miércoles, 13 de noviembre de 2019

Réquiem para un suicida político




   Joan Avinyó
      "Yo siempre voy donde me invitan". Esta es la frase que pronunció Albert Rivera en octubre de hace 6 años en una conocida emisora ​​de radio catalana. Era listo, hábil y tejió unas complicidades en Catalunya que lo convirtieron en uno de los personajes emergentes de la política, hasta que se fue a Madrid, abandonó Catalunya (en el sentido más peyorativo de la palabra) y algo cambió. Fue el hombre del IBEX. Una encuesta electoral de EL MUNDO un día lo dio ganador de las elecciones en España. Las televisiones se lo rifaron (pero sólo en Madrid), tirando él mismo los medios de Catalunya al contenedor amarillo. Todos al amarillo. Ni en LA VANGUARDIA, nada sospechoso de independentista, ha dado ninguna entrevista en las dos últimas campañas electorales.
Albert Rivera era el chico de la TV de las mañanas. La portada de los diarios de Madrid: "El Catalán Bueno". Pero, al fin y al cabo, catalán. Era el látigo contra el nacionalismo, el escudo contra el independentismo emergente. En Madrid querían un PODEMOS de derechas y lo tuvieron de derechas, muy de derechas, demasiado de derechas. ¡Ay, la Plaza Colón!
   Rivera era aquel chico agradable, simpático y con una retórica admirable. Lo tenía todo. Hasta que ... como suele ocurrir, Madrid se cansó. Primero se enamoraron de la chica de Jerez que ganó las elecciones al Parlament de Catalunya, Inés Arrimadas, amiga y fiel de Rivera hasta el último momento, y después lo empezaron a dejar caer. Los titulares volvían al PP, a Casado, y algunos medios prefirieron el original, VOX, a la marca blanca.

   Tensó tanto la cuerda hacia la derecha que Rivera empezó a perder hasta la camisa. La gente empezó a mirar a CIUDADANOS como unos extremistas. En España (y lo que es peor, en Catalunya, donde hace dos años sacaban 36 escaños en el Parlament) el Congreso les ha visto ahora como un grupo de gente joven con la cara agria, siempre de mala leche, siempre enfadados con su entorno.
Hoy, la mayoría de medios de comunicación de aquí, de allá y de más allá, apuntan que Albert Rivera empezó a fracasar cuando se creyó su propio personaje y comenzó la egolatría. Ayer, escuchando la rueda de prensa de Rivera, caí en las veces que había utilizado la palabra "YO". La primera persona. Recomiendo que las contéis... Y de ahí al batacazo descomunal.
   Más allá de las necrológicas plasmadas en Twitter, escritas con cuchillos ensangrentados por parte de algún ex compañero, ex amigo o ex rival, no había pasado que tanta gente se alegrara tanto de la humillación de Albert Rivera (más que de CIUDADANOS). Y no ha sido patrimonio de los independentistas, socialistas, de derechas, de izquierdas, altos, bajos, calvos o peludos, sino que todos ovacionaban el adiós de Albert Rivera a la política: Unanimidad.
   Podría haber sido presidente, pero su soberbia y arrogancia han sido malas compañías. Tocó el poder. Olvidó los orígenes y convirtió la sede de CIUDADANOS en Cataluña en una sucursal de la de Madrid. Y se elevó tanto que pensaba que iba bien atado, y los magos por más buenos que sean no pueden volar y si les cortan las cuerdas, las hostias que se pegan son de las que hacen historia: como la de Albert Rivera este domingo.

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