vicioso de la creciente
inanidad. A falta de propuesta sustentada en una organización eficaz y
asentada en todo el territorio español, nos sentimos obligados a escoger
el "mal menor". Y así hasta la dilución. ¿Se ha pensado alguna vez en
cortar el nudo gordiano de la dependencia y de la subalternidad?¿Es tan
difícil llevar a las instituciones el impulso del 15-M? ¿Se ha olvidado
que las ideas y los proyectos solamente viven y son posibles con
organización, organización, organización?
Obcecada con la inmediatez, la Izquierda no parece reparar en que más
allá de la Investidura hay vida, un país cogido con hilvanes y unas
gentes que viven en la práctica sin derechos económicos y sociales.
Paradójicamente, la situación devenida tras el fracaso de la
Investidura puede constituir un punto de inflexión para la Izquierda que
quiera ejercer como tal. Solamente debe aclararse y ser consecuente
política y organizativamente con ello. No creo que deba ser difícil. ¿O
tal vez sí? ¿Lo comprobamos?
El mayor error que la Izquierda española sigue cometiendo, es su
pertinaz insistencia en ubicar al actual PSOE en un ámbito ideológico y
político común con ella. Pareciera como si su pensamiento estratégico
caso de tenerlo más allá de formulaciones pasajeras- estuviese atrapado
en el mundo de los atavismos heredados de una historia lejana o en el
poder mágico de las siglas. Instalada en esa querencia, cree o quiere
creer, que en los enfrentamientos electorales entre PSOE y PP hay una
causa en la que se debe escoger partido cono si de una causa propia se
tratara.
Los defensores de un Gobierno de coalición ya han tenido la respuesta
a sus pretensiones: era imposible. Por otra parte, los partidarios de
la fórmula portuguesa ya han recibido desde el país vecino la ducha fría
de la contumaz realidad: la socialdemocracia, con matices y diferencias
muy secundarias, forma parte del neoliberalismo. Ambas posiciones se
encuentran hoy ante un panorama muy poco halagüeño. A las evidencias
desmontadoras de sus aspiraciones y proyectos quiméricos, se le añade la
posibilidad de unas elecciones a las que temen como a la muerte. En
verdad es que el dilema es trágico: un papel muy secundario en una obra
que hacen otros o seguir retrocediendo a los orígenes de IU o el PCE de
1977.
A la gravedad de la situación de la Izquierda hay que añadir el
cáncer (¿congénito?) de su permanente división y subdivisión. Creo que
ese mal no es otra cosa que la carencia de proyecto político e
ideológico asentado y fundamentado en el estudio, el análisis, el
compromiso y el ejercicio consecuente de la convicción democrática. La
Democracia además de la participación en las decisiones, es método,
procedimiento, acceso a la información y compromiso militante con la
voluntad colectiva libremente adoptada. Ese permanente trasiego de
siglas, fracciones y grupúsculos después de un revés electoral no es
otra cosa que la explicitación del narcisismo en estado puro. El culto a
la imagen propia (personal o grupal) sustituye al proyecto "Todo menos
contribuir al diálogo", el debate sereno y la posterior toma de
decisiones con las consecuencias inherentes para personas o colectivos.
El resultado trágico de las últimas décadas es que el debate
clarificador y audaz que la Izquierda necesita ha sido sustituido por el
sucedáneo mediático. El proyecto se diluye y aparece la mercancía
electoral. Así, proyectos como "La Construcción de la Alternativa", "El
Cambio Profundo", "El Proceso Constituyente" o el impulso del 15-M,
fueron abandonados apenas nacidos en aras de la estéril e imposible
"Unidad de la Izquierda" con el PSOE.
La
Izquierda se resiste a asumir que ha sido derrotada en toda la línea y
que sus adversarios ostentan la hegemonía ideológica, política y
cultural. Dominan el relato, como se dice ahora. Primero fueron los
sindicatos autodenominados "de clase" y después las organizaciones
clásicas. El aggornamento "europeísta", la posmodernidad y el mito de la
globalización ineludible terminaron de acabar la faena.
Pero es hoy, paradójicamente, cuando la Izquierda tiene la
posibilidad de refundarse desde los presupuestos clásicos (y por eso
inmarcesibles) y los nuevos conflictos que siguen afectando, como
siempre, a los más desfavorecidos objetivamente. Pero esa refundación
demanda una serie de valores, presupuestos éticos, proyectos, programas y
actitudes y eficacia organizativa capaces de remodelar una Izquierda,
plural, cohesionada en la acción y omnipresente en la confrontación
ideológica. Y además, capaz de renacer en una nueva cultura de la
gobernabilidad, la movilización y la pasión por el conocer.
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